La voz de alarma la dio Francisco Vázquez, médico titular de La Cistérniga. Era el año 1804. Los algo más de 300 habitantes de la localidad, que en esos momentos era todavía un arrabal de Valladolid, estaban siendo engañados por el maestro, Francisco Armenteros, pues ... desde hacía tiempo actuaba también como cirujano sin tener el título pertinente. Y es que los médicos, para ejercer como tal, debían estar examinados por el Real Protomedicato y sólo ellos tenían facultad para «medicinar y curar». Lo peor, argüía Vázquez, es que los pacientes estaban sufriendo en su propia salud el engaño de Armenteros.
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El mismo Santos Garnacho, alcalde pedáneo de La Cistérniga, dijo haber visto a Armenteros en casa de su vecino Cándido Abendaño haciendo las labores de galeno sin haber sido previamente examinado por la Junta Superior Gubernativa «de dicha facultad de cirugía, medicinar y sangrar». El corregimiento fue implacable, y el 4 de mayo le imponía una pena consistente en 100 ducados y destierro de La Cistérniga a 10 leguas de su contorno, además, por supuesto, de tener que pagar las costas del juicio. El expediente, que puede consultarse en el Archivo de la Real Chancillería, es jugoso.
Armenteros había nacido en la localidad zamorana de Andavías, estaba separado y ejercía como maestro de primeras letras en el arrabal vallisoletano. Y contaba con el favor y el cariño de sus vecinos. Tanto es así, que diecisiete de ellos, encabezados por Ildefonso Tamariz y Manuel Abendaño, redactaron un informe en el que aseguraban que era un hombre bondadoso y honesto, que daba «buenos consejos a todos y hace bien a todos los pobres sin interés ejercitando su mucha cristiandad». El mismo Armenteros se defendió asegurando que eran los propios alcaldes quienes le hacían la vida imposible, no le pagaban por su oficio de maestro de niños, le tenían ojeriza, le endosaban presupuestos falsos y hacían cosas para «desquiciarme»; llamaba envidioso a Vázquez y le acusaba de perseguirle sin piedad y endosarle falsas sangrías para, de esta manera, conseguir que los jueces le expulsaran del arrabal.
Ante ello, el corregimiento decidió anular el auto de la primera instancia y la justicia de Valladolid solicitó nuevas pruebas. El alcalde recurrió al testimonio de Petra Andrés, mujer de Faustino de Afuera que estaba embarazada y que un día, encontrándose algo cansada, recurrió a Armenteros al no encontrar al médico titular en casa. Ante su insistencia, y «por pura bondad», aquel la sangró en casa de Manuel Plaza y en presencia de su mujer, Catalina Calvo. Pero lo peor para Armenteros fueron los casos de vecinos que, después de ser atendidos por él, empeoraron sin remedio. Cándido Abendaño, por ejemplo, murió al poco tiempo, lo mismo que Manuel Domínguez, Tomás Alonso y Bartolomé Diego, a los que también trató de sanar. La misma Petra Andrés ratificó su impericia, pues la había dejado con una «tos continua, efecto hipocondríaco y palidez de semblante».
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Armenteros fue conducido a prisión y sus bienes fueron embargados. Según su propio testimonio, tuvo que acogerse al estatus de «pobre de solemnidad», pues solo tenía una escopeta, tres libros viejos (dos de a cuartilla y uno a medio pliego), cuatro navajas de afeitar con su piedra, un gatillo, un sacamuelas viejo y una manta blanca. Poco después, sin embargo, se descubrió que «había quebrantado la carcelería» y estaba ejerciendo en Santibáñez de Valcorba como maestro. El juez no tardó en intensificar sus pesquisas, y descubrió lo que muchos intuían: que ya en Zamora Armenteros había sido juzgado por el mismo delito que en La Cistérniga, y en el que, para colmo, estaba reincidiendo en Santibáñez. La sentencia definitiva, fechada el 22 de diciembre de 1806, consistió en 100 ducados de multa (más tarde rebajada a 50), seis años de destierro de La Cistérniga, Madrid y los Reales Sitios, y el pago de las costas. Además, por haber acogido a Armenteros como sangrador, el concejo y los vecinos de Santibáñez serían condenados a pagar mancomunadamente unas costas que ascendían a 1.068,8 reales.
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