Panorámica de Segovia tomada hacia 1880 desde los cerros de San Lorenzo.Colección de Juan Francisco Sáez (Filatelia Doblón)
El crimen de la calle de Carretas
Segovia, crónica negra ·
Primero estrangularon a la Isabel, la sirvienta, y después a don Alejandro. Todo acabó con una triple ejecución. Pocos sucesos nos han conmovido tanto como el que tuvo lugar el 30 de mayo de 1892
Cuando las autoridades judiciales entraron en la casa, encontraron al señor Bahín en el descansillo de la escalera, tendido en posición supina, con la cara ensangrentada y tapada con un pañuelo; el fallecido, con claros síntomas de estrangulamiento, presentaba en las uñas de los dedos restos de la cal que, en su agonía, había arrancado de la pared. Su criada, Isabel, yacía a escasos metros; la mujer tenía el velo de la cabeza embutido en la garganta. A su alrededor, el desorden era mayúsculo. Los cajones de las cómodas y los baúles estaban abiertos, las camas y los armarios, revueltos, y en la cocina había platos con restos de comida. Sobre la mesa de la habitación de más uso, un ejemplar de «La Correspondencia de España» del día anterior, y en las traseras del jardín, apoyada en la tapia exterior que daba al atrio de San Millán, una escalera de mano. La policía pensó en el robo como único móvil del crimen de los dos ancianos y se volcó en una investigación que no tardó en fructificar.
Don Alejandro Bahín Masson tenía 73 años en el momento de su muerte. De origen francés -así se le apodaba-, habitaba el número 5 de la calle de Carretas, una mansión inmensa que en el siglo XVI perteneció a los Ayala-Berganza. Viudo desde hacía dos años y propietario de treinta o cuarenta casas cuyos alquileres procuraba cobrar personalmente, el caballero vivía con exagerada estrechez y completamente dedicado al ahorro, su principal pasión. De su padre, fabricante de paños nacido en Francia, heredó un capital notable, fortuna que el malogrado incrementó casándose con una hacendada segoviana y a través de la adquisición de fincas que le rentaron siempre. Bahín era introvertido y a nadie rendía cuentas de sus hábitos, lo que favoreció la falsa creencia de que en su domicilio guardaba tesoros inabarcables. Pocos tuvieron ocasión de entrar en su morada, convertida en castillo infranqueable por mor del carácter reservado del dueño, que había sido concejal del Ayuntamiento años atrás.
Isabel García Benito, de 67 años, llevaba cuarenta en casa de los Bahín. Vivía entregada a los quehaceres domésticos y cultivaba una manera de ser huraña que contribuía a economizar recursos y a ayudar a su amo a llevar una existencia de austeridad y privación absolutas. Debajo del colchón de su cama, el juez halló un taleguillo con monedas de cinco y veinticinco pesetas de plata y oro que había pasado desapercibido a los ojos de sus asesinos.
Miedo
La noticia llenó las portadas de los periódicos locales y nacionales. La incertidumbre se apoderó de una población temerosa de que los autores del macabro crimen pudieran encontrarse cerca. La policía no paró hasta dar con ellos, operación que encabezó con éxito el inspector de Vigilancia, Tomás Martínez. Excelente detective, Martínez supuso desde un primer momento que los matarifes estaban en el hampa local. Así, encargó a un conocido de confianza asiduo de los bajos fondos que le comunicara cualquier movimiento extraño que pudiera advertir, y a los pocos días, el sujeto daba la primera pista: un tal Aquilino Velázquez, de 35 años, desocupado, sin oficio, había mostrado un reloj de oro en una de las tabernuchas que frecuentaba y presumía de tener otros dos iguales en su casa. El inspector logró entrar en contacto con el sospechoso, a quien supo ganarse camuflado en una identidad falsa. Finalmente, Velázquez, «el Aquilino», confesó su participación en el doble asesinato y entregó a Martínez veinticinco duros en el paseo del Salón a cambio de protección para escapar a Bilbao. Informada la Guardia Civil de las pesquisas del policía, los agentes detuvieron a Aquilino el día 11 de julio de 1892 en la plazuela del Alcázar. Enrique Callejo, «Lobo», de 47 años, y Emeterio Salinas, alias «Bonete», de 36, también fueron apresados a partir de las revelaciones de Velázquez. La prensa de Segovia no esperó demasiado para difundir sus nombres.
«Bonete», que narró lo ocurrido con pelos y señales, reconoció su presencia en la matanza, pero atribuyó la autoría a sus compañeros. Al parecer, llevaban tiempo queriendo asaltar la casa de Bahín. A ella accedieron de madrugada, a través de la tapia del corral. En la pajera pasaron la noche y al mediodía cometieron el doble crimen. Primero estrangularon a la Isabel y luego a don Alejandro, a quien abordaron en la escalera. Todavía tuvieron la sangre fría de entrar en la cocina y comerse el cocido que la criada acababa de preparar. Después se repartieron más de once mil reales y varios relojes, alguno de oro, y huyeron a Madrid, aunque regresaron a los pocos días. Según los periódicos, Aquilino Velázquez llevó a arreglar el 17 de junio «un reloj de caballero, de llave, escape cilindro, con tapas de oro».
El juicio, celebrado en la Audiencia Provincial, se desarrolló en medio de una gran expectación. La defensa de los detenidos quedó encomendada a los letrados Lope de la Calle, Ramón de la Vega-Arango y Mariano Sáez, que nada pudieron hacer para evitar la condena. El proceso Bahín culminó en febrero de 1893 con la sentencia a muerte de Velázquez, Callejo y Salinas. Segovia entera clamó en favor del perdón, pero de nada sirvió. A Aquilino Velázquez, Enrique Callejo y Emeterio Salinas les dieron garrote vil el 9 de enero de 1894 en la Dehesa, muy cerca del camino de Valdevilla. Miles de personas procedentes de toda la provincia presenciaron la triple ejecución, la última de carácter público que tuvo lugar en suelo segoviano. Los verdugos de las Audiencias de Madrid y Burgos fueron los encargados de voltear las manivelas. «Un ¡ay! angustioso y terrible puso la nota de agonía de aquellos desgraciados», escribió la prensa.
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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