Lo del diablo no funciona
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Aunque tampoco tengo mucho que agradecer a los Magos, un año me trajeron un mecano con el que se construía un cochecito que había pertenecido a Vicentín Caldera, hijo de un matrimonio adineradoDentro de nada los niños serán apedreados con caramelos por los Reyes Magos de Oriente, tan mágicos que están en todas partes a la vez. Aunque todavía pueda parecernos un poco lejano, mi amigo José Ángel Marín, exempleado municipal, me ha asegurado que algunos operarios del Ayuntamiento se afanan desde hace días en repintar carrozas, atusar pelucas y comprobar que las polillas no se han zampado del todo los vistosos trajes de Melchor, Gaspar y Baltasar. Los mayorones que sabíamos quiénes se escondían tras las barbas blancas o la pintura negra somos conscientes de que tendremos que llevar, una vez más, a los 'enanos' al desfile sin hacer el más mínimo comentario que apague su ilusión, lo más hermoso de la infancia. Porque el próximo jueves cinco de enero no es un día cualquiera, sino el DÍA en el que la chavalería espera la visita nocturna de esos Reyes que dejarán, en muchas casas, regalos más o menos similares a los que pidieron, a los que soñaron.
Como periodista de raza que intento ser desde hace medio siglo (¡madre mía, qué viejuno!) hago un recorrido por algunas jugueterías para saber cuáles son los regalos más solicitados a los payos de Oriente. Gracias a José Antonio Mínguez y Felipe Gutiérrez, dueño y encargado de sendos establecimientos jugueteros, me entero de que lo que va a llenar el zurrón de los Magos van a ser «la Nintendo, las bicis con y sin pedales y el bebé Yoda, entre otros», según el primer consultado; y una Nancy con un set que contiene «un tocador y una banqueta con soporte para poder sentar y sujetar a la muñeca y más de 20 accesorios para jugar a peinar y maquillar» a la interfecta, según Gutiérrez. No obstante, como la oferta me parece poco original, contacto con Damián Cifuentes, responsable de una de las jugueterías más famosas de la ciudad, que me da la razón confirmando que, aunque parezca mentira, siguen llevándose los juegos de cartas como uno que ya tiene dos o tres años y se llama 'Virus' que «consiste en eliminar los microbios de un cuerpo partiendo de cuatro órganos sanos, vacunados o inmunizados». Qué cosa tan práctica…
Todo esto contrasta con los regalos de muchísimos señores de mi edad que en general esperábamos poca cosa de los Magos de Oriente, no por falta de fe en el asunto sino porque no eran nada generosos, o al menos así me lo parecía a mí. Haciendo memoria de las joyitas que me trajeron desde que era un mocoso hasta que me puse a trabajar recuerdo una espada de madera que hicieron en el taller de carpintería del colegio gracias a la intervención de mi santa madre ante el prefecto, que era malo como un dolor de muelas. Mi amigo Pablito Martín, recuerda de él «las bofetadas que metía sin ton ni son. Un tío de casi cuarenta tacos partiéndole la cara a un mocoso de ocho o diez años es para volver a clase con una recortada y montar una escena similar a las de Holocausto caníbal». Sin embargo, el muy cabrón tenía siempre un as en la manga: «se lo digo a tu padre». Como he contado alguna vez y para regocijo general, un progenitor cuyo hijo había sido brutalmente apaleado entró en plena clase con el cura impartiendo enseñanzas del catecismo y le espetó un «si vuelves a tocar a mi chico te saco las tripas fuera», tras lo cual añadió un sonoro insulto destinado a la mamá del sacerdote, que se quedó lívido.
Para completar el 'cuadro' de aquellos días tan esperados por los críos como vacíos de regalos potentes, le pregunto a mi señora (que es mucho más joven) qué recuerdos tiene de las primeras visitas de los viajeros de Oriente. Antes de soltar información me recuerda que me lo habrá contado «decenas de veces, pero como nunca me haces caso…». No obstante, siempre canta la gallina: «el mejor de todos fue la muñeca 'Mariloli', que era guapísima». Lo malo es que el esperado regalo navideño se «jodió cuando me dio por lavarle la cabeza porque, como sabes, de mayor quería ser peluquera». El caso es que metió a su moña en una palangana y la frotó el cuero cabelludo con agua y jabón, mezcla que a los dos minutos deshizo por completo la chola de la muñequita de cartón, lo que le trajo, según ella, dos disgustos: «quedarme sin juguete hasta el año siguiente y llevarme unos zapatillazos de mi madre».
Aunque tampoco tengo mucho que agradecer a los Magos, un año me trajeron un mecano con el que se construía un cochecito que había pertenecido a Vicentín Caldera, hijo de un matrimonio adinerado al que no conocía de nada. Como el vehículo estaba montado y entre los complementos llevaba un pequeño destornillador, lo desmonté sin demasiados problemas, a pesar de que (ya desde entonces) no tenía todos los dedos conectados al cerebro. Al cabo de diez o quince minutos, el automóvil estaba enteramente desguazado y… ¡listo para ser montado de nuevo! Fui ahí donde empezó mi lucha contra un imposible porque no se trataba solamente de rearmarlo sino de que la que manejaba la zapatilla no me diera en los hocicos.
Ante la imposibilidad de unir todas las piezas (que serían seis o siete, como mucho) se me ocurrió una solución: escribir en un papel una promesa y colocarla en la parte trasera de un cuadro de La Sagrada Cena que teníamos en el único dormitorio de la casa. El texto no podía ser más explícito: «Satanás, te doy mi alma si me ayudas a montar el mecano». ¡Lo juro! Como jamás obtuve respuesta de Belcebú el coche quedó desguazado para siempre, y el cabrito demonio me castigó con una miopía y la calvicie que exhibo desde que tenía menos de treinta tacos.
Jamás pillé un puto caramelo de los que tiraban los Magos en la Cabalgata, ni siquiera el año que estuvo de Rey Melchor mi amigo y colega Paco Forjas, que me había prometido echar un puñadito al pasar junto a mí. Cuando le reproché su olvido me soltó: «coño, Canta, pensé que lo decías de broma…».
¿Y qué me he pedido yo, ahora que estoy bien situado? Unos tests de antígenos que andan tirados de precio, un termómetro para sustituir al de cristal y unos anti diarreicos por si vuelvo a pillar el covid. Ni lo permita Dios.
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