En la localidad soriana de Narros llama la atención un bello palacete de planta rectangular, construido a mediados del siglo XVIII y conocido popularmente como la «Casa de la Media Naranja». Declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento en 1996, no todos ... saben que mucho tiempo antes los habitantes del pueblo lo miraban con auténtico recelo, cuando no con temor, convencidos como estaban de que en el inmueble residía el mismísimo Diablo.
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La leyenda, popularizada por el escritor soriano Gervasio Manrique de Lara, remite al día en que los vecinos de Narros comenzaron a escuchar extraños sonidos en el interior del caserón, abandonado desde hacía tiempo al extinguirse la saga de ricos propietarios que lo habían levantado. Los más temerosos aseguraban haber oído ruidos estremecedores detrás de la puerta, aullidos diabólicos en horas intempestivas, tan intensos que acobardaban al más aguerrido.
Pronto comenzaron a proliferar las conjeturas sobre los misteriosos habitantes. Hubo quien habló de brujas que celebraban temibles aquelarres, mas la mayoría de los vecinos se inclinaban por achacar los sonidos a avezados discípulos de Satán, cuando no al mismísimo Diablo. De hecho, no faltaban quienes decían haberlo visto entrar a la casa, desafiante y con los cuernos encendidos.
El rumor sobre la diabólica vivienda de Narros no tardó en extenderse por la provincia, llegando también, por supuesto, a la capital soriana. Muchos creyeron que se trataba de un castigo divino por algún pecado colectivo. Las autoridades no dudaron en tomar cartas en el asunto, también el Santo Oficio, por lo que animaron la creación de una suerte de guardia urbana que se encargara de expulsar de la casa a sus temibles moradores.
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Un numeroso grupo de gente armada llegó al pueblo, se apostó frente a la puerta y entró en tromba en la vivienda. Pero no halló nada diabólico. Más bien, todo lo contrario, pues nada más entrar se toparon con instrumentos muy mundanos: hornos encendidos, limas, pulidores de acero, láminas de oro y plata y muchas monedas recién acuñadas.
El misterio de la «Casa del Diablo» había sido esclarecido: los responsables del ruido nocturno no eran seres del averno, sino astutos monederos que, como su nombre indica, se dedicaban a acuñar moneda falsa y darle curso; al tener constancia del escándalo creado, los bribones huyeron a través de una galería subterránea que ellos mismos habían construido.
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Aunque los vecinos respiraron aliviados, el inmueble siguió siendo conocido como la «Casa del Diablo». Por eso el rico propietario que la compró a mediados del siglo XVIII no tuvo más remedio que levantar un nuevo caserón sobre los restos de aquel y, para borrar definitivamente el incómodo estigma, bautizarlo como la «Casa de la Media Naranja», apodo derivado de la bóveda semiesférica que cubre el cuerpo central y sobresale del conjunto del edificio.
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