Escarmiento al conde huraño y explotador
Una curiosa leyenda popular explica la creación de los cerros segovianos «Montón de Trigo» y «Montón de Paja» a raíz de una reprimenda divina
Su silueta llama la atención porque semeja los montones de trigo y paja que se formaban en las eras cuando se aventaba el cereal. De ahí sus nombres, tan peculiares: «Montón de Trigo» y «Montón de Paja». Visibles desde Torredondo y Perogordo, barrios incorporados a Segovia capital, estos dos cerros-testigo estuvieron unidos hasta ser erosionados por ríos y arroyos como el de Valdepoyos, cuyo valle los separó. Lo importante, a nuestros efectos, es que su denominación remite a tradiciones populares que explican su génesis a partir de episodios impactantes que sucedieron en tiempos medievales.
En efecto, para muchos lugareños, hablar de los cerros «Montón de Trigo» y «Montón de Paja» equivale a viajar en el tiempo hasta esas ricas tierras que, supuestamente, pertenecieron a un huraño y avaricioso noble, poco dado a la compasión. Era el conde de Puñonrostro un personaje cruel, tacaño y codicioso, un patrón explotador que, a decir de la leyenda popular, asfixiaba a sus peones a base de un trabajo extenuante y a cambio de un estipendio miserable.
La fábula nos pone delante de un cuadro previsible: cientos de pobres de solemnidad, peregrinos y mendigos que, a cambio de poder sostener su penosa existencia, ofrecían sus manos y hasta sus vidas al noble propietario. Un año en el que la cosecha fue especialmente próspera, transformada y acumulada, celosamente, en dos grandes montones de trigo y paja, el número de pobres que acudió a pedir socorro al conde de Puñonrostro fue igualmente espectacular. Tanto, que éste no tardó en mostrar su contrariedad, empeñado como estaba en sacar el máximo rendimiento a esa magnífica cosecha.
Fue entonces cuando llegaron hasta él dos vagabundos, hambrientos y desesperados, para implorarle una migaja de su imponente riqueza. La respuesta del conde, que en ese preciso momento se encontraba en las eras aventando un montón de grano, no se hizo esperar: «No tengo nada que daros». Fue entonces cuando uno de los mendigos, al oír tamaña falsedad, le replicó: «Y ese montón de grano que tienes ante la vista, ¿qué es?» «No es grano, sino tierra», replicó el conde con sequedad. «¡Permita Dios que se te vuelva tierra!», le espetó el pobre antes de emprender la marcha junto a su compañero.
Apenas habían dado unos cuantos pasos cuando, de pronto, el cielo comenzó a oscurecerse, la penumbra precedió a los truenos y estos a una tormenta de pedrisco, rayos y demás inclemencias. Entonces echaron la vista atrás y observaron cómo aquellos colosales montones de trigo y paja se habían convertido, merced a una extraña y fabulosa fuerza mágica, en cerros de piedra y pesada arcilla, tan áridos que ya nada producirían. Aquel augurio, siniestro y justiciero, del mendigo más audaz se había hecho realidad: la imponente cosecha del conde se había trasmutado en dos enormes montones de tierra dura y seca.
«No solo la cosecha de aquel avaro se convirtió en tierra y piedra, sino que también la medida que ya tenía preparada para medir el trigo, y el rasero, se transformaron en piedra, y éste cuentan que está colocado en el umbral de la puerta de Torredondo (…), y la medida dicen que sirve de pila para abrevar los ganados del mencionado pueblo», escribía Gabriel María Vergara en su clásica obra 'Tradiciones Segovianas'.



Algunas versiones de la leyenda aportan un inesperado giro religioso al maleficio merecido, presentando al avaricioso noble hincado de rodillas, arrepentido y contrito, reconociendo públicamente su pecado y cayendo en la cuenta de que aquel pobre que le había salido al paso era, en realidad, el mismo Cristo que le había castigado. La siguiente escena, más que previsible, nos lleva al conde haciendo votos por reparar el mal, repartiendo su riqueza entre sus convecinos, aplicándose cilicios y haciendo firme promesa de fundar, frente a su casona, el convento de Nuestra Señora de la Merced, que sería demolido en el siglo XIX.
De esta forma, el de Puñonrostro habría muerto al poco tiempo de expiar sus pecados, pobre de solemnidad pero contento y orgulloso al ver cómo construían el templo, donde, por cierto, él mismo sería enterrado. Como testigos privilegiados de esta ejemplarizante historia habrían quedado los dos cerros, «Montón de Trigo» y «Montón de Paja», que -remata la leyenda- desde aquel mismo momento empezaron a divisarse desde Torredondo. Incluso hay quien dice que el conde de Puñonrostro se llamaba Pedro el Gordo, nombre que daría lugar a Perogordo.
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