Aunque todavía faltan meses para que venga el Circo del Sol he pedido a mis descendientes que saquen entradas porque desde que estuve la primera vez procuro no perderme esa maravilla. En menos de un año, será la segunda ocasión que goce de uno de ... estos espectáculos porque antes fui al Circo de los Horrores, que no tiene nada en común con el otro pero fue la primera salida a un espectáculo tras la puta pandemia. Y aunque todavía no tengo entradas para el de ahora, me sigue maravillando la comodidad de gestionarlo todo por internet, que evita largas colas y funciona tan estupendamente que cuando llegas al lugar enseñas una aplicación del móvil y allí está tu butaca y lo que hayas contratado con ella, que en este caso será el espectáculo propiamente dicho, unos canapés como Dios manda y una copita de cava durante el descanso.
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Confieso que al Circo del Sol iré con menos recelos que al otro; primero porque lo conozco y segundo porque en el de los Horrores faltó un tris para que saliera huyendo tras soportar el primer cuarto de hora a un presentador bastante deslenguado que provocaba a los espectadores, sobre todo a los que estábamos en primera fila. A pesar de esta pequeña incomodidad, nuestros acompañantes, el doctor Barrios y Alicia, su distinguida esposa, el firmante y la parienta salimos convencidos de que los Horrores habían valido la pena…
Reconozco que las entradas VIP son caras, pero como dice mi compadre Jonás Escudo, a mi edad estas cosas ya las pagan los herederos, que recibirán un poco menos el día que las diñe, pero mucho más que lo que me dejaron mis progenitores. Aunque estoy seguro de que se apañarán con lo que reciban, si quedan a disgusto que reclamen al maestro armero.
En fin, a lo que vamos: estoy deseando que llegue la función titulada 'Alegría' de ese Circo del Sol, que se promociona como un espectáculo «renovado para que una nueva generación se enamore de él», y que anuncian como «la lucha de poder que se libra entre el viejo orden y un movimiento joven que anhela esperanza y renovación». Si esto lo firma un partido político revienta las urnas.
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Lo evidente es que hay un enorme contraste entre estos circos de ahora y los de antes, que se parecen lo mismo que un huevo a una castaña. Para empezar, la mayor parte de los que conocimos cuando éramos unos críos o unos jovenzuelos, hace tiempo que trincaron y me temo que para siempre. De cosas así solamente puedo hablar con los colegas de mi peña, porque a la familia estos asuntos le resbalan y a los más jóvenes les importan una mierda «las cosas del abuelo Cebolleta», que así es como intentan ofenderme sin lograrlo. Pero entre los lectores cabe la posibilidad de encontrar a alguno que recuerde el itinerante Radio Circo, que más tarde pasó a denominarse Circo Hervás; o el Atlas, de los hermanos Tonetti, por el que desfilaron figuras míticas de la talla de Pinito del Oro, calificada como la mejor trapecista del mundo, y que fue cerrado en 1982.
Pero los mayorones como servidor recordamos, sobre todo, que la presencia de un circo en la ciudad suponía un espectáculo digno de verse y que se anunciaba en la Plaza Mayor desfilando con elefantes que pasaban por delante del Consistorio (¡lo que oye, desconfiado lector!) y seguramente con otros animales que éste que teclea no recuerda bien. Por la edad… Es difícil saber cuándo y cómo empezó la decadencia de un espectáculo así, aunque todo hace pensar que no se debió únicamente a la prohibición de llevar animales sino al pastón que cuesta mantener abierto un negocio de esas características, porque como dice Nacho Pedrera, portavoz de la Asociación de Circos Reunidos, «cuanto más crece el gasto, más nos obligan a reducir, nos quitan los animales, nos suben las tasas, nos suben los impuestos…, al final, es un problema diario mantener a 100 personas, animales y casi 60 vehículos». Eso es una familia numerosa y no la de mi vecino Pedrito Corral que son cuatro y viven en tres casas.
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Comentando estas pequeñeces con mis colegas descubro que casi ninguno echa en falta la presencia de los circos, ni siquiera en las Ferias de San Mateo, ahora de la Virgen de San Lorenzo. De lo que sí nos acordamos casi todos fue lo barato y excitante que resultaba colarse por el morro, gestión que se hacía reptando desde fuera por debajo de la carpa e intentando subir a la grada sin que ningún responsable del negocio se diera cuenta. Aunque confieso que servidor solamente lo hizo una vez (por canguelo, no por honradez), tuve la mala suerte de que me pillara un trabajador del Circo Americano que, además de sacarme de una oreja a la rúe, me amenazó con tirarme «a la jaula de los leones» si volvía a aparecer por allí.
Con todo, lo más doloroso para servidor fue el cierre hace casi cuatro décadas del Teatro Cirujeda, que abría espectáculo en el real de la feria cuando estaba en Las Moreras. Como dejé escrito en este querido diario, «no es que ofreciera maravillas, pero menos daba una piedra: mientras en el interior actuaban las cabareteras (cosa que me invento, porque nunca llegué a verlo), fuera, un tipo con traje de payaso y llevando un guitarrón que en vez de cuerdas tenía cordeles, movía los labios vocalizando lo que cantaban las chicas en el escenario y que se oía por un altavoz instalado en la calle para regocijo del personal sin liquidez. Nuestra mente calenturienta nos hacía sospechar que algo pecaminoso pasaba dentro cuando el altavoz enmudecía y la maravillosa canzonetista Mila no interpretaba 'Caracoles', el tema picante que nos sabíamos todos de carrerilla: «Caracoles, 'caracó', en los rizos de tu pelo se enredó mi corazón'.
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Hoy en día, lo más parecido a esos espectáculos es la serie televisiva del año en curso llamada 'Cristo y Rey', que cuenta la relación entre el domador Ángel Cristo (Jaime Lorente) y la actriz y vedette Bárbara Rey (Belén Cuesta) en la España de los años ochenta. Bueno, en aquella relación había otro rey, de nombre Juan Carlos, y hasta aquí debo leer. Ustedes ya me entienden, ¿a que sí?
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