
Devorados por el Esgueva
Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
Las inundaciones del 28 de marzo de 1924 anegaron más de 400 casas y dejaron sin vivienda a centenares de familiasSecciones
Servicios
Destacamos
Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·
Las inundaciones del 28 de marzo de 1924 anegaron más de 400 casas y dejaron sin vivienda a centenares de familiasLos rumores, cada vez más alarmantes, comenzaron a difundirse hacia las siete de la mañana: «El Esgueva se está desbordando». Enseguida, la realidad superaba al peor de los presagios y los barrios de Pilarica y Vadillos terminaban completamente inundados.
Lo que ocurrió en Valladolid el 28 de marzo de 1924 fue, según informes de ingenieros coetáneos, la mayor inundación sufrida en 30 años. Las intensas lluvias, unidas a las nevadas del invierno, habían terminado por desbordar el cauce del Esgueva, por otro lado pésimamente conservado. No era, ni mucho menos, la primera vez que ocurría.
Fue a finales del siglo XIX, en el contexto del plan general de saneamiento diseñado por el ingeniero Uhagón, cuando el del Esgueva irrumpió como uno de los problemas más acuciantes a resolver por la Corporación municipal. Sus dos ramales, en efecto, atravesaban la población al descubierto: uno iba desde Prado de la Magdalena por la calle Esgueva, Paños de la Catedral, Platerías y Val hasta desaguar en el Pisuerga, y el segundo arrancaba de la Puerta de Tudela, atravesaba Panaderos y llegaba a la calle Rastro para desembocar en El Espolón.
Las incomodidades y, sobre todo, la grave falta de higiene que suponía este paso del río, en el que los ciudadanos solían desaguar las inmundicias, hizo necesario construir un nuevo cauce y cerrar los ramales; como señala María Antonia Virgili, el impacto de la epidemia del cólera en Francia, en los años 30 del XIX, y su extensión a España aceleraron la voluntad edilicia en este sentido.
Iniciado el cubrimiento del ramal norte en noviembre de 1848, 42 años después, el plan diseñado por Uhagón aseguraba que sólo el ramal sur permanecía descubierto en algunos tramos. Las obras de desvío de ambos ramales desde el llamado Puente Encarnado, su primer contacto con la ciudad, las detallaba de esta manera El Norte de Castilla:
«Desde ese punto el brazo Sur es recogido por el nuevo cauce, y poco más abajo el brazo Norte (seco actualmente), lo es también después de llegar y volver de la antigua fábrica de Garaizábal; ambos, por el nuevo cauce, siguen por detrás del Matadero, y cruzando bajo las carreteras del Valle Esgueva y del Cementerio, cerca del Portillo de los Muertos, y más adelante bajo la de Santander, desemboca en el Pisuerga, en Linares, por un rápido salto de algunos metros de altura».
Aun así, las obras de cubrimiento y relleno no finalizarían hasta la década de los años 20, y no sin serias deficiencias. Debido en parte a estas, pero sobre todo a las lluvias caídas en marzo de 1924, sobrevino la catástrofe: «Este río inunda a Valladolid por dos puntos distintos, y se extiende tanto como jamás se recuerda, y origina destrozos nunca conocidos antes de ser encauzado. Antes y después inundó el Esgueva algunas veces los Vadillos y hasta parte de los Pajarillos Bajos, pero inundación como la de ayer ni se recuerda, ni parecía posible», reconocía el periódico aquel 29 de marzo de 1924.
El desastre había tenido lugar durante la madrugada. En las inmediaciones del Puente Encarnado, a izquierda y derecha de las calles, el agua anegó parte de las Eras de los Ingleses, llegó hasta la calle de la Salud y rebasó las líneas de ferrocarril; en Pajarillos Bajos y Vadillos inundó las huertas, irrumpió en la calle de la Unión y llegó a la Plaza Circular, que quedó convertida en un amplio y profundo lago; luego pasó por la calles de Cervantes y Tudela, llegó al Paseo de San Isidro, entró con furia en las calles Ruiz Zorrilla y Pi y Margal e invadió totalmente la Plaza del Dos de Mayo.
En el tercer foco, detrás del Prado de la Magdalena, las aguas inundaron la antigua fábrica de Garaizábal, el Matadero, la huerta de la Casa de Beneficencia, los paseos y viveros de la Magdalena, transitaron por la carretera hasta el paseo de la Facultad, irrumpieron en la iglesia de San Pedro, llegaron a la calle Sanz y Forés y anegaron parte del convento de Jesús y María, el Seminario y sus huertas. Incluso llegaron hasta el paseo de la Audiencia e inundaron las calles del Paraíso, Marqués del Duero, Esgueva, Solanilla e inmediaciones.
«Hemos recorrido los barrios inundados. La zona cubierta por las aguas comprende gran parte de los barrios de San Andrés, San Juan, San Pedro y Santa Clara. La gravedad del daño es mayor en las barriadas de los Vadillos y los Pajarillos, tan castigados en todas las inundaciones», señalaba en un amplio editorial El Norte de Castilla. Lo cierto es que los destrozos, valorados en más de 40.000 pesetas, sobrecogieron a los vallisoletanos; el periódico calculaba en más de 400 las casas invadidas y en cerca de un millar las familias afectadas, obligadas a buscar un nuevo albergue. Varias viviendas se derrumbaron, sobre todo de «obreros y de otras personas de modesta situación», que en vano habían tapiado puertas y corrales con ladrillos, piedras y arcilla, cuando no con «tierra y escoria de la vía».
La multitud presenció el estrepitoso desmoronamiento de una casa de dos pisos situada en una huerta de la calle de Villabáñez, pero también de varios edificios en San Andrés, de uno en construcción en la Circular y de otra casa de la Plaza de Dos de Mayo, ubicada junto al antiguo cauce del Esgueva, detrás de la calle del Doctor Pedro de la Gasca.
El espectáculo era desolador; la Plaza Circular aparecía surcada por barcos y camiones de las fuerzas de Intendencia y Artillería, mientras cientos de vallisoletanos, sobre todo por la noche, vagaban en busca de un hogar: «Es la hora angustiosa en que muchas familias no saben dónde pernoctar, unos por estar aislados de sus viviendas, situadas en los sitios más extremos, a los que el acceso no es fácil: otros finalmente por estar sus domicilios amenazados a poco que suba el nivel de las aguas. Aquellos momentos son de angustia para mucha gente», informaba el «reporter» de El Norte.
El periódico, que decidió abrir una suscripción popular y encabezarla con 500 pesetas, elogió los trabajos de auxilio de las fuerzas de Intendencia y Artillería, mandadas, respectivamente, por el capitán Mariano Rueda y el teniente coronel Manuel de la Cruz, pero también los ingentes esfuerzos de la Guardia Civil, fuerzas de Seguridad y Vigilancia, bomberos, obreros municipales y Cruz Roja, que instaló puestos de socorro en La Pilarica, en la calle Ruiz Zorrilla y en la Plaza Circular. Por su parte, el arzobispo Gandásegui se dirigió a los Vadillos y, en compañía de su coadjutor, visitó a pie todos los lugares dañados.
Días después, una vez rebajada la intensidad de las lluvias, muchos daban la razón a El Norte de Castilla en el sentido de que el cauce del Esgueva era «insuficiente para contener el caudal del río en avenidas extraordinarias». Además, en un informe elaborado para el Ayuntamiento, Virgilio Antón insistía en que no se había ampliado lo suficientemente el cauce ni se atendía convenientemente su conservación.
Ante ello, en abril de 1924, el Consistorio aprobó ampliar el cauce y mantenerlo siempre limpio y con sección suficiente, para lo cual solicitó ayuda al Ministerio de Fomento; ésta, sin embargo, no terminaría de llegar, pues en enero de 1936 tendría lugar un nuevo y catastrófico desbordamiento del Esgueva.
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Álvaro Soto | Madrid
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.