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En el Colegio de los Ingleses fue enterrado Francis Cottington tras su muerte en junio de 1652; en 1679, su cuerpo fue trasladado a la abadía de Westminster. MINISTERIO DE CULTURA
El embajador inglés cautivado por Valladolid

El embajador inglés cautivado por Valladolid

Francis Cottington, encargado de negociar el matrimonio del príncipe de Gales con una infanta española, compró una casa en el barrio de San Andrés, donde falleció en 1652

Martes, 20 de diciembre 2022, 00:10

Llegó por primera vez a Valladolid en septiembre de 1623, en plenas negociaciones para unir en matrimonio al príncipe de Gales y a la infanta María Ana de Austria. Lord Francis Cottington, diplomático y noble inglés, aún no sospechaba que aquella ciudad de aproximadamente 20.000 habitantes, que pocos años antes había sido capital de la Corte, se convertiría en el remanso de paz de sus últimos días. Nacido en 1579 en el condado de Somerset, en 1609 entró en Madrid como secretario del nuevo embajador inglés, Charles Cornualles. La corona inglesa, en manos de los Estuardo, ponderó de tal manera su labor, que tres años después lo ascendió a cónsul general de Andalucía para, entre otras misiones, proteger los intereses de los comerciantes británicos.

Regresó a Londres en 1613, como miembro del consejo privado de Jacobo I. Entre sus cometidos más importantes figuró el encargo de negociar cerca del embajador español, conde de Gondomar, el matrimonio del príncipe de Gales, Carlos Estuardo, con la infanta española María Ana de Austria, con objeto de evitar el enlace entre aquel y Cristina María de Francia. Durante su segunda estancia en España estableció firmes lazos de amistad con Gondomar y abandonó su fe protestante para abrazar el catolicismo. En 1623 acompañó al príncipe heredero y al duque de Buckingham en su viaje a Madrid para ultimar los detalles del matrimonio con la infanta española, el cual, sin embargo, no llegaría a celebrarse.

Fue en ese momento cuando Cottington pisó por primera vez suelo vallisoletano. Era el 15 de septiembre de 1623. Luis Fernández Martín reconstruyó su periplo en un artículo publicado en 1991: después de dormir en Olmedo y de almorzar en Puente Duero, entró en la ciudad a las dos y media de la tarde. Al Ayuntamiento no ahorró en gastos para dedicarle un gran recibimiento. Lo primero que hizo fue mandar regar con ocho cubas las calles desde la Puerta del Campo hasta el Palacio Real, en cuya plaza se celebró un espectáculo con fuegos. A Cottington lo recibieron con música de trompetas, atabales, clarines, ministriles y cajas, con las tiendas y las casas engalanadas y con las campanas de todas las iglesias repicando. El propio Consistorio se adornó con hachas y luminarias.

El de Somerset durmió en el Palacio Real, al día siguiente almorzó en Dueñas y descansó en Palencia. Su itinerario terminaría en Santander, donde embarcó hacia Inglaterra. Una vez repuesto del fracaso del acuerdo matrimonial, en 1629 fue nombrado consejero privado del rey, canciller de Hacienda y embajador en propiedad cerca de la corte de Felipe IV. Fue Cottington, de hecho, el encargado de negociar las condiciones de la firma del Tratado de Madrid, de 1630, que pondría fin a la guerra anglo-española iniciada en 1624. Nuestro protagonista no volvería a España hasta 1649, en un contexto muy diferente: el de la segunda guerra civil inglesa.

Imagen principal - El embajador inglés cautivado por Valladolid
Imagen secundaria 1 - El embajador inglés cautivado por Valladolid
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En efecto. La pugna entre el rey de Inglaterra y el Parlamento, liderado por Oliver Cromwell, se saldó con la imposición de este último y la proclamación de un régimen republicano. Cottington, que ya entonces se había exiliado junto a Carlos II, trató de conseguir el apoyo de Felipe IV a la causa realista. Eran sus últimos años de vida. Cautivado por la ciudad del Pisuerga, decidió fijar su residencia definitiva en Valladolid, donde había establecido una estrecha amistad con los colegiales y profesores ingleses del Real Colegio de San Albano, comúnmente conocido como Colegio de los Ingleses, por lo que compró una casa en la cercana parroquia de San Andrés.

Falleció en la noche del 18 al 19 de junio de 1652. En su testamento, otorgado tres días antes, dejó 100 reales para los conventos de Carmelitas, Angustias, Mercedarios y Trinitarios, «a la imagen de Nuestra Señora de las Injurias [la Vulnerata] una joya de diamantes», y 20 libras de oro cada año, durante toda su vida, a los tres criados que le sirvieron durante su estancia en la ciudad. Su cuerpo permaneció en el Colegio de los Ingleses hasta 1679, año en que fue trasladado a Londres para ser enterrado en la abadía de Westminster.

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