Borrar
Alfredo/Efe
La casa por la ventana

La casa por la ventana

Tiempos modernos ·

«Para empezar, Papá Noel no existía, por lo que nadie esperaba que entrara por la chimenea un barbudo tocando la campanilla»

Paco Cantalapiedra

Valladolid

Sábado, 24 de diciembre 2022, 00:06

Cada Nochebuena me pongo un poquito moñas, estado que no puedo ni quiero remediar. Para que vean hasta dónde llega mi masoquismo, es la fecha que elijo para releer, uno año tras otro, el cuento de Dickens dedicado a Scrooge, un «avaro incorregible, mezquino, cruel, codicioso sin límites que arruinaba a la pobre gente que tenía la desgracia de caer en sus mano». Una alhaja que, como dice un proverbio belga, «desollaría a un piojo para vender su piel». Mientras lo leo me recreo maquinando cómo castigaría un servidor a los que se enriquecen gracias a las necesidades ajenas, actividad que practican personajes tan turbios como los prestamistas sin corazón o algunos banqueros de similar condición. No obstante, y a pesar de las penurias de muchas familias, esta noche tiraremos la casa por la ventana.

Así, nos esforzaremos por cenar y comer cosas tan apetitosas como las que produce la firma Cascajares montada por dos amigos con ganas de conquistar el mundo: Alfonso Jiménez y Paco Iglesias que con 19 años crearon «una empresa basada en la transformación de productos agroalimentarios». Como conozco a los dos puedo asegurar que son buenos empresarios y buena gente y que, además de hacer bien su trabajo, realizan una importante tarea social contratando personas con algún tipo de discapacidad, «que a día de hoy ocupan casi un cuarto del total de la plantilla del obrador». Por si fuera poco, a finales del mes pasado volvieron a organizar la ya famosa subasta de capones que ha recaudado más de un millón y medio de euros destinados a «rescatar de la calle jóvenes con problemas de inserción social».

Otra posibilidad es salir a cenar o comer a algún restaurante para no tener que pisar la cocina. No obstante, mi amigo Luis Pintado, excolega del curre y dueño de una buena casa de comidas en el centro, me avisa de que «el que no reservó mesa antes de mediados de noviembre lo va a tener chungo para encontrarla en casi cualquier sitio». Cuando le sugiero que los de su gremio se están poniendo las botas, no lo niega pero llora un poquito «porque hemos pasado un par de años muy malos con la covid». Como todos, hermano, con la diferencia de que a vosotros el ayuntamiento os deja ocupar con mesas, sillas y sombrillas las mejores aceras y plazas públicas de la ciudad, y sin pagar tasas. Así que no me calientes, socio, que no tengo el día…

Lo cierto es que muchos de nosotros fundiremos hoy algunos cuartos en un vino gran reserva aunque esté más picado que la cara de mi primo Alberto por rascársela durante la viruela. Ya puestos, pagaremos un pastón por comer unas gambas a la plancha y, si están a menos de cinco mil euros el kilo, 100 gramos de percebes porque el marisco comido en plan bacanal romana eleva el ácido úrico y produce migrañas, colesterol y alergias, entre otros males. De segundo, y para no gastar encendiendo el horno daremos cuenta de una pularda trufada de Cascajares, que nunca la he probado pero queda muy chic para hacernos un selfi y enviárselo a mi cuñado para que se joda.

Todas estas posibilidades contrastan con los festejos de cuando servidor y otros parecidos teníamos más mocos que dinero y nos conformábamos con cenar esa noche algo diferente a la sopa y la tortilla de patatas. Para empezar, Papá Noel no existía, por lo que nadie esperaba que entrara por la chimenea un barbudo tocando la campanilla y dejando regalos a 'esgalla', palabra que todavía no recoge el Diccionario de la Academia, que prefiere que utilicemos tutiplén, que es un poco más fina. Hablo de un tiempo en el que se cenaba algo mejor que el resto del año y se celebraba la Nochebuena yendo a la misa del gallo, rito católico que quizá conozca este año porque hasta ahora no he tenido el gusto. No obstante, lo más probable es que me suceda lo de siempre: que me dé pereza quitarme el pijama y las pantuflas para meterme en una iglesia intentando desvelar el misterio del gallo, que no sé qué pinta en esta historia.

Para celebrar por todo lo alto el jolgorio que empieza hoy y acaba el 6 de enero del año que viene, quedo a tomar unos chismes con el ya citado Luisito y con Miguel Ramírez, que nos conocemos desde hace algo más de un siglo. Cuando al tercer vino nos ponemos una miaja retrospectivos, Miguelón confiesa que probó el turrón con catorce o quince tacos, «gracias a la señora Benita que salió a la calle con un plato donde había media docena de cachitos del tamaño de un dado del parchís. ¡Chico, qué rico estaba!». Para regocijo de la concurrencia añade que al llegar a casa le preguntó a su madre por qué ellos nunca tenían turrón, asunto que su progenitora resolvió con un «déjate de idioteces y baja a la fuente a llenar la herrada que tengo que fregar los cacharros».

Como Papá Noel no había nacido todavía, los rapaces de entonces no esperábamos que un tipo así visitara nuestro domicilio para dejarnos, en el mejor de los casos, un parchís con juego de la oca al dorso, regalo que ni siquiera entró en el mío. Al unirse a la tertulia Visi Torío, santa esposa del Ramírez, cuenta la odisea de su primer regalo, una muñeca «más fea que Picio a la que me dio por lavar con agua en una palancana y como era de cartón se deshizo por completo». Cuando añade que su madre la endiñó «más zapatillazos que lentejas dan por un duro», uno de los presentes recordó: «Como a mí nadie me traía nada, lo único que podía romper era uno de los vasos de duralex que había en casa y que no se deterioraban ni pasándoles un tractor por encima».

He leído estos días que en su momento la crítica señaló el 'Cuento de Navidad' de Dickens como una crítica contra el capitalismo. Hoy, a punto de acabarse 2022, el libro sigue publicándose y ha sido llevado varias veces al cine, teatro y televisión y, según los sabios que nos rodean por todas partes, «Scrooge personifica al invierno, al que le siguen la primavera y el verano. Su corazón duro, frío y triste se llenará de alegría y la buena voluntad que caracterizaron su infancia y juventud». Como diría mi amigo Torres: «esta última frase es más cursi que una perdiz con ligueros».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Premios Goya

La quiniela de los premios Goya 2025

Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla La casa por la ventana