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«Un proceso sensacional». Con estas palabras describía El Norte de Castilla, en septiembre de 1909, la polémica generada en Palencia tras la muerte de una de sus vecinas más famosas y acaudaladas: Catalina Martín García. Popularmente conocida como «la hidalguilla de Saldaña», era viuda y amasaba una inmensa fortuna entre tierras, casas, dinero, joyas, muebles, etc. Este periódico la valoraba en 12 millones de pesetas, una cantidad mareante en aquella época.
No tenía más herederos directos que el entonces joven Ricardo Cortés Villasana, su sobrino segundo y, andando el tiempo, conocido abogado y diputado por Palencia. Rondaba ya los 90 años cuando, aquel mes de marzo de 1909, su salud empeoró. La noticia corrió como la pólvora en Saldaña. Aunque tuvo momentos de mejoría, doña Catalina fue desmejorando progresivamente hasta el desenlace final, ocurrido el 15 de junio.
El escándalo saltó a la prensa cuando apareció una cédula testamentaria redactada «in articulo mortis» en la que despojaba a su sobrino de la mayor parte de la herencia para dejarla a tres personas bien conocidas del pueblo: Federico Coco, que era el médico titular, Ignacio Herrero y Marcos Aguilar. El texto iba avalado con la firma de cinco testigos.
Los rumores no se hicieron esperar. Se habló de un posible envenenamiento y de un amaño claro del testamento por parte de un grupo de vecinos liderado por ese trío. Cortés no tardó en tomar cartas en el asunto, más aún cuando, en los actos fúnebres posteriores, una mano anónima introdujo en su bolsillo una nota alertándole del engaño. Desde el Colegio jesuita de San Zoilo, planificó un largo y costoso proceso judicial que, después de diecinueve sesiones, se resolvería a su favor un año más tarde.
En él quedó demostrado el engaño perpetrado por el médico, quien certificó la muerte de doña Catalina a las siete y media de la tarde cuando, en realidad, había ocurrido cinco horas antes. Según el relato del fiscal, solo el párroco y el coadjutor, que habían acudido a darle la extremaunción en torno a las dos de la tarde, comprobaron que ya era cadáver. Aprovechando la situación, durante las cinco horas restantes Coco y sus cómplices redactaron la cédula testamentaria falsa en papel sellado como si estuviese viva, y convencieron a cinco vecinos para que extendiesen su firma como testigos: Emilio Santos Rodríguez, Juan Vián París, Ricardo Vián París, Aniceto Salas Plaza y Álvaro Monge Sánchez.
Es más, el médico mandó a Felipe Gil Martín, que también estaba en el secreto, ir a buscar medicinas a la botica para hacer creer al resto del pueblo que doña Catalina seguía viva, mientras prohibía la entrada a la alcoba a otras personas. Fue Marcos Aguilar Gallego el encargado de presentar la cédula en el Juzgado de primera instancia de Saldaña.
Durante el juicio, por el que pasaron numerosos testigos y que supuso una tremenda conmoción para la localidad, salieron a relucir todo tipo de especulaciones y hasta errores garrafales en el amaño, especialmente el hecho de que la finada hubiese confundido su lugar de nacimiento, poniendo Melgar de Fernamental en lugar de Saldaña, mientras demostraba una memoria matemática en la descripción de todos sus bienes. Estos, como ha descrito Gerardo León Palenzuela en una tesis doctoral dedicada a Ricardo Cortés, comprendían más de 4.000 hectáreas entre tierras de labor y montes, 22 casas, 7 molinos, diversos corrales y paneras. Fue una de las claves para demostrar la falsedad del documento.
El veredicto, hecho público el 13 de junio de 1910, declaraba la culpabilidad de diez acusados y absolvía a otros cinco. Así, a Federico Coco, principal artífice de la trama, lo condenaba a 14 años, 8 meses y un día de prisión y 5.000 pesetas de multa. A Ignacio Herrero, Marcos Aguilar, Eliseo Delgado, Emilio Santos, Álvaro Monge, Joaquín y Ramón Vián y Aniceto Salas, a 8 años y un día más las multas correspondientes; y a Felipe Gil, a 2 años y 4 meses de prisión correccional.
Aun así, tras el largo proceso judicial quedaron muchas dudas por resolver: si la situación de doña Catalina era desde el mes de marzo tan crítica, ¿por qué Coco esperó hasta el último momento para falsificar el testamento? ¿Cómo es posible que los encausados cometiesen el error de confundir el lugar de nacimiento de la finada, si entre ellos había varios familiares? ¿Cómo siguieron adelante con el engaño si el párroco y el coadjutor sabían que doña Catalina había muerto a las dos y media y no tardarían en difundirlo por el pueblo?
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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