Cuestión de reflejos
Tiempos modernos ·
Si usted, desocupado lector, conoce a algún adulto que respete el límite de 50 en la carretera del estadio a Zaratán, dígamelo para invitarle a unas cervezas. Sin alcoholTiempos modernos ·
Si usted, desocupado lector, conoce a algún adulto que respete el límite de 50 en la carretera del estadio a Zaratán, dígamelo para invitarle a unas cervezas. Sin alcoholDentro de nada los chavales de 16 años podrán sacarse el carné para conducir coches en lugar de limitarse a las motos pequeñas y a los cuadriciclos que no superen los 45 kilómetros por hora. Como dijo don Enrique Francisco Lorca, presidente de la Confederación ... Nacional de Autoescuelas, los jóvenes conductores necesitarán 'una buena formación', que para eso están las academias que él representa en este momento. Y aunque la medida todavía no se ha puesto en marcha, estoy claramente a favor de la misma: primero, porque la capacidad de aprender de la muchachada es infinita, y segundo porque me da más miedo un señor de mi edad conduciendo un buga que un chaval de 17 haciendo lo mismo. Y, por favor, no me vengan con monsergas sobre el poco juicio de los dieciseisañeros que conozco a muchos sesentones que se ponen al volante con cataratas no operables y algunas copas.
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La gran ventaja de los nuevos conductores es que tienen más reflejos que los mayorones como servidor. No obstante, y para tranquilizar a los que temen una debacle en cuanto los chavales se pongan al volante, la autoridad competente les ha impuesto algunas limitaciones; por ejemplo, usar vehículos eléctricos y no pasar de 90 por hora en ningún caso. Es posible que los más cafres se salten la prohibición, pero si usted, desocupado lector, conoce a algún adulto que respete el límite de 50 en la carretera del estadio a Zaratán, dígamelo para invitarle a unas cervezas. Sin alcohol.
Como buen periodista de investigación salgo a la calle a preguntar al personal qué opina de esta medida, y la primera persona con la que me encuentro dice llamarse Gonzalo Calderón, haber consumido su vida dando clase en una autoescuela y estar «encantado de que los chavales puedan conducir legalmente a esa edad». Una de las razones que esgrime se parece bastante a lo que piensa un servidor: «está mucho más preparado físicamente para conducir un mozo de 17 tacos que su padre de 59, e infinitamente mejor que su abuelo que a los 72 todavía saca el coche de vez en cuando». Luego me acerco a la autoescuela Hoy Voy, que pasa por ser una de las más grandes de España y que se anuncia con un eslogan de mucho tirón: «¿Sabías que si con nuestro método no apruebas no pagas?». En sus oficinas me atiende Elena Martín, que confirma lo que garantiza el anuncio y presume de disponer de una plataforma online que permite a los alumnos estudiar a cualquier hora y sin salir de casa. Ya, sí, digo yo, incisivo como siempre: ¿y las prácticas tampoco son presenciales? «No: esas hay que hacerlas con el monitor de copiloto».
Todas estas modernidades contrastan con los tiempos en los que tener coche con veinte años, o menos, era un milagro al alcance de poquísimos, y muy pijos, según me parecían a mí. Cuando ellos tenían auto propio los rapaces de su misma edad íbamos a todas partes andando, y los más afortunados en bicicleta. Servidor estaba en este último grupo pero por una razón de peso: de mi casa al curre había seis o siete kilómetros que se multiplicaban por cuatro cada día ya que lo normal de los trabajos de entonces era hacerlo en sesiones de mañana y tarde. Ni que decir tiene que la bici era sagrada y matábamos por defenderla de los manguis, asunto grave que movió a Vittorio de Sica a hacer una maravillosa película sobre el particular, 'Ladrón de bicicletas'. Servidor, sin haber visto la peli, cuidaba la suya como oro en paño.
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Para usarla era imprescindible recogerse las perneras del pantalón y evitar que se enredaran en el disco o en la cadena. Las pinzas de los más pudientes eran metálicas y se ajustaban por encima del tobillo, mientras que los desarrapados usábamos pitos de la ropa, que hacían el mismo efecto, aunque más ordinario y pobretón. No obstante, lo que unía a todos los ciclistas eran las caídas, que dolían, sobre todo, en la honrilla. Todavía me acuerdo de los efectos de una de esas heladas invernales tan típicas de Pucela cuando la bici se fue por un lado y servidor por otro y bajé arrastrando el culo desde la parte de arriba de la calle de San Benito hasta la entrada del Mercado del Val. Con decir que se me hizo un roto en los pantalones que dejaba ver el calzoncillo lo digo todo.
Haciendo memoria, ninguno de los ciudadanos que por aquel entonces formaban parte de mi rutina cotidiana tenía coche propio, de tal manera que la mayor diferencia entre el 'proletariado' (por decirlo de alguna manera) y los demás es que unos teníamos bici y otros se desplazaban, de vez en cuando, en taxi. O andando porque la oficina les caía demasiado cerca para sacar el buga del garaje. Así, cuando entré a trabajar (de pura chorra) en una oficina estatal no me creía que para ir de viaje a alguna de las obras que se hacían un chófer me recogiera en casa. Es cierto que la confianza entre viajeros y conductores era suficiente para que no se bajaran a abrirte la puerta, salvo mi buen amigo Carlos de Paz, que lo hacía con mucha ceremonia para que los vecinos se dieran cuenta, de una santa vez, de lo importante que era un servidor. (Cuando trabajé en la Diputación, jamás consentí que nadie me abriera la puerta del coche, asunto que resolvía la primera vez con un «no te apees que no soy manco»).
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Lo único bueno de aquellas viejas aventuras es que para conducir una bici solo era necesario tenerla cerca y que no te la robaran. No sé qué hubiera sido de mí teniendo que responder a esta pregunta que sale en los exámenes de 2023 a los aspirantes a las cuatro ruedas, tengan 16 años o 69. He aquí la pregunta: «Para adelantar a un tractor agrícola en una vía interurbana que tiene un solo carril para cada sentido: a) Deberemos dejar un margen lateral de seguridad proporcional a la velocidad y a la anchura y características de la calzada. b) Deberemos dejar un margen lateral de seguridad. En todo caso, la separación lateral no será inferior a 1,50 metros. c) En esas circunstancias no está permitido el adelantamiento, pero sí el rebasamiento».
No se esfuercen que tengo la respuesta: ¡la gallina!
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