Eugenio Merino, sentado con gafas, con otros miembros de la HOAC. EL NORTE

El cura que salió al encuentro de los obreros

Primer consiliario de la Hermandad Obrera de Acción Católica, Eugenio Merino renovó el apostolado social y en 1931 propuso una fórmula regionalista para Castilla y León

Martes, 30 de noviembre 2021, 06:53

Un hombre avanzado a su tiempo, un revolucionario sin estridencias, un misionero humilde y un apóstol audaz del regionalismo castellano y leonés en los años 30. La figura de Eugenio Merino Movilla, nacido en la localidad vallisoletana de Villalán de Campos en 1881, nos remite ... a ese sector de la Iglesia católica española tan decisivo como desconocido. Precisamente para conmemorar el 140 aniversario de su nacimiento, el pasado 20 de noviembre se inauguró en Villalán una fuente que lleva su nombre, denominada «Fuente de la Alegría».

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Como demostró hace ocho años José Ramón Peláez en su tesis doctoral, dedicada precisamente a este sacerdote vallisoletano, don Eugenio avanzó, con su proceder y sus enseñanzas, algunos de los principios más revolucionarios del Concilio Vaticano II. Lo relevante es que lo hizo en los años 30, con propuestas tan innovadoras como no rechazar la colaboración entre socialistas y católicos, valorar positivamente los avances de la ciencia y la técnica, la defensa del pluralismo político o aprovechar las enseñanzas de justicia social que pudieran abanderar ciertas formaciones anticlericales.

Hijo de un pobre colono de Tierra de Campos, estudió en el Seminario de San Mateo de Valderas, donde luego sería profesor y rector hasta 1941, y se ordenó sacerdote en 1905. Mientras ejercía como director espiritual del Seminario de León fue nombrado primer consiliario nacional de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), organización de apostolado creada en 1946 por la jerarquía eclesiástica para, como se decía entonces, recristianizar a la clase trabajadora.

Gracias en buena medida al espíritu misionero de don Eugenio, que no dudó en viajar a Bélgica para mejorar su formación y fijarse en el modelo de la Juventud Obrera Católica de ese país, la HOAC acabaría convirtiéndose en una de las plataformas más activas de la oposición al Franquismo, hasta el punto de formar militantes que luego engrosarían las primeras Comisiones Obreras y alentar plataformas políticas de carácter democrático. Además de desempeñar esta labor, que le ocupó hasta 1953, año de su fallecimiento, Merino fue un avanzado en muchas otras facetas, y no solo de carácter apostólico.

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En efecto, como señala Peláez en su tesis 'Mentalidades y estrategias para una nueva evangelización. Don Eugenio Merino (1881-1953), consiliario de la HOAC', editada en 2013 por la editorial madrileña Voz de los sin Voz, el sacerdote vallisoletano fue pionero de «la arqueología, del cooperativismo, de la explotación del patrimonio como recurso de desarrollo en el turismo, de pedir un estatuto de autonomía para la región. Hasta dice que con molinos de viento se puede hacer electricidad o arar y sembrar de modo que la tierra no pierda humedad (lo que hoy es la siembra directa). Todo esto, y leer lo que se escribía en Francia, Bélgica; Italia, EE.UU… desde un pueblo de Tierra de Campos cuando en muchas universidades de España eso se ignoraba», señala el autor, que además de párroco de Olmedo es profesor del Centro Teológico Agustiniano.

No menos curiosa fue su aportación al regionalismo castellano y leonés, publicada en el Diario de León los días 4, 5, 7, 18 y 19 de diciembre de 1931 y 8 de enero de 1932 bajo el seudónimo «F. Gómez Campos». Escrita en pleno debate sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña, llevaba por título «Catecismo regionalista» y proponía la formación de una región castellana y leonesa mediante la federación de provincias con plena autonomía para los asuntos de alcance regional, y relativa para los de nivel provincial y municipal. Esta nueva entidad estaría gobernada por una junta o consejo regional elegido por los ciudadanos, en el que estarían representados los municipios, las corporaciones y las clases profesionales.

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Además de defender la religión católica y la unidad de España como ingredientes irrenunciables, Merino reconocía la «cuenca del Duero» como núcleo central de la región castellana y leonesa, y aportaba un completo catálogo de fundamentos regionalistas: desde la mezcla de razas (celtíberos, romanos y godos) hasta el idioma, «verdadero vehículo de expresión en 22 naciones», sin olvidar la importancia de instituciones históricas como los concejos o las Cortes de León de 1188, la economía -pobre y oprimida- y, desde luego, el inmenso bagaje cultural, patrimonial y artístico de Castilla y León.

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