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Cervantes se refirió a ella en uno de sus conocidos entremeses, aparece con frecuencia en la literatura del barroco, Walter Scott la cita en sus poemas y el alemán Jerónimo Mühnzer la popularizó por buena parte de Europa a través de sus escritos. La Cueva de Salamanca es una referencia de primer orden en el esoterismo español. El imaginario popular la ubica en lo que fue la cripta de la antigua iglesia románica de San Cebrián o San Cipriano, en la actual Cuesta de Carvajal.
En ese legendario enclave impartía el mismísimo Diablo, disfrazado de sacristán, clases de nigromancia (magia negra o diabólica) y brujería a siete estudiantes salmantinos durante siete años a la luz de una vela. Era el siglo XIV, y solo se podía acceder a la tenebrosa sala de estudio a través de enrevesados laberintos. A cambio de aprender las negras artes de Satán, un estudiante elegido al azar debía pagar por todos ellos quedándose para siempre junto al maestro.
Uno de aquellos aprendices era Enrique de Aragón, marqués de Villena, bien conocido en la ciudad por su afición a la brujería. Y fue él, precisamente, el elegido en el temible sorteo. Evidentemente, la idea de quedarse para siempre junto al maléfico no le sedujo lo más mínimo. Mientras pasaba el tiempo encerrado en la cueva, ideó una inteligente estratagema para librar su alma: un día que el maestro estaba ausente, se escondió en el fondo de una tinaja repleta de objetos, procurando que estos quedaran a la vista tal y como estaban antes de introducirse. Además, dispuso los libros y demás artilugios de brujería de forma que pareciera que había logrado volverse invisible.
Cuando aquel entró de nuevo, se quedó estupefacto; buscó al aprendiz con denuedo, por todos los rincones, pero no pudo hallarlo. El Diablo, creyendo que el muchacho había logrado la invisibilidad, salió de manera apresurada dejando la puerta abierta, momento que aquel aprovechó para escapar y alojarse en la iglesia. En ella pasó la noche entera, hasta que a primeras horas de la mañana abrieron las puertas del templo y pudo zafarse por completo. Al salir, sin embargo, hubo de renunciar a su sombra para no ser delatado por ella.
Siguiendo este último apunte, otras versiones señalan que el marqués engañó al Diablo pero no con el truco de la tinaja, sino entregándole su propia sombra a cambio de la libertad, por lo que a partir de entonces se vio obligado a andar sin ella, circunstancia que le dejaría marcado de por vida como discípulo del Maligno. En 1500 se tapió la cueva y ochenta años después el templo, ya en ruina, se cerró al público. En los años 90, el Ayuntamiento inició labores de restauración que serían completadas a finales de agosto de 2019. Hoy en día es uno de los atractivos turísticos de Salamanca, y saluda a los visitantes con un busto del marqués de Villena en la entrada.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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