Elo Martín
Tiempos modernos

Casoplones y chabolas

«Pintado nos recuerda que el '4 de Marzo' era también conocido como 'el valle de los caídos', porque para calentar la casa había que gastarse una pasta en combustible»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Lunes, 22 de enero 2024, 00:08

Por deseo de mi señora nos hemos metido en obras en casa. Nada del otro mundo: acuchillar el suelo, pintar las puertas, cambiar los muebles de la cocina, tapizar el tresillo, averiguar si podemos poner aire acondicionado, mejorar los cuartos de baño y cuatro o ... cinco tonterías más. El firmante, que es viejo zorro, lejos de negarse a llevar a cabo un cambio tan sustancial, calla como un puta y a lo más que llega es a decir: sí cariño, lo que tú digas está bien. Sin embargo, por mucho que hagamos va a ser difícil que nuestro domicilio pase a formar parte de una lista que me fascina: la de los casoplones más caros de España. A saber: cuatro mansiones en Marbella valoradas en cantidades que se arriman o superan los treinta millones de euros. Los que sientan curiosidad por saber cómo viven los que tienen de verdad muchas perras, les sugiero una página llamada 'El Idealista', que nada tiene que ver con el idealismo que según la Real Academia consiste en aplicar el «sistema filosófico que considera la idea como principio del ser y del conocer», defendidas por gente tan circunspecta como Kant y Hegel.

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El caso es que me he enterado de que la mansión a la venta más cara de España tiene dieciséis habitaciones sobre un terreno de 8.800 metros cuadrados, de los que más de dos mil son de la casa propiamente dicha que, además de ofrecer «vistas despejadas al Mediterráneo y a la Sierra Blanca», dispone de «sala de juegos, piscina, bodega y su propia pista de tenis». Su precio en el mercado es de 35 millones de euros, y confieso que estuvimos a punto de comprarla pero mi señora me frenó con un argumento poderoso: «si nos vamos a vivir a un casa de ese tamaño te pasas el día buscando la entrada al dormitorio y la puerta del retrete». Como no quería rendirme a la primera dándole la razón le dije que había 'chozas' más baratas incluso sin salir del terruño castellano-leonés como una que ofrecían en El Tiemblo, Ávila, que mide seiscientos metros cuadrados con once habitaciones y garaje y cuya fachada «refleja la armonía con su entorno natural». Como entre el clima marbellí y el abulense hay algunas diferencias, la del Tiemblo «estaba equipada con calefacción por gasoil, asegurando una temperatura confortable durante todo el año. Cuenta con un cuarto de máquinas que alberga el depósito de gasoil y la caldera, garantizando un funcionamiento óptimo y eficiente». Lo del fuel y la caldera ya me resulta familiar.

El Valle de los Caídos

Este despiporre de villas y mansiones de ensueño tienen poco que ver con los lugares donde hemos nacido y criado muchos pucelanos en una época en la que en mi distrito el verano se combatía con abanico de cartón y el invierno con brasero de picón. Por eso, los que vivíamos en el extrarradio nos moríamos de envidia cuando, gracias al Plan Nacional de la Vivienda, trasladaron a algunas familias vecinas a pisos recién construidos, como por ejemplo en el '4 de Marzo', cuyas casas tenían calefacción de verdad. Aprovechando que Luis El Cagueta fue uno de los afortunados, le animamos a que se crezca fardando de lo que supuso para él y su familia mudarse a una casa en la que ahora viven sus nietos y que ¡tenía calefacción de radiadores! Lo nunca visto, ni siquiera en mi colegio de Cristo Rey donde en verano abrían las ventanas y en invierno colocaban una estufa de leña en medio del aula. No obstante, y pese a la chorra que tuvo la familia afortunada, el buen Luisito nos hizo saber que «es verdad que había radiadores en todas las habitaciones, pero si no chiscabas la caldera te jodías de frío igual que en La Maruquesa».

Cuando en la improvisada tertulia del Bar Lorenzo aparece Mariano Pintado nos recuerda que el 4 de Marzo era también conocido como «el valle de los caídos, porque para calentar la casa había que gastarse una pasta en combustible, y no todo el mundo tenía la suerte de Santines o el Canta que, gracias a sus padres, sacaban carbón muy barato de la Renfe». Para que la envidia terminara de corroerle las entrañas Santos y yo le pasamos por los morros «que además de carbón teníamos economato», y para hacer más daño le solté que raro era el mes que no sacábamos un salchichón y dos o tres kilos de azúcar, lo que le dio pie a dejar caer una de sus frases predilectas: «mucho presumir de pobre, pero no todos éramos igual de pobres…».

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Lo que ayudó bastante a seguir con la tertulia en paz y gracia de Dios fueron las palabras de otro vecino de aquellos andurriales, Miguel Ángel Cuadrado, que nos recordó a todos que en el Valladolid de no hace muchas décadas «vivían decenas de familias en las cuevas de San Isidro; ¿o es que ya no os acordáis de aquellas covachas sin agua ni luz ubicadas junto a la Fuente de La Salud, que todavía me pregunto qué tenía aquello de saludable?». Para salir de dudas y aprender cosas reviso algunos textos escritos por mi colega Jesús Anta Roca, exconcejal pucelano según el cual esa zona por la que suelo pasar (en coche) «era muy apreciada por el vecindario en el siglo XVI y el Ayuntamiento la cuidaba pues, además, regaba un importante plantío de árboles –allí hubo hasta guarda–. Y, por supuesto, a ella acudían a coger agua de su caño aguadores y amas de casa».

Tras la penúltima ronda de claretes a pelo abandono la cantina para volver a casita donde mi señora está echando pestes porque las obras de restauración «parecen las del Escorial, coño, que los tres zánganos colmeneros que están haciéndola vienen a su hora, pero entre la parada del almuerzo y el ratito que necesitan para cambiarse de ropa al entrar y salir creo que no acabamos hasta después de verano». Menos mal que, según costumbre, las dos primeras horas de la tarde las empleo en echar unas manitas al mus en el bar más alejado de casa cuyo nombre no puedo citar porque se entera mi santa y me saca de allí a empujones. Y más si la digo que el color de la pintura que ha elegido ella no pega ni con las cortinas, ni con los muebles ni con nada, pero no tengo agallas (por decirlo suavemente) para meterme en ese berenjenal…

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