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«Muere doña Isabel de Osorio, que pretendió ser mujer del rey Felipe II, que ella tanto se ensalzó por amarlo mucho». La famosa sentencia de Luis Cabrera de Córdoba en su monumental historia del reinado del monarca vallisoletano no era un secreto, ni mucho menos. Los intensos amoríos de Felipe II con la burgalesa, a la que autores coetáneos caracterizaron como una mujer culta, bella y enérgica, han alimentado conjeturas de todo tipo. Se habla, por ejemplo, de una turbulenta relación de más de quince años, del corazón roto de una mujer que, aguardando el sí definitivo del monarca, nunca contrajo matrimonio, de hijos bastardos no reconocidos por aquel y de un trato de favor millonario que la convirtió en despótica señora de la localidad burgalesa de Saldañuela.
Lo cierto es que Isabel de Osorio descendía de una influyente familia de la provincia de Burgos. Su padre, el judeo-converso Pedro de Cartagena y Leiva, era señor de Olmillos y entre sus antecesores figuraban importantes cargos políticos, incluido un regidor de Burgos en el siglo XV. También su madre, María de Rojas, atesoraba un linaje en el que destacaban figuras de primer orden en la jerarquía eclesiástica.
Poco se sabe, sin embargo, de su infancia y juventud burgalesas más allá de su presunta fecha de nacimiento, que suele ubicarse, también sin seguridad, en 1522. El dato cierto es que su temprana orfandad motivó que su tío, el montero de la Corte Luis de Osorio, hiciera las veces de progenitor. Ella, agradecida, adoptó su apellido. También están acreditados sus servicios como dama de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V y, por tanto, madre de Felipe II, hasta su muerte en 1539. Fue entonces cuando pasó a ejercer el mismo cargo con las infantas Juana y María de Austria, lo que la llevó a residir en la localidad zamorana de Toro. Juana y María se dedicaron también al cuidado del infante Carlos de Austria, hijo del matrimonio entre Felipe II y María Manuela de Portugal, circunstancia que, unida a las buenas condiciones cinegéticas de la zona, explicarían las continuas visitas de Felipe II. Pero la verdadera razón, señalan algunos especialistas, era la magnética presencia, en Toro, de la bella burgalesa.
En efecto, viudo de su primera esposa desde 1545, entre este año y 1548 sitúan los biógrafos del rey su primera e intensa etapa amorosa con Isabel de Osorio, de quien se quedó prendado con ya con 17 años. Una relación platónica que hubo de interrumpirse cuando Felipe II asumió las primeras tareas de Estado, lo que le obligó a trasladarse a Bruselas. Era 1548. Fue entonces cuando entró en contacto con su adversario Guillermo de Orange, empeñado en divulgar una leyenda negra española que pasaba por asegurar que el rey había contraído matrimonio en secreto con su amante, circunstancia que invalidaría sus tres enlaces posteriores. Sin embargo, no existen evidencias documentales de tal circunstancia.
A su regreso a España, en 1551, ya como lugarteniente general y gobernador por la ausencia de su padre, Felipe reanudó las relaciones con la burgalesa. Fueron otros tres años de idílicos amoríos, que quizás hicieron albergar en Isabel la esperanza de convertirse en la única mujer del rey. Pero no fue posible: en 1554, el monarca contrajo matrimonio con María Tudor, lo que le obligó a trasladarse a Inglaterra y poner fin a su clandestina relación. Eso sí, se llevó consigo dos preciosos lienzos que encargó a Tiziano: 'Venus y Adonis' que, presumiblemente, representaría a la pareja de amantes, y 'Danae recibiendo la lluvia de oro', que sería un retrato de Isabel de Osorio. Ésta nunca se casaría.
En 1556 convenció al monarca para adquirir de la Hacienda Regia los lugares de Saldañuela y Castelbarracín, logrando además que él le otorgara juros por valor de dos millones de maravedíes. Fundó allí Isabel su señorío y construyó un modesto pero espléndido palacio –hoy propiedad de la Fundación Caja Burgos- en el que estableció su residencia permanente a partir de 1562. Por su despotismo en el ejercicio de su jurisdicción, los habitantes de Saldañuela entablaron litigio contra ella y tildaron su morada de «Palacio de la puta del Rey». Quizás para remediar en lo posible esa fama, Isabel también fundó el Convento de Trinitarias de Sarracín, donde falleció en 1589. Sería enterrada en la ermita del Santo Cristo de los Buenos Temporales.
Al morir sin descendencia, nombró heredero único de sus territorios a su sobrino Pedro de Osorio, que también fue objeto de trato de favor por parte de Felipe II. Este hecho ha llevado a varios autores a sostener que, en realidad, Pedro era el hijo bastardo y no reconocido del rey con Isabel.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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