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«La apertura total del muro de Berlín, por primera vez en 28 años, convirtió la ciudad en una gigantesca verbena a la que se sumaron los habitantes de los dos sectores para celebrar el ansiado encuentro». La noticia, publicada el 10 de noviembre de 1989, hace ahora 30 años, sorprendió a propios y extraños, pues aunque ya era un hecho que el régimen comunista alemán venía siendo hostigado tanto por la ruina económica como, sobre todo, por la presión social, pocos pudieron imaginar que aquella mole de hormigón de 156 kilómetros, levantada 28 años antes, fuese a ser derribada con tanta facilidad; y, sobre todo, bajo la atenta y pasiva mirada de los guardias de la Alemania oriental.
La sorpresa fue de tal envergadura, que ni siquiera El Norte de Castilla le dedicó un editorial. Aunque el proceso venía de lejos, lo cierto es que se había acelerado un mes antes, cuando el máximo mandatario soviético, Mijaíl Gorbachov, visitó el país con motivo del cuarenta aniversario de la implantación del régimen comunista en esa parte de Alemania. Para sorpresa de muchos, incluido el presidente, Erick Honecker, Gorbachov se despachó con un discurso que más bien parecía un aviso de lo porvenir en el caso de que los dirigentes de la República Democrática Alemana (RDA) no acelerasen las reformas necesarias en un sentido democrático.
El malestar, sin embargo, era más profundo. Ya es sintomático que en agosto de 1961 se tuviera que levantar un muro que dividiera Berlín en dos a causa de la huida incesante de berlineses orientales hacia la zona occidental y capitalista, por más que las autoridades comunistas adujesen que su construcción obedecía a la necesidad de rechazar cualquier ataque de los fascistas e imperialistas de Occidente. El progresivo deterioro de las condiciones de vida, la ausencia de democracia y el asfixiante control del Partido Socialista Unificado de Alemania explican, por ejemplo, que ya a principios de los años 50 se produjeran protestas ciudadanas que fueron duramente reprimidas. Luego, ya en los 80, los factores señalados, unidos a la presión de movimientos análogos en Polonia y a la movilización de la ciudadanía a través de organizaciones opositoras como Nuevo Foro, Renovación Democrática o Democracia Ahora, elevaron la temperatura de la protesta hasta niveles incontenibles.
La decisión de Austria de abrir las fronteras con Hungría, otro régimen comunista, alentó a los alemanes orientales ansiosos de salir del país. Desde el 11 de septiembre de 1989, fecha en la que las autoridades húngaras permitieron dicha salida, se calcula en más de 110.000 los alemanes que huyeron de la RDA a través de Hungría. Un mes más tarde, el todopoderoso Erick Honecker, presidente desde 1976, era destituido de manera fulminante por sus problemas de salud. También él sabía que había perdido la batalla de la confianza popular. El comunismo se hundía en la Alemania oriental, como bien comprobaría su sucesor, Egon Krenz. Por eso cuando el 9 de noviembre de 1989 El Norte de Castilla daba la noticia de que, según declaraciones de Gunter Schabowski, miembro del Politburó y responsable de información, habría elecciones libres en la RDA «con todas sus consecuencias, también para el Partido Comunista», era evidente que se trataba de una huida hacia adelante.
Ya lo decía el propio Schabowski: «Es necesario que el Partido recupere la confianza del pueblo», sabedor de que «el gran déficit de democracia» lo había incapacitado para ello. Hasta se llegó a negociar con la organización opositora Nuevo Foro la celebración de unas elecciones que, señalaba Schabowski, no aventuraban nada bueno para los comunistas. No había que ser un lince para captarlo: durante cuatro semanas seguidas, multitudinarias marchas de protesta en diversas ciudades venían reclamando libertad y democracia, al tiempo que la frontera con Checoslovaquia, abierta desde el 5 de noviembre, veía pasar a miles de alemanes orientales en busca de un presente mejor: más de 100.000, se calculaba entonces. A ellos había que sumar los 11.018 refugiados que habían entrado en la República Federal Alemana solo en las últimas 24 horas.
Todo estaba preparado, pues, para estallar aquella tarde del 9 de noviembre de 1989, cuando en una rueda de prensa internacional, el citado Schabowski anunciaba la aprobación de una nueva ley que permitiría a los ciudadanos germano orientales viajar libremente a todas partes, también a occidente. Cuando los periodistas le preguntaron por la fecha y hora concreta de la medida, Schabowski consultó desordenadamente sus papeles y, balbuceante, contestó: «de inmediato». Fue una imprudencia y un grave error por su parte, pues la ley anunciada establecía que la libre circulación no debía entrar en vigor hasta el día siguiente, para que las autoridades fronterizas pudieran prepararse.
La reacción de miles de berlineses orientales consistió en concentrarse de inmediato frente a las paredes del muro y en los puntos de control para acceder a la otra parte. Las fuerzas de seguridad se vieron desbordadas y no pudieron hacer nada por evitarlo. Hubo líderes comunistas, como Helmut Hackenberg en Leipzig, que se negaron a reprimir a las masas. El muro, aunque todavía en pie, ya era historia. Incapaces de aguantar la presión, antes de las diez de la noche los guardias dejaban salir, controlando todavía la documentación, a los primeros ciudadanos de la RDA por el checkpoint de Bornholmerstrasse. Treinta minutos antes de la medianoche, las puertas se abrían de par en par. Lo mismo ocurriría en los otros seis controles.
«'El muro ha caído', gritaban miles de ciudadanos de uno y otro lado de la ciudad mientras bailaban abrazados junto a la conocida Puerta de Brandenburgo y saltaban la barrera de hormigón ante los ojos de la Policía germano-oriental, que pocas horas antes los habría detenido», informaba El Norte de Castilla. «Con la medida adoptada ayer por las autoridades de la RDA, se mantiene todavía la obligación para los habitantes de pedir un visado de salida, pero su concesión no se limita, como hasta ahora, a ninguna clase de motivos y se concederá inmediatamente sin más preguntas. La decisión de las autoridades de la RDA de abrir sus puestos fronterizos con la RFA y con Berlín Este ha suscitado multitud de reacciones en todo el mundo, en lo que 'de facto' supone la 'caída' del Muro de Berlín», aclaraba este periódico.
La verdadera oleada se produjo en la mañana siguiente, 10 de noviembre de 1989. De aquella jornada son las imágenes de cientos de berlineses escalando el Muro, bromeando ante las miradas impasibles de la policía, e incluso golpeándolo con martillos para derribarlo. Entusiasmados, anhelaban vivir en un país donde no tener que aguantar las colas interminables en los comercios ni casi diez años para poder adquirir un Trabant, el famoso coche de bajo coste que podía circular a 90 kilómetros por hora.
«Debemos derribar el Muro, ya que su significado ha desaparecido tras la apertura de las fronteras. Ahora hemos de luchar por volver a convivir en paz y libertad los vecinos del este y el oeste», declaraba un joven berlinés a la agencia EFE mientras lo golpeaba con un martillo. En los 28 años de vida del muro de Berlín, cientos de personas (las cifras oscilan desde las 270 hasta las 125) habían perdido la vida tratando de cruzar a la parte occidental.
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Sara I. Belled y Leticia Aróstegui
Doménico Chiappe | Madrid
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