Para los vecinos de aquel pueblecito leonés de Laciana, la noche de San Juan era el momento más terrorífico de su vida. Deseaban con todas sus fuerzas que no existiera, que no llegara nunca. Y todo a raíz de lo ocurrido aquel mes de noviembre, ... víspera de la fiesta de la matanza. Fue un día inolvidable porque, entre otras cosas, hizo un frío descomunal. Con el pueblo cubierto de nieve, la helada nocturna fue aún más insoportable. Nadie en sus cabales osaba salir de casa.
Publicidad
Era de madrugada cuando lo escucharon llegar. Aquel anciano desvalido, de andar cansado y expresión agotada, pedía cobijo golpeando las puertas con su cayado. No le quedaban fuerzas y estaba aterido de frío. Fue directamente a ese pueblo porque sus vecinos tenían fama de ser gente generosa, caritativa y hospitalaria. Por eso le sorprendió que le ignoraran. Por más que llamara, la respuesta era siempre la misma: no tenemos sitio, es demasiado tarde, pruebe en otra casa.
Al anciano no le quedó más remedio que abandonar el pueblo en medio de la tempestad. A la mañana siguiente, nada más despertarse, varios vecinos cayeron en la cuenta de su imperdonable actitud. Temiendo que el peregrino hubiese muerto de frío, un grupo salió a buscarlo a las proximidades de la laguna. Casi habían llegado a la orilla cuando atisbaron un bulto y, sobresaliendo del mismo, una mano que aún agarraba el desgastado cayado. Al anciano solo le quedaban fuerzas para maldecirlos y verter su amenaza: por haber violado las normas más básicas de la hospitalidad, su pueblo sería castigado cada año con la llegada de un horrible monstruo que acabaría con todo. Solo podrían aplacar su furia entregándole como sacrificio una doncella. El peregrino expiró y su cayado, para asombro de los presentes, adoptó la forma de un enorme reptil que se perdió en las aguas de la laguna.
Cuando los hombres, apesadumbrados, regresaron a sus casas y contaron lo que les había pasado, nadie les creyó. Es más, sus vecinos se burlaron creyendo que habían visto visiones. Sin embargo, en la mañana del 24 de junio cayeron en la cuenta de su grave error. Aterrados, vieron cómo se acercaba desde la laguna un monstruo cuyo aspecto y dimensiones los paralizó. Era una serpiente enorme y gruesa, con cabeza y alas de dragón y cuerpo de color rojo y verde. Arrasó con todo. Se comió un carro de bueyes, destrozó casas, despedazó a algunos vecinos y desapareció ladera arriba cuando su ansia quedó satisfecha.
Publicidad
Aunque no se atrevían a decirlo, todos recordaron la maldición del anciano, eran conscientes de que la bestia volvería más pronto que tarde si no cumplían con el sacrificio. El sorteo lo hicieron esa misma mañana; pocos minutos después condujeron a la desdichada joven al borde de la laguna. Las aguas comenzaron a temblar. El cuélebre -éste es el nombre que recibe este tipo de monstruo- apareció de repente, la agarró con furia y se la llevó consigo al fondo. Los padres, y con ellos todos los vecinos, lloraban desconsolados.
El horrendo ritual se repetiría todos los años, cada 24 de junio. Hasta que le tocó el turno a Lucía, la chica más piadosa del pueblo. Muy estimada por su bondad y por su devoción a la Virgen, cuando se lo dijeron no perdió los nervios: «No hay nada mejor que dar la vida por los demás», les dijo a sus padres. Solo pidió un deseo: pasar la noche entera orando a la Virgen en la capilla de San Juan del Puerto. Nadie puso objeción alguna.
Publicidad
Y fue entonces cuando ocurrió el milagro: mientras Lucía veneraba en silencio a la Madre de Dios, ésta esbozó una sonrisa y le ordenó: «Levántate y ven». Acto seguido, le entregó un rosario para que lo arrojara al cuello del monstruo cuando éste intentara atraparla. «No tengas miedo», fue el último consejo. Por eso Lucía no tembló cuando sus vecinos la dejaron al borde de la laguna, ni cuando el cuélebre apareció con estrépito. Nada más lanzarle el rosario, éste se convirtió en una gruesa cadena que atrapó su pescuezo hundiéndolo hasta el fondo. Ya nunca volvería a salir, la maldición había terminado.
Eso sí, cuentan que alguna mañana del 24 de junio se ha escuchado en la laguna un constante golpeo de cadenas: es el temible cuélebre, deseoso de recibir su tributo de aquellos que un día volvieron a olvidar el sagrado y misericordioso deber de la hospitalidad.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.