Borrar
Casa de sillería de Muelas de los Caballeros en los años 70. MUSEO ETNOGRÁFICO DE CASTILLA Y LEÓN
El crimen del guardia civil

El crimen del guardia civil

La localidad zamorana de Muelas de los Caballeros quedó consternada cuando, en julio de 1919, supo que la joven Marina Rubio había muerto de un disparo en la cabeza

Sábado, 4 de julio 2020, 09:06

Cuando se supo la noticia, la Guardia Civil se apresuró a reforzar la vigilancia: temía que los vecinos de Muelas de los Caballeros, en Zamora, se amotinaran y corrieran a linchar a su compañero de armas, Victoriano Domínguez Alfonso. Todo había ocurrido el 15 de julio de 1919, nada más pasar el puente sobre el río Sapo. Allí estaba Marina Rubio Lozano, una bella joven de la localidad, con su amiga Jovita Urgón Castro. Como solían hacer varias veces por semana, habían ido al río muy pronto, en torno a las seis de la mañana, para lavar la ropa

Victoriano las vio de lejos. Ese día patrullaba junto al guardia de segunda, Santiago Martín Lobato, y no dudó en acercarse a ellas. Según los vecinos de Muelas, Marina y Victoriano habían sido novios hasta que un día, no hacía mucho, ella se cansó y, armándose de valor, decidió repudiarlo. El problema era que el guardia civil no lo aceptaba. Dispuesto a recuperarla, el domingo 13 de julio se había ofrecido a acompañarla a casa después de un baile, «ante el rotundo desaire de Marina», señalaba El Norte de Castilla.

En Muelas de los Caballeros, que entonces contaba con algo más de 500 habitantes, todos estaban al tanto del culebrón: Victoriano persiguiendo a su amor perdido y Marina, hastiada y cada vez más contrariada. Por eso cuando aquel 15 de julio de 1919 sonó el disparo que acabó con su vida, muchos se temieron lo peor. Las primeras declaraciones de Victoriano eran previsibles: caminaba en dirección a su ex novia cuando, de repente, resbaló y cayó al suelo, provocando el disparo fortuito de su máuser reglamentario. La mala suerte quiso que la bala perdida se alojase en la cabeza de Marina, provocándole la muerte casi al instante. Más comedido se mostró su compañero, pues aseguró que todo había sucedido cuando se encontraba a doce pies de distancia de la pareja: fue entonces, nada más oír la detonación, cuando Santiago volvió la mirada y vio que la joven se hallaba sostenida por los brazos de su compañero, con abundante sangre manando de su cabeza.

Claro que para desmentir la versión de ambos estaba Jovita, la compañera de tareas domésticas. Su versión caló de lleno en el pueblo y la prensa no tuvo reparo en reproducirla. Aseguraba haber visto llegar a Victoriano, fusil en mano, mientras lavaban en el río Sapo. No contento con un mero saludo, «requirió de amores a Marina» y, como ella se negara y le rogase que siguiese su camino y la dejara en paz, insistió sin miramientos. El forcejeo dialéctico lo volvió más iracundo y ofuscado. Tanto, que a la negativa de Marina respondió disparando su fusil reglamentario, «penetrando el proyectil por la parte posterior superior del parietal izquierdo y saliendo por la derecha del frontal, con salida de masa encefálica». Dos horas después, la joven moría en su propia casa.

A Victoriano lo llevaron preso a los calabozos del Cuartel de Infantería, donde aguardaría la celebración del Consejo de Guerra. El Norte de Castilla recordaba que se trataba de un hombre «muy señalado por su conducta ligera, vida licenciosa y conversación libre», mientras que la víctima, apreciada por todo el pueblo, se había educado en un colegio de religiosas de la capital de Zamora. El Consejo de Guerra, celebrado el 2 de diciembre de 1920, no le fue favorable. Por más que el defensor se empeñó en demostrar, «valiéndose de la ciencia balística», que la muerte de Marina había sido causada por un disparo involuntario del fusil de Victoriano al resbalarse éste y caer sobre la hierba de la orilla del río, el juez militar, señor Hernández, capitán del regimiento de Toledo, consideró que había sido un asesinato.

La condena a muerte fue ratificada a mediados de marzo de 1921 por el Consejo Supremo de Guerra. De inmediato, las fuerzas vivas de Zamora, espoleadas por los periódicos locales, se apresuraron a solicitar el indulto. Encabezaron las peticiones el obispo, el alcalde, los representantes zamoranos en Cortes y el periodista Luis Calamita. La ansiada noticia llegó el día 30: Victoriano Domínguez Alfonso era indultado y condenado a cadena perpetua. Desde la cárcel de Zamora sería conducido al penal de Santoña y, de éste, a la prisión central de Figueras, donde en marzo de 1930 fue puesto en libertad condicional.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla El crimen del guardia civil