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Alumnas de la primera escuela al aire libre de Valladolid con su profesora, Aurelia Martín, en 1914. EL NORTE

Valladolid

La primera escuela al aire libre para niños enfermos

Inaugurada el 1 de septiembre de 1913 en la calle de la Estación, comenzó con 50 alumnos bajo la dirección de Aurelia Martín de la Peña

Enrique Berzal

Valladolid

Martes, 8 de agosto 2023, 08:36

Aunque se hizo realidad hace ahora 110 años, la idea comenzó a valorarse entre los concejales a finales de 1912. Las corrientes pedagógicas del momento insistían en las bondades de la actividad física y del contacto directo del niño con un entorno saludable, pues, como ... señalaba este mismo periódico en su suplemento dedicado a la escuela, «por el valor del aire, en cuanto fuente de vida sana, es por lo que actualmente en la Europa Central se está removiendo la pedagogía higiénica infantil con la instalación de las escuelas al aire libre».

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Fue en la sesión municipal de diciembre de 1912 cuando se supo que Santiago Alba Bonifaz, propietario de El Norte de Castilla y en aquel momento ministro de Instrucción Pública, había otorgado al Ayuntamiento de Valladolid una subvención de 8.000 pesetas para instalar una escuela al aire libre según «los nuevos métodos de educación de reconocido éxito en otras naciones». Encargado Cesáreo M. Aguirre, delegado regio de primera enseñanza, de todos los trámites, fue éste quien hizo saber a los concejales que, si querían beneficiarse de la subvención, el municipio debía aportar otras 4.000 pesetas para dicha finalidad. La idea era instalar un pabellón desmontable, «sistema Doecker» (el mismo que se empleaba para determinados servicios militares y sanitarios), por ser, en palabras del propio Aguirre, «el de mejor resultado práctico».

Aprobada la moción en 22 de marzo de 1913, seis días después el Ayuntamiento anunciaba la aportación de esas 4.000 pesetas y la ubicación provisional de la escuela «cerca del ángulo sur del solar cerrado de la calle de la Estación, con acceso a la de Muro, sirviéndole de fondo el arbolado que allí existe y los edificios del Frontón Fiesta Alegre y del Colegio de Huérfanos de Santiago». Se trataba del número 3 de la calle de la Estación, el mismo lugar donde más adelante, en 1923, comenzará a construirse la antigua Escuela de Comercio. El pabellón, de madera y de tonos blancos, ya estaba construido en el mes de agosto.

Sus dimensiones eran de 10,67 metros de largo, 6,17 de ancho y 5 de altura. Constaba de un pequeño vestíbulo-ropero, un habitáculo con retrete y un gran salón con capacidad para 50 niños, además de siete ventanas, una puerta y un gran ventilador en la parte superior del tejado para renovar el aire. El interior era de «cartón endurecido y barnizado como el de los pabellones sanitarios». Este local desmontable tenía carácter provisional, pues la idea era instalar las escuelas al aire libre de Valladolid en un entorno más apropiado, concretamente en el Pinar de Antequera, como así se hará a mediados de la década siguiente.

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Todo el material necesario para la enseñanza lo proporcionó la Casa Santarén, y el ecónomo de la parroquia del salvador, Juan del Valle, fue nombrado director espiritual. La idea era albergar a 25 niños y 25 niñas procedentes de otras escuelas nacionales que estuviesen «delicados o débiles» («pretuberculosos», señalaban otras crónicas) para que se beneficiasen de este renovador método de enseñanza. Para dirigir esta primera escuela al aire libre de Valladolid fue nombrada Aurelia Martín de la Peña, que después de ejercer en Sisante (Cuenca), había sido maestra nacional en Valdenebro, Sardón y Castromonte, y que en esos momentos ejercía en la escuela de la calle Colmenares.

Auxiliada por su hermana Petra, contó además con el concurso filantrópico de vallisoletanos como José Barreda y Eustaquio Sanz, que fueron los primeros en donar medicinas para el botiquín. Anejo a la escuela se levantó el comedor, que consistía en un edificio de fábrica de una sola planta, y, a su lado, la caseta del guarda. La inauguración oficial se verificó el 1 de septiembre de 1913, mismo día de comienzo del curso escolar, a las cinco de la tarde. Los escolares, que vivían en régimen de semi internado (dormían en sus casas), serían tallados y pesados para elaborar una ficha personal a fin de comprobar los avances experimentados en su crecimiento al final del curso.

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Arriba, el pabellón de la escuela al aire libre de la calle de la Estación; alumnos realizando ejercicios físicos y la primera directora, Aurelia Martín de la Peña. EL NORTE

Un reportaje publicado en 1914 por este periódico dio cuenta de los efectos positivos de la pedagogía al aire libre. El recreo consistía en «ejercicios higiénicos y en excursiones semanales», como las organizadas en 1917 al balneario de Las Salinas, en Medina del Campo. Los escolares hacían dos comidas: una a las doce de la mañana, que solía consistir en un cocido completo y un gran trozo de pan con un vaso de agua, y otra a las cinco de la tarde, que servía también de cena. Ya en diciembre de 1913 se había constatado que todos los alumnos habían mejorado de peso, «en el crecimiento y en el estado general, hasta el punto de que fueron dados de alta 16».

Los 50 eran bien reconocibles, pues vestían trajes de pana y llevaban sombreros de paja. La escuela al aire libre de la calle de la Estación permaneció en pie hasta 1923, año en que el Ayuntamiento decidió ceder el terreno para la construcción de la Escuela de Comercio. Entonces se decidió trasladarla a los terrenos sobrantes donde se estaba construyendo el grupo escolar de la calle de Pi y Margall, hoy Panaderos: concretamente, en la parte de la calle de Joaquín Costa (hoy Dos de Mayo) que había albergado el Asilo de Caridad. Lo cierto es que aquella escuela regentada por Aurelia Martín de la Peña permaneció en la memoria de muchos vallisoletanos por sus buenos resultados. Y es que, como recordaba en junio de 1931 el maestro nacional Pablo Cilleruelo, «los niños entraban tristes, muchos de ellos, enfermizos, apocados, sombríos, al principio de curso, pero salían mejorados unos, casi sanos otros, los más alegres y contentos, y ágiles y optimistas todos», pues eran tratados con cariño, «se les alimentaba con todo amor y les medicinábamos convenientemente».

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