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El Norte
Los experimentos, con gaseosa

Los experimentos, con gaseosa

Tiempos modernos ·

Tito Castilla me pregunta si sé cómo piensa aplicar el Ayuntamiento su promesa de «perdonar a los conductores con menos recursos»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 7 de enero 2023, 00:03

Si el Ayuntamiento cumple su propio calendario, el año que acaba de empezar servirá para poner en marcha la Zona de Bajas Emisiones que limitarán las provocadas por los coches que todavía envenenan el ambiente que respiramos, y la única posibilidad de conseguirlo es concienciar a los automovilistas de que el aire no puede seguir degradándose porque lo pagaremos caro. Pero como la tarea es ardua ya que no se pueden eliminar de un plumazo los miles de coches que siguen atufándonos, el Consistorio ha anunciado que durante todo este año en vez de sanciones habrá información en la zona restringida y las multas no llegarán hasta 2024. A diferencia de lo que ha venido sucediendo hasta la fecha, el espacio seleccionado para rebajar drásticamente los humos que dañan nuestros pulmones no se limita al cogollo del centro sino que abarca un amplio corro que empieza en el Puente Mayor y se extiende hasta el Arco de Ladrillo, la avenida de Segovia, Farnesio, Labradores, La Rondilla y un montón de sitios más que conviene consultar a partir de ahora.

La idea expresada por el equipo de gobierno municipal es aprovechar todo el año que tenemos por delante para informar a los ciudadanos y empezar a sancionar a partir del que viene, que aunque parece lejísimos está a la vuelta de la esquina. O sea, si el calendario se cumple podremos pasar los siguientes doce meses contaminando a troche y moche y a partir del próximo 1 de enero habrá que desguazar el coche y cambiarlo por uno nuevo o arriesgarse a las sanciones. Creo, honradamente, que un año es tiempo más que sobrado para ponerse al día, aunque ello suponga comprar un buga de última generación que emita un aire casi tan limpio como el que se respira en los quirófanos.

Los pobres, perdonados

Es innegable que en un par de décadas nuestra ciudad ha cambiado mogollón, y esta última (por ahora) vuelta de tuerca permitirá lograr un aire puro del que nos beneficiaremos todos, con coche o sin él. Así que el panorama actual y el futuro con las nuevas restricciones contrastan una barbaridad con el Valladolid de hace unas pocas décadas cuando vehículos de todo tipo pasaban por lugares que hoy resultan impensables. Porque no hay que ser centenario para recordar la Plaza Mayor con coches y buses transitando, o haciéndolo por las calles de Santiago, Pasión, María de Molina y otras que sabemos. De todas ellas, si la memoria no me falla, una de las primeras en peatonalizarse fue Cadenas de San Gregorio donde, entre otras maravillas de Pucela, están San Pablo, la casa natal de Felipe II o la joya de la corona del arte policromado: el Museo Nacional de Escultura.

Esas prohibiciones (no siempre bien comprendidas por los automovilistas) empezaron hace décadas, y todavía hoy se sigue peatonalizando. Sin embargo, como a todo hay que ponerle pegas, me temo que algunas de las últimas ejecutadas por el actual equipo de Gobierno no están resultando tan vistosas y eficaces como las primeras que se hicieron. Al menos a un servidor le parece una chapuza (y una guarrería) el resultado obtenido en María de Molina, Pasión y otras del cogollo céntrico donde los gestores de la cosa pública se han empeñado en poner suelos tipo moqueta, ideal para el salón de casa. A lo mejor soy un tiquismiquis pero la idea no me parece la más adecuada para calles que se pisan y se mojan, que se llenan de lamparones, meadas de perros, restos de aceite de motores, chicles y frenazos. Está claro que el promotor de la moqueta olvidó ese refrán que asegura que los experimentos conviene hacerlos con gaseosa.

Cuando comento estas cosas con mi amigo Tito Castilla me pregunta si sé cómo piensa aplicar el Ayuntamiento su promesa de «perdonar a los conductores con menos recursos la obligación de cambiar de coche antes de 2030 si quieren pisar el centro y alrededores». Y, francamente, no sé qué contestarle, pero antes de que lo intente me plantea un problema que puede darse: «A ver, Canta: yo voy con mi auto más viejo que la tartana del tío Chirri por la zona esa que dices y me para el guardia. ¿Le digo que soy pobre para que no me multe o me deja circular solo con verme pinta de menesteroso?». La suya es la misma duda que me plantea mi sobrino Jacobo: «¿cómo sabe el guripa que el conductor de un coche sin etiqueta tiene poco poder adquisitivo? Como no sea por la vestimenta…». El único consejo que me atrevo a darle es que se compre un auto nuevo de vez en cuando, él, que trabaja en la Fasa, pero me da la contestación que esperaba: «si tuviera el sueldo del alcalde o de esos concejales con dedicación exclusiva igual lo hacía, pero el mío no da para cambiar de coche».

Así que la única idea que se me ocurre es que los conductores pobretones lleven siempre a mano el Certificado de Exclusión Social que la Comunidad Europea ofrece a cualquier ciudadano que no alcance «un 60% del salario mínimo del país donde vive, aunque reciba ayudas sociales por parte del Estado. También cuando el individuo o gran parte de su familia está mucho tiempo desempleado». No me pregunten cómo se obtiene porque hasta yo tendría dificultades para aportar: «fotocopia y original del DNI/NIE, Libro de Familia, padrón municipal, certificado de ingresos de Hacienda, demanda de empleo y cualquier otra documentación que solicite el trabajador social para la valoración de su situación». Si servidor fuera capaz de obtener en el plazo improrrogable de un año toda esa tacada montaba una gestoría, y a vivir del papeleo.

De todas formas, si la cosa se complica mucho, lo más fácil es dejar el vehículo en la frontera de la zona de bajas emisiones y recorrer a patita los 25 kilómetros de calles peatonales que tiene Valladolid. Eso sí: cuidando de no tropezar con la moqueta, no resbalar cuando está mojada y llevar un espejo retrovisor para no ser atropellados por los taxis, los vehículos de reparto, las bicis, los coches con plaza de garaje dentro de la franja o esa chica tan maja que te pasa rozando con los patines a 25 por hora. La madre que la parió, y la madre: capicúa.

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