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Teatro Zorrilla. Archivo Municipal
Un cine «frívolo» y deslumbrante

Un cine «frívolo» y deslumbrante

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

La inauguración del sonoro, el 16 de octubre de 1930 en el Teatro Zorrilla, merced a la labor del empresario Fernando Arango, resultó un éxito pese al rechazo inicial

Lunes, 6 de julio 2020

Lo inesperado. Lo que nadie podía prever, por tratarse de un teatro de poca localidad, aunque lindísimo y predilecto del público, ha sucedido». No era para menos: El Norte de Castilla saludaba con fervor el estreno, aquel 15 de octubre de 1930, del cine sonoro en la ciudad. Un avance de alcance inusitado que pudo hacerse realidad gracias al arrojo del empresario Constantino Fernández Arango, propietario del Teatro Zorrilla.

«La gran novedad fue acogida por el público con la expectación, el interés y el elogio bien merecidos», insistía el decano de la prensa. Era cierto. Y eso que, como han escrito José Luis Castrillón e Ignacio Martín Jiménez, el sonoro no contó en un primer momento con el beneplácito de la crítica más entendida.

No solo lo tacharon de frívolo, en contraste con el «modélico» cine mudo, sino que buena parte de los aficionados expresó su rechazo a la imbricación entre sonido e imagen; para colmo, las primeras copias eran de calidad defectuosa, lo que acrecentó las críticas.

Mas lo cierto es que, en breve tiempo, el avance que significaba el cine sonoro terminó por imponerse, y el cambio en la percepción del espectador fue repentino. Los especialistas han demostrado que el nacimiento del cine sonoro, en la década de los años 20 del pasado siglo, se debió en buena medida a la competencia comercial que la radio planteó al espectáculo icónico. En España llegó tímidamente a partir del segundo quinquenio de esa misma década, y en Valladolid se estrenó el 16 de octubre de 1930.

Y lo hizo en un recinto no muy amplio, más bien todo lo contrario: el Teatro Zorrilla. La explicación la daba El Norte de Castilla: «En el simpático teatro Zorrilla, un empresario moderno y arriesgado, empresario de grandes empresas y atrevidas ideas, el señor Fernández Arango, ha montado un cinematógrafo sonoro solo comparable a los mejores que hoy funcionan en el mundo».

En esa época, la única empresa que tenía la patente y distribuía los aparatos reproductores era la Western Electric, cuya instalación en Valladolid maravilló al cronista del periódico; por la modernidad que representaba, desde luego, pero también por el elevado coste que suponía: «La instalación, única, es reconocida como la mejor del mundo y de un coste fantástico, pues sabemos que su valor total rebasa la cifra de 200.000 pesetas».

Fernández Arango, que también era propietario del Teatro Calderón y del Cine Capitol, atisbó oportunidades de negocio de inmediato; de ahí que viajara por diversas capitales españolas y también por el extranjero, «donde el mercado del film tiene sus lonjas», para escoger los programas que, según el periodista de El Norte, «han de ser deleite de los vallisoletanos».

'Fox movietone follies', revista musical que sirvió para estrenar el cine sonoro en Valladolid en octubre de 1930

Un esfuerzo que no tardaría en ser compensado, como aventuraba este periódico el 15 de octubre de 1930: «Es, en resumen, una instalación espléndida, que vale lo que cuesta, con ser tanto; y que por razones claras, nos hará leer en las carteleras muchos días aquello de «tal película», «centésima representación solicitada por el público»».

El mismo programa inaugural resultó todo un éxito. Animado por el hecho de que «los precios de la localidad son tan bajos o más que si se tratase de un espectáculo común» (la butaca costaba 3 pesetas), el público vallisoletano abarrotó la sala. Y aunque esta, a decir del cronista, podría parecer excesivamente pequeña para tamaño evento, en realidad «ello es una ventaja, pues al reducirse el espacio auditivo gana en pureza la dicción, en dulzura las canciones, en suavidad los ruidos, en fidelidad todas las impresiones».

En primer lugar se proyectó la película musical «Fox Movietone Follies», de Sue Carol y David Rollin, en la que, «sobre un sencillo tema sentimental van desarrollándose inagotables y vanadas escenas de revistas, desfiles de muchachas bonitas, números de canto y baile, ágiles danzas, alegres bailables modernos, gentiles encantos de las «girls», escenarios suntuosos, trajes elegantísimos, lujo y belleza. Es en la revista donde el cine sonoro ha logrado sus mejores realizaciones».

No agradó tanto al público la siguiente proyección, «La esposa del torero», protagonizada por Raquel Meller, debido sobre todo a «su evidente tono de españolada»; finalmente, se exhibió «una interesante cinta de dibujos» que explicaba los pormenores técnicos del cine sonoro.

Lo cierto es que a partir de la imposición del sonoro, fundamentalmente desde 1932, las salas no aptas para este tipo de proyecciones comenzaron a experimentar un progresivo languidecimiento; a la altura de marzo de dicho año, solo el Calderón e Hispania seguían proyectando únicamente cine mudo (el Calderón estrenará las proyecciones de cine sonoro el 17 de octubre de 1932, no así el Hispania, que en 1935 aún seguía limitado a las películas mudas). Pradera, Coca, Capitol y, por supuesto, Zorrilla ya se habían adaptado a la nueva tecnología; lo mismo sucederá con salas de estreno inminente, como el Roxy o el cine Lafuente.

Dos años después, señalan Castrillón y Martín Jiménez, las películas mudas irán dirigidas prioritariamente a la población con menor capacidad adquisitiva. Por otro lado, en aquellos inicios del cine sonoro abundaban los musicales, y el público no ponía excesivos reparos a la hora de asistir a espectáculos cinematográficos en idiomas desconocidos. Será más adelante cuando la exigencia del idioma llegue a condicionar la oferta de las salas de cine.

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