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«La calle Duque de la Victoria apenas tiene cosas viejas que contar. Su historia pertenece al presente y al porvenir», decía hace 90 años el cronista de El Norte de Castilla que, en julio de 1929, se dio un paseo por la calle y ... visitó sus principales negocios para contar después la actividad que allí se vivía a los lectores del periódico.
Decía el autor del artículo que la calle Duque de la Victoria era (es) «en Valladolid el testimonio del siglo XX, de la vida actual, moderna y progresiva de la ciudad, y más aún todavía: de su futuro optimista«. «Sus edificios, su comercio, todo el ritmo diario de su vida dan en ella esta poderosa sensación, fuerte y joven, de alegría y vitalidad».
La vía, que ya en el siglo XIII era conocida como calle de los Olleros (aquí era donde estaban quienes fabricaban ollas), recibió su nombre actual en abril de 1856, en agradecimiento a los títulos que el militar Joaquín Baldomero Fernández Álvarez entregó a la ciudad en 1854.
«Las largas paradas de taxis, el cruce incesante de autos, tranvías y autobuses públicos, el movimiento a todas las horas del día marcan estos trazos modernos de la calle magnífica que enorgullece a Valladolid y ostenta una vida comercial próspera y brillante«, escribía el autor del artículo, quien reconocía que para el periódico tenía esa arteria un significado especial.
«En ella se levanta la casa de El Norte, nuestro propio hogar. Es esta calle la primera que recibe el rumor de los grandes sucesos, las noticias inesperadas. En ella ve el periodista amanecer todos los días, cuando el trabajo ha terminado, la rotativa empieza a perpetuar en nuestras páginas todas las noticias y un ejécito de vendedores (modestos y constantes camaradas) extiende por todos los rincones de la ciudad estas páginas que han nacido en la calle del Duque de la Victoria«.
Tenía entonces El Norte cien años menos de historia (ahora celebra su 165 aniversario) y se presentaba ante los lectores como un vecino más de una calle plena de actividad comercial. Junto a la redacción de El Norte estaba la Imprenta Castellana. «Una imprenta única de la región que cuenta con modernísimas máquinas de componer, rotativa para grandes tiradas, estereotipia y los grandes talleres de fotograbado«. Y junto a ella (con talleres en Montero Calvo 17 y oficinas en Duque de la Victoria, 31) Foto Castilla. Se publicitaba con su oferta para trabajos »montados con arreglo a los útlimos adelantes, con técnicos especializados, dibujantes y fotógrafos propios«.
En el número 22 estaba el comercio de Gil San José Hernando, un hojalatero y vidriero. «Esta casa, fundada en 1860 por don Modesto San José y hoy regida por su hijo, Gil San José Hernando, se encarga de toda clase de trabajos en zinc, plomo, pizarra, hoja de lata o cristal, canalones y cañones bajantes, rótulos lumniosos, letras de zinc y vidrieras en colores, de adorno y dibujo«.
El paseante que hace 90 años caminara por Duque de la Victoria encontraría en el número 7 el negocio de Niceforo Hernández. «Nadie haga sus compras sin antes visitar esta casa», se publicitaba.
Compartía número con la joyería y platería de P. Lobato (sucesor de Cuadrillero). «No olvide esta dirección cuando desee adquirir una cosa buena», decía la publicidad del periódico, que recordaba que se ofrecían «precios normales», no fuera a ser que la promesa de buena joyería echara para atrás a los clientes. «Alhajas de suprema elegancia e imponderable valor. Gran variedad en pulseras de pedida, relojes de oro y platino, sortijas, alfileres, etc. etc. Metales y piedras preciosas siempre a elección del clientes para la confección de sus encargos».
Le seguía, en el número 13, la casa C. Sánchez. «La más antigua y económica en tejidos de todas clases, colchas, mantas para cama y viaje, cortinajes, alfombras, géneros de punto, velos, mantos y peletería. Cuarenta años de comerciar en las mejores calidades a los mejores precios».
Y en el número 15 se encontraba Casa Villarrubia, que ofrecía mercería, paquetería, género de punto, juguetes y una sección de 'todo a 0,95 pesetas'.
Un poco más avanzada la calle, en el número 19, estaba la fábrica de sombreros para señora y niños García Hermanos. «Siempre novedades».
También en la acera de los impares, en el número 21, estaba Casa Virto, «dedicada a los artículos de sastres y modistas», con «gran taller de plisados y vainicas».
En la acera de enfrente, la de los números para, la oferta incluía en el número 4 Casa Giménez. «Esta es la sastrería predilecta del público más exigente para vestir bien. Inmenso surtido en pañería. Confección impecable. No se demora ningún encargo en ninguna época«.
Con el mismo número 4 se presentaba el Café Madrid. Su propietario, Gregorio Huidobro, presumía de «servicio esmerado, exquisito café concentrado, licores de legítimas marcas». «Es el preferido del buen público a la salida de los espectáculos por sus chocolates, sus helados y viandas de todas clases».
Unos pasos más allá, en el número 18, estaba el almacén de calzado, alpargatas y zapatillas Juan M. Calvo. «Gran surtido de calzados de lujo a precios baratísimos», decía el anuncio, donde se recordaba que su teléfono era el 2.410.
Y, además, en la calle estaba el Círculo de Recreo y el «suntuoso edificio levantado por la Compañía Telefónica Nacional para la instalación de todos sus servicios».
«Las ventajas que representa el teléfono automático para las comunicaciones urbanas son apreciadas ya por todos los hombres y entidades que dedican sus esfuerzos al comercio, la industria o la banca. Ha sido para Valladolid una gran mejor la innovación de las antiguas redes y la capital corresponde con la Compañía, enviándole diariamente muchas órdenes de alta en el servicio, al cual atiende con un cariño e interés que le hace deseables los más grandes aciertos», decía el publirreportaje publicado en julio de 1929.
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