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Momento en el que Gorbachov presentó su dimisión el 25 de diciembre de 1991. EFE
El derrumbe del coloso comunista

El derrumbe del coloso comunista

La dimisión de Mijail Gorbachov, máximo mandatario de la URSS, el 25 de diciembre de 1991, confirmaba el colapso del socialismo real

Martes, 28 de diciembre 2021, 07:33

Eran las seis menos veinticinco de la tarde cuando, para sorpresa del mundo entero, la bandera roja con la hoz y el martillo, símbolo estatal de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, era arriada de la cúpula del Palacio del Kremlin, en Moscú, y sustituida por la bandera tricolor rusa. Aquel coloso militar, aquella potencia erigida desde los años 20 en faro y guía del mundo comunista, se revelaba, en palabras de este periódico, como «un gigante postrado en peligro de disgregación». Ocurrió hace ahora 30 años, justo el día de Navidad de 1991 y simbolizaba, en efecto, el hundimiento del socialismo real y de su buque insignia a nivel mundial.

La sustitución de la bandera era consecuencia directa de la dimisión de Mijail Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética desde 1985 y jefe de Estado de la URSS desde 1988, víctima de sus propias contradicciones, del fracaso de sus reformas y de la tenaza de los sectores más inmovilistas. Los mismos que el 19 de agosto de 1991, aprovechando que se encontraba de vacaciones en Crimea, habían intentado dar un golpe de Estado para restaurar la ortodoxia comunista. «Llegamos a un punto en que teníamos que tomar una decisión», aseguró el líder soviético el día de su dimisión, «no era posible continuar viviendo en la forma en que estábamos».

Gorbachov, el más joven de cuantos habían dirigido los destinos de la URSS, no tardó en darse cuenta de que lideraba una potencia moribunda, económicamente exhausta, socialmente derrotada y políticamente maniatada por la dictadura burocrática del PCUS. Ya en 1985, según sus propias palabras, comprobó que «el país no marchaba bien», que sus habitantes vivían «bastante peor que en los países desarrollados». La causa era que la sociedad, aseguraba, se «asfixiaba en las tenazas del sistema autoritario-burocrático», condenada a servir a la ideología y cargar con el «horrible fardo del armamentismo», por lo que se necesitaba «cambiar todo de modo radical».

Gorbachov quería reformar el sistema para que el comunismo pudiera actualizarse y sobrevivir. Pero tanto la «perestroika» como la «glasnot», que eran el corazón de la reforma económica y de la transparencia informativa, no dieron los frutos deseados. Incluso introdujeron más confusión y desconfianza en una población demasiado golpeada. Y eso que en los seis años que Gorbachov se mantuvo al frente de la URSS se liquidó el sistema totalitario, se abrió el camino a las transformaciones democráticas, se hicieron realidad las elecciones libres, se avanzó hacia una economía más abierta y se abogó por la independencia de los países satélites, circunstancia ésta que contribuyó decisivamente al derribo del Muro de Berlín y a la caída del comunismo en los países del Este.

«Vivimos en un mundo nuevo, hemos acabado con la guerra fría, disipado la amenaza de guerra mundial, detenido la carrera armamentista y la demente militarización del país, lo que desfiguró nuestra economía, la conciencia y la moral sociales», recordaba aquel 25 de diciembre de 1991; «he abogado consecuentemente por la independencia de los pueblos, por la soberanía de las repúblicas, pero, simultáneamente, por la preservación del Estado, la integridad del país». Esto último no pudo asegurarlo y terminó por forzar su dimisión y diluir la URSS.

En efecto, el 24 de agosto de 1991, una vez abortada la maniobra golpista de los sectores más reaccionarios, Gorbachov renunció a la Secretaría General del PCUS. Nueve días después se disolvía el Congreso de Diputados Populares y, con él, el Soviet Supremo y el gobierno de la URSS. Como fichas de dominó fueron cayendo los apoyos de Gorbachov, cada vez más aislado y abandonado tanto por los comunistas ortodoxos como por los reformistas. Las tres repúblicas bálticas, Estonia, Lituania y Letonia, veían reconocida su independencia al tiempo que Boris Yeltsin, presidente de la Federación Rusa, agigantaba su poder. El golpe de gracia definitivo se lo asestaron el 8 de diciembre de 1991 las tres repúblicas eslavas, Rusia, Ucrania y Bielorrusia, con la firma del Tratado de Minsk y la creación de la Comunidad de Estados Independientes, a la que 14 días después se vinculaban otros ocho estados.

Aquel 25 de diciembre de 1991, fiesta de Navidad, mientras los vallisoletanos aguardaban noticias de una posible huelga de 2.500 transportistas por el aumento de la fiscalidad del gasóleo, y en las carteleras de los once cines que entonces tenía la capital se anunciaban éxitos como 'Thelma & Louise', 'Hamlet' y 'Terminator 2', Mijail Gorbachov y la URSS eran arrastrados por el viento de la historia.

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