Puente de hierro de Viana de Cega, donde se produjo el trágico suceso. ARCHIVO MUNICIPAL

La espantosa muerte de 'Currete'

El banderillero Nicolás Rabanal pereció arrollado por un tren en el puente de Viana de Cega, mientras salvaba a tres mujeres en un accidente ocurrido en julio de 1910

Lunes, 13 de julio 2020, 08:18

Fue sin duda una de las noticias más tristes de aquel verano de 1910 en la provincia de Valladolid: un accidente ferroviario ocurrido en el puente de Viana de Cega se saldó con la trágica muerte de Nicolás Rabanal de la Escosura, alias «Currete», un ... banderillero de 23 años que había debutado en 1908. Todo ocurrió el 15 de julio a las tres de la madrugada, cuando los viajeros del tren descendente de Irún número 1 observaron cómo salía humo del piso de unos vagones, unido «al olor peculiar que produce la madera quemada».

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De inmediato, unos cuantos se asomaron a la ventana y vieron salir llamas de uno de los laterales. A viva voz dieron la señal de auxilio y el tren se frenó en seco en pleno puente de hierro, donde no había más espacio que el necesario para la doble vía férrea. Todos se apearon, jóvenes y señoras los primeros, y, auxiliados por el personal del tren, procedieron a desenganchar el vagón incendiado -el número 3- para impedir que las llamas se extendiesen a todo el convoy. Era menester extinguir el fuego cuanto antes, por lo que el personal del tren se aprestó a hacerlo. Entonces ocurrió lo inesperado. A los pocos instantes apareció en tromba, por la otra vía, el expreso de Irún número 4, ascendente. Los primeros en ver las luces gritaron desesperados.

La situación no podía ser más angustiosa. Algunos viajeros fueron corriendo a las portezuelas del tren parado, y otros, incapaces de llegar, se quedaron pegados a las vallas del puente. El tren ascendente «pasó rápidamente, no sin producir horroroso estrépito a causa de chocar con las portezuelas abiertas del otro tren, muchas de las cuales quedaron hechas añicos, siendo arrancadas de cuajo y lanzadas a enorme distancia», informaba este periódico.

La peor parte se la llevó «Currete», el joven banderillero que viajaba junto a la cuadrilla del conocido torero Hipólito Zumel, alias «Infantito», en dirección a Valmaseda, donde toreaban el domingo 17 de julio. «La alarma y la confusión en aquellos críticos instantes fue enorme. Los viajeros todos se arrojaban rapidísimos a los coches, cuyas portezuelas hallábanse abiertas. Las mujeres gritaban angustiadas, haciendo esfuerzos sobrehumanos para asirse a los pasamanos y subir a los vagones. Ayudábanlas los hombres y especialmente los individuos de la cuadrilla del Infante; a algunas las subieron a los coches en brazos».

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«Currete» intentaba salvar a tres señoras que luchaban por subirse al vagón más cercano cuando, de pronto, la máquina que venía en sentido contrario lo arrolló. «El estruendo y los crujidos de las portezuelas desgajadas se mezcló con los gritos de angustia de los viajeros, al ver desaparecer arrastrado por el tren al desdichado banderillero. Una vez repuestos de la impresión, los viajeros se dispusieron a buscar al desgraciado torero, a quien había arrastrado el tren ascendente. El pobre muchacho, con la cabeza casi destrozada, tinto el cuerpo en su sangre y con un brazo mutilado, se hallaba tendido entre las dos vías. Aún respiraba. Sus compañeros, profundamente impresionados, le recogieron y con toda clase de cuidados, le llevaron al tren, depositándole en el último vagón de primera clase. Los viajeros presenciaron emocionados la triste conducción; las mujeres lloraban. Algunas debían la vida al infortunado torero, que las ayudó a salvarse y no pudo salvarse él. Momentos después dejaba de existir el bravo joven, rodeado de sus compañeros».

Efectivamente, el cuerpo de «Currete» había quedado «horriblemente destrozado sobre la vía, convertido en un montón informe de trapos y de despojos humanos». Además del sacerdote Bernardo Larrañaga, otros dos viajeros resultaron levemente heridos. El coche llegó a la estación de Valladolid «lamiendo las llamas uno de los costados». Hipólito Zumel, que se había distinguido en la tragedia salvando a otros pasajeros, informó rápidamente a la madre del finado: vivía en Oviedo y era viuda, pues su padre, dueño de una dehesa en Asturias, había muerto corneado por un toro. Según este periódico, el «Infantito» y «Currete» llevaban mucho toreando y se querían como hermanos.

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El entierro, costeado por el torero, se celebró al día siguiente, 16 de julio de 1910 en la capital vallisoletana. La comitiva fúnebre recorrió las calles de Alamillos, Don Sancho, Plaza de San Juan, Fidel Recio, Alonso Pesquera, José María Lacort, Campillo de San Andrés y Duque de la Victoria antes de enfilar hacia el Cementerio. Los toreros de Valladolid depositaron un ramo de flores en honor a su malogrado compañero.

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