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Imagen de la riada. Archivo Municipal
La Esgueva derrumba 37 casas y deja en la calle a varias familias

La Esgueva derrumba 37 casas y deja en la calle a varias familias

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

La inundación del 24 de enero de 1936 anegó Pajarillos Bajos, Vadillos, Plaza Circular, Barrio de San Juan y otras vías de la ciudad

Martes, 20 de octubre 2020, 08:02

Hacia las siete y cuarto, la corriente impetuosa de las aguas prestaba al Esgueva un aspecto que hacía presagiar una riada análoga a la del mencionado año 1924. La noticia circuló rápidamente por los barrios contiguos. La alarma creció y pronto se procedía a desalojar las viviendas«.

La crónica de El Norte de Castilla, minuciosa y detallada, ocupó toda la portada y la página 3 del rotativo. No era para menos: el Esgueva había vuelto a hacer de las suyas y varias familias, entre ellas algunas que malvivían de la mendicidad, se habían quedado sin nada; sin casa ni enseres, sin comida ni techo, más allá de lo que pudieran procurarles la beneficencia privada y municipal.

Una tragedia en toda regla, que comenzó hacia las cinco de la madrugada de aquel 24 de enero de 1936. Los recuerdos de no pocos vallisoletanos viajaron en el tiempo hasta el 28 de marzo de 1924, cuando una riada dejó sin alojamiento a más de un centenar de paisanos. Doce años después, la tragedia se repetía. La alarma había saltado una hora antes en los pueblos del Valle del Esgueva, en concreto en Amusguillo, Villaco, Olmos de Esgueva y Renedo: al visitarlos, el aparejador, señor Guerra, y el delineante, señor Teresa, «pronto pudieron percatarse de la gravedad de la situación por lo que pudiera reflejarse en posibles desbordamientos que afectasen a la capital, por lo que vinieron a transmitirse nuevas noticias, ya más concretas de la crecida del Esgueva y se dispusieron diversas medidas en lo que se refería al barrio de la Pilarica», informaba El Norte de Castilla.

La primera arremetida aconteció a las ocho menos veinte de la mañana:«Un fuerte golpe de agua, que se advirtió bien claramente entre el puente de la Pilarica y el puente de la vía, inundó la margen izquierda del río, anegando los lugares conocidos por Las Eras». Los Vadillos y la carretera de Villabáñez no tardaron en verse afectados; la corriente derrumbó una chabola situada en la parte anterior al puente antes de entrar en tromba en varias calles de la barriada de San Juan.

Mientras «varios vaqueros» se afanaban en poner a salvo su ganado, familias enteras procedían a desalojar las viviendas. «A las nueve de la mañana fue cuando ocurrió el momento más crítico de la riada, penetrando el agua en una fábrica de ladrillos que previamente, aunque no en su totalidad, había sido desalojada, causó importantes destrozos y derrumbó alguna que otra pared», relataba el periodista.

Bomberos, fuerzas de Asalto y números de la Guardia Civil, Seguridad y municipales hacían todo lo que estaba en su mano por auxiliar a los afectados; de inmediato se puso en funcionamiento un servicio de barcas para atravesar las calles.

Portada de El Norte del 25 de enero de 1936.
Imagen - Portada de El Norte del 25 de enero de 1936.

A media mañana, el agua entraba en tromba en la Plaza Circular, donde previamente habían sido desalojadas todas las viviendas. La zona no tardó en quedar convertida en una amplia laguna.

Ante tamaño panorama, vecinos de las calles Jardines y Cervantes procedieron a levantar pequeños muros de ladrillo, de medio metro de alto, con los que impedir la entrada del agua en los portales. Entretanto, el Esgueva ya había buscado su antiguo cauce y discurría por la calle de Nicolás Salmerón cubriéndola por completo, lo mismo que en Ruiz Zorrilla.

Hacia las tres de la tarde el agua irrumpía con violencia desde la Circular a la calle Tudela, que pronto quedó anegada, para hacer otro tanto en Don Sancho. En la Plaza de San Juan, el industrial Eusebio Arconada contemplaba impotente cómo las aguas engullían su camioneta. Un autobús y varios vehículos particulares hubieron de detenerse ante la violencia de la corriente.

Pero fue a las tres y media cuando los vallisoletanos asistieron, aterrados, al primer gran desastre material: la casa número 36 de la calle de Santa Lucía, propiedad de Alejandro Arias, se derrumbaba dejando literalmente en la calle a cinco familias que vivían de la mendicidad.

La identidad de los moradores daba cuenta del alcance de la tragedia: eran Josefa Díaz, «pobre autorizada» con dos hijos a su cargo, que pagaba 35 céntimos diarios por cocina y una salita; Felisa Sanz Rodríguez, que pedía limosna junto a su hijo de 14 años; Amalio Álvarez, quien a sus 25 años comía gracias a la caridad vecinal y trataba de conseguir en las calles los 25 céntimos de alquiler; Águeda Martín, de 45 años, su hija de 26 y un pequeño de 3 años; y el adolescente Manuel Fresnadillo, de 16 años, que con lo que sacaba mendigando mantenía a su hermana y al marido de ésta.

El número 38 de la misma calle, donde vivía Ascensión Rubio, viuda con siete hijos, fue inmediatamente desalojado. El agua, entretanto, seguía su imparable trasiego: de Nicolás Salmerón pasó a Joaquín Costa, donde anegó algunos «hotelitos», para adentrarse luego a las calles Muro, Gamazo y Colmenares.

Toda ayuda era poca para remediar semejante fatalidad. El alcalde de la ciudad, Ángel Chamorro, mandó habilitar el Hospital de Esgueva para atender a los afectados. La Cruz Roja, las Conferencias de San Vicente de Paúl y otras asociaciones benéficas se pusieron manos a la obra.

Junto a los bomberos, fuerzas de intendencia, municipales, de Asalto y Guardia Civil, actuaron jóvenes de Acción Popular. En el Cuartel de la Merced se habilitó un alojamiento provisional y el Hospital Provincial comenzó a acoger a pobres de solemnidad.

La Diputación Provincial impulsó rápidamente una suscripción popular, y el Ayuntamiento aprobó la aportación de 75.000 pesetas para auxilio de los damnificados, además de estudiar «una modificación de la desviación del Esgueva». También el arzobispo Remigio Gandásegui encomendó a sus sacerdotes rezar en la misa la oración «ad petendam seventtatem» para aplacar la doble ira, la del cielo y la del Esgueva.

37 familias se quedaron sin casa. El Norte desgranaba el número de viviendas hundidas: 10 de la calle Villabáñez, 4 en la Plaza de Silió, 8 en Vadillos, 4 en Pajarillos Bajos, varias en los llamados «Pilones del Tío Neira»... El decano de la prensa no acertaba a comprender la incapacidad manifiesta a la hora de arbitrar una solución moderna al problema:

«¿No es posible evitar de alguna manera estas catástrofes periódicas? Pensamos nosotros, y con nosotros toda la enorme masa de ciudadanos que comenta y lamenta el tristísimo caso, que la ingeniería moderna ha de conocer procedimientos y obras eficaces para impedir que se repitan estos siniestros (?) Es preciso, pues, e ineludible que esta vez sea la última que el fatídico Esgueva amedrente, arruine y entristezca a nuestro pueblo, y para ello, quien deba procurarlo, que lo procure, aunque la obligación, más que de algunos, es de todos, y a todos nos afecta y sobre todos pesa no solo como obligación, sino como responsabilidad».

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