«Hitler quiere ser un Mussolini demagogo y su programa es mezcla de comunista y nacionalista, excitando a Alemania al desquite». Era el diagnóstico que hacía El Norte de Castilla ante el sorprendente avance del partido nazi en las elecciones del 14 de septiembre de ... 1930, hace ahora 90 años. El impacto, a decir de este periódico, fue tremendo. El plano inclinado hacia la dictadura sobrevolaba las informaciones que venían de Berlín, sobre todo de los corresponsales.
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Como ha escrito José Ramón Díez Espinosa, profesor de la Universidad de Valladolid y uno de los máximos especialistas en el tema, la crisis económica agudizó sobremanera el enfrentamiento ideológico y cada uno de los partidos que formaban la coalición de la República de Weimar (socialistas, demócratas y católicos, que gobernaban junto a los «populares» de Stresseman) comenzó a concebir al otro más como un enemigo que como un aliado.
La crisis interna estalló en marzo de 1930, cuando el presidente del gobierno, el socialista Hermann Müller, anunció su dimisión después de que su propio partido le retirara la confianza. Aquello, a juicio de Díez Espinosa, fue una «cesura fundamental en la historia de la República de Weimar, [que] señala el fin de la democracia parlamentaria». En efecto, las alternativas antisistema (comunistas, nacionalsocialistas y derecha nacionalista) incrementaron su atractivo entre una población cada vez más polarizada, mientras el presidente de la República, Hindenburg, neutralizaba al Parlamento mediante la designación arbitraria del canciller -el católico conservador Heinrich Brüning- sin respaldo de la Cámara.
Las elecciones al Reichstag de septiembre de 1930, cruciales para el devenir de Alemania, fueron puntualmente seguidas por El Norte de Castilla. Ya es sintomático que su corresponsal, Eugenio Xaunner, alertase un mes antes de que dichos comicios tendrían «una influencia decisiva durante los próximos diez años por lo menos», avanzando ya una fuerte subida «del partido nacional-socialista, o racista, capitaneado por Hitler», que en aquel momento apenas contaba con una docena escasa de diputados: «Esta será la gran novedad de las próximas elecciones», aseguraba, y lo explicaba a partir de la perversa mezcla de crisis económico-financiera y demagogia hitleriana:
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«El partido nacional-socialista, partido demagógico, encuentra campo abonado para una campaña de agitación (...) sin ningún género de escrúpulos. Hitler llama a los descontentos y hace desfilar ante sus ojos el panorama de un país de Jauja -Alemania bajo el gobierno de Hitler- en el cual la cerveza brotará de las fuentes públicas y los árboles de los paseos darán una cosecha diaria de pan, salchichas y mantequilla. El procedimiento es de éxito infalible, dado que la cerveza, el pan, las salchichas y la mantequilla son actualmente artículos de lujo para un gran número de ciudadanos».
El corresponsal no solo no se equivocó, sino que se quedó corto. En las elecciones de septiembre de 1930, el partido nazi fue la segunda fuerza más votada después de los socialistas, con 6.407 sufragios. Además, pasó de tener solo 12 escaños en el Reichstag a 107. Tanto en número de votos como en diputados, las fuerzas antisistema superaron a las que sostenían la coalición de Weimar. Por eso, a decir de este periódico, «en los centros políticos y diplomáticos el resultado de las elecciones ha producido estupor» y muchos alemanes, expectantes frente a las carteleras de los periódicos, «prorrumpieron en exclamaciones de sorpresa al conocer el progresivo avance de los nacional-socialistas y primeramente se negaban a creerlo».
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Los tres millones de parados, la crisis económica, la campaña conservadora contra los socialistas y la demagogia de Hitler, muy eficaz entre tantos jóvenes «atraídos por la aventura política que supondría en Alemania y Europa un gobierno con la directiva nacional-socialista», serían factores que explicarían, a juicio de este rotativo, el triunfo de la opción nazi. 48 horas después de las elecciones, el propio Hitler se vestía con piel de cordero para decir que había sido «un primer paso para el advenimiento al poder de los nacional-socialistas, quienes son revolucionarios de espíritu, pero no revolucionarios de golpe de Estado para derribar las instituciones». Apenas dos años y algunos meses después, el líder nazi sería nombrado canciller y los alemanes comprobarían en qué quedaban aquellas declaraciones.
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