
Dos cadenas y un caudillo
TIEMPOS MODERNOS ·
«Tardamos muchos años en tener tele (...). El aparato costaba un pastón, que casi todas las familias pagaban a plazos»Secciones
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«Tardamos muchos años en tener tele (...). El aparato costaba un pastón, que casi todas las familias pagaban a plazos»Como he contado alguna vez llevo un tiempo suscrito a una de esas plataformas televisivas que tienen de todo. Al principio lo cogí con mucha ilusión, pero me estoy cansando de ir de una serie de policías donde los agentes de la ley son igual de malos o peores que casi todos los delincuentes que atrapan, a otra de un financiero dedicado a lavar tropecientos millones de dólares de procedencia más oscura que los cataplines de un grillo. Como ambas tienen lugar en Chicago, que fue donde hizo carrera Al Capone, se me han quitado las ganas de visitar la ciudad: primero, porque soy persona de orden, y segundo porque lo único que necesitaría blanquear es algo de ropa interior, y para eso basta un poco de lejía. Además, si lo que he visto en dicha serie policiaca es cierto sería capaz de recorrer los sitios donde los polis corruptos y vengadores enterraban a los malos sin juicio y sin tener que dar explicaciones. Ni magistrados, ni jurados, ni defensas ni acusación: un tiro a bocajarro y asunto resuelto; luego, un wisky a palo seco y aquí paz y después gloria.
Convencido de que esas cosas de las series citadas solo pasan en la ficción, llamo a mi amiguete Luis J., mi policía de cabecera, para que opine de la corrupción policial, aprovechando que en su día estuvo en Asuntos Internos. Me dice que «en todas partes cuecen habas, y España no se libra de polis corruptos, aunque mi experiencia es que los sobornables son muchos menos que en Estados Unidos, sobre todo si nos guiamos por esas series de televisión que tanto te gustan». Para tranquilizarme me asegura que en España «eso de descerrajar un par de tiros a un detenido no pasa nunca». De todas formas, para no darle toda la razón le recuerdo que hace pocos meses fueron desmantelados dos clanes de policías y guardias civiles dedicados a traficar con hachís y cocaína, negocio con el que movieron más de quinientos millones de euros, que no es ninguna broma. «Claro que me acuerdo, dice mi informador, porque fue una de las operaciones más importantes de los últimos años que han hecho perder cientos de millones a los autores. Pero de ahí a matar a los delincuentes hay un trecho muy largo. Así que olvídate, Canta, que Pucela no es Chicago». Gracias a Dios, añade un servidor.
No podría decir si la suscripción a la plataforma es barata o cara, aunque el chaval que la instaló, David Pascual, me juró por sus muertos que era «un auténtico regalo al que le vas a sacar mucho partido porque es difícil no encontrar lo que te interese». Pero pierdo tanto tiempo en elegir el menú que rara vez me trago algo de principio a fin y, tras hacer que salgan chispas del mando a distancia, me piro a la cama. No obstante, tengo algunas series apuntadas a la espera de que haga más frío y pueda verlas cerca del radiador: 'Mentes criminales', 'Alerta Cobra' y mi preferida: 'Los Borbones, una familia real' que, como dije en un artículo anterior, es una tropa de mucho preocupar.
Esta inabarcable oferta contrasta una barbaridad con la televisión que se veía en España cuando servidor (y algunos más, reconózcanlo, por favor) usábamos pantalón campana y chiscábamos los primeros cigarrillos Celtas, Ideales o Bisonte. Cuando comento estas cosillas con mi amigo del alma Josito, primero me dice que se acuerda perfectamente de casi todas esas marcas, pero me afea que haya olvidado una que, además, era su preferida: «los Paxton mentolados, que me hacían toser como un perro, pero me encantaban». Servidor, por el contrario, era de Piper, otro producto idéntico incluyendo lo de la tos perruna.
Pero, en fin, volviendo al tema que nos ocupa, el de las plataformas actuales y la tele que veíamos hace medio siglo, ricos y pobres estábamos atados a las dos únicas cadenas nacionales y ninguna extranjera. No obstante, la primera vez que vi algo en otra pantalla fue en las ferias de Valladolid que se celebraban en el Paseo de Isabel La Católica y que al menos un par de años exhibieron un invento para tenernos entretenidos que no hubiera imaginado el mismísimo Satanás: una cámara instalada en una atracción ferial abierta al público y un televisor grande como un camión de mudanzas que ofrecía las imágenes captadas en el primer sitio. Mi amigo Miguel Ángel Cuadrado recuerda perfectamente aquella experiencia: «mientras algunos de nosotros hacíamos payasadas delante de la cámara, otros pagaban por verlas en una caseta un poco más alejada». Su hermano Julito, mellizo como él, se gastaba dos o tres pesetas de la propina para ver cómo el tato saludaba dando saltos y mirando a cámara. «Era una chorrada, dice ahora, pero resultaba divertida y podías contar en el barrio que habías visto la televisión por primera vez en tu vida».
Aunque aquella atracción de feria supuso un antes y un después, los mellizos, servidor y casi todo el barrio tardamos muchos años en tener tele en casa, entretenimiento al que solo podían acceder los más adinerados porque el aparato costaba un pastón que casi todas las familias pagaban a plazos. Todavía recuerdo la mala leche que tenían los únicos pudientes de mi calle cuando compraron la primera tele, que en cuanto veían que nos acercábamos a su ventana a mirar la pantalla desde la calle corrían las cortinas. Unos «ratas», según los hermanos Cuadrado que todavía recuerdan aquellos armatostes de cadena única que, años después, pasaron a ser dos: VHS y UHF, que cambiaban girando un botón enorme que tenías que levantarte a mover porque todavía no se había inventado el mando a distancia y lo más parecido era un cable de un par de metros de longitud dotado de una pera que permitía apagar el televisor.
Y todo para ver la carta de ajuste, a Mariano Medina, el hombre del tiempo, y a Franco, caudillo de España, que en Navidades entraba «en el hogar de todos los españoles» para recordarnos en fecha tan señalada «el profundo sentido histórico del Movimiento Nacional, que nada tiene que ver con la dictadura», porque aquel régimen estaba «asentado en la aclamación, el plebiscito y la adhesión inquebrantable del pueblo español».
Ni que decir tiene que en días así era absurdo cambiar de cadena porque las dos únicas daban lo mismo y a la misma hora. ¡P'habernos matao!
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