Alberto Mingueza

Una ciudad de cara al sol

Tiempos modernos ·

Hubo una época en la que las bandas fascistas declaraban de vez cuando 'zona nacional' un espacio del centro de Valladolid donde era preferible no acudir si no te sabías su himno y estabas dispuesto a entonarlo

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 28 de enero 2023, 00:12

Mañana 29 de enero se cumplen 42 años desde que esta noble, heroica y laureada ciudad fue bautizada como Fachadolid, insulto que ya casi nadie utiliza por lo que ha dejado de importarnos a los ciudadanos de bien. No sé si esta capital es ... hoy más de derechas que otras, pero el Ayuntamiento está en manos de la izquierda, la Delegación del Gobierno también y lo de la Junta del PP gobernando con Vox es un accidente que tarde o temprano pasará, o eso espero.

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Cada día me tropiezo con turistas (incluso ahora, en pleno invierno) estirando el pescuezo para mirar la torre de la catedral, visitando la Casa de Cervantes, el Museo de Colón, el edificio donde nació Felipe II, las magníficas iglesias de La Antigua o San Pablo o los pasos de Semana Santa que atesora la Vera Cruz. A nada que se esfuercen, los visitantes encontrarán una docena de estupendas casas de comida, buenos comercios, mejores bebercios y una oferta cultural que da para varias jornadas. Si se topan con alguna manifa comprobarán que todas transcurren sin incidentes, y aunque seguimos sin tener playa marítima, no creo que a últimos de enero a nadie se le ocurra venir a buscar esas cosas pudiendo largarse al Caribe.

Esto es Valladolid, mi pueblo, el sitio ideal para vivir porque casi todo está cerca y porque estamos mejor comunicados que muchas grandes urbes gracias a los aviones que salen de Villanubla, al AVE que nos conecta con Madrid en una hora y que también sube al norte, y una flota de bicicletas municipales esperando a cualquier valiente que se atreva a ponerse los pitos en la pernera del pantalón.

Una pistola por la ventanilla

Pero esto que los pucelanos valoramos tanto no fue siempre así; es más, de hecho lo normal es que al enterarse de dónde habíamos nacido alguien hiciera la gracieta: «¡Hombre, uno de Fachadolid!», sobrenombre que nos puso la revista 'Interviú' en su número 246 aparecido en los quioscos el 28 de enero de 1981. El artículo en cuestión ocupaba tres páginas dedicadas íntegramente a «una ciudad en poder de los ultras», calificativo que no estaba muy alejado de la realidad. Porque aquella fue una época en la que las bandas (por llamarlas de alguna manera despectiva) fascistas declaraban de vez cuando 'zona nacional' un espacio del centro donde era preferible no acudir si no te sabías el 'Cara al Sol' y estabas dispuesto a entonarlo.

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Eran unos años en los que fachitas repeinados insultaban, de palabra y obra, a quienes no formaban parte de su credo político, y había lugares como la Plaza de Coca, El Cuadro y varios más de los que convenía alejarse. Otros, como la mismísima Plaza de España, había sido declarada por ellos mismos 'zona nacional', donde cada tarde arriaban bandera y cantaban sus himnos guerreros. Puede que ahora recordemos estas cosas con cierta benevolencia, pero hablamos de unos tipos que pusieron bombas en la sede del PSOE, en el Ayuntamiento, en las librerías Isis y Villalar o en El Norte de Castilla, donde según contaba en El País mi amigo Luis Miguel de Dios el artefacto «explosionó en las oficinas de administración del periódico y produjo una fuerte llamarada que prendió inmediatamente en los papeles, libros de contabilidad y mostradores que se hallaban en el lugar».

Más grave fue, sin embargo, el tiroteo contra los clientes de un bar llamado El Largo Adiós, en el que dispararon e hirieron gravemente a Jorge Simón, estudiante de Derecho e hijo de un íntimo amigo mío. Cuando cuento estas cosas en la tertulia de colegas a la que acudo algunas veces, Jesús Cañete, excompañero del curre, se encabrona un poco porque está convencido de que tenían tanta culpa los provocadores como «las autoridades de entonces, que hicieron la vista gorda hasta que saltó por el aire la sede del PSOE, que les pareció demasiado. Fue en ese momento cuando empezaron a cortar las cabezas de la serpiente». A otro contertulio, Luis J., mi policía de cabecera, aunque no vivió esos acontecimientos en la ciudad no le sorprenden determinadas actitudes porque, según confiesa, hubo un tiempo en el que «algunos compañeros de armas creían ser los reyes del mambo».

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Igual exagero un poco, pero sus colegas de La Social dudo que detuvieran nunca a un fascista provocador porque eran especialistas en trincar a la rojería, y no me tiren de la lengua que sé de lo que hablo. Pero, en fin, todo pasa y todo queda. Como pasó la visión de aquél magistrado cuyo nombre prefiero omitir que seguía los mítines fascistas en la parte trasera del escenario del Teatro Calderón, entonando a voz en cuello el «Prietas las filas, recias marciales, nuestras escuadras van». Un tipo que, dicen, fue expulsado de Fuerza Nueva por violento, que había que hacer méritos para llegar tan lejos.

Hablo de un tiempo en el que el periodismo era una profesión de riesgo cuando se trataba de cubrir manifestaciones 'azules' donde no era infrecuente que algún participante llevara pistola al cinto. Para no hablar de oídas, juro que el día que celebró Fuerza Nueva un acto en el Calderón, la muchachada formó una banda de cornetas y tambores que desfilaron desde la iglesia de La Antigua hasta las puertas del teatro. Cuando se pararon en medio de la calle de Las Angustias y un autobús intentó abrirse paso, un joven fascista muy conocido y que todavía vive sacó una pistola, la metió por la ventanilla y le dijo al conductor: «¡Si mueves el autobús te mato!». No sé si lo hubiera hecho, pero no era cuestión de tentar la suerte.

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Ese día, tal y como había convenido con mis colegas informadores, me quedé fuera para contar lo que pasaba en la calle y ellos me guardaban sitio dentro para seguir trabajando. Cuando conseguí llegar al patio de butacas donde no cabía un alfiler, me acoplé en el pasillo rodeado de viriles muchachotes de yugo y flechas, uno de los cuales me espetó al verme tomar notas en una libretilla. «Tú eres periodista, ¿no? ¿Para qué medio trabajas». ¡Para El Alcázar!, dije yo con énfasis. Como también me preguntó si había venido de Madrid, tuve que decir la verdad: «No; soy de Fachadolid. De toda la vida».

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