La Casa de los Picos que Felipe IV arrebató a Rodrigo Calderón

Casado con Mencía de Zúñiga y Reinoso, Pedro González de Illescas y del Castillo, I señor de Adalia, fue oidor de Ciudad Real. El matrimonio tuvo solamente una hija: Marina del Castillo Zúñiga y Reinoso, II señora de Adalia, quien heredó las casas de su padre en Valladolid, «casas principales de la calle de Teresa Gil donde nos vivimos y moramos con las casas viejas con su bodega y verjel y con todas las pertenencias y derechos», tal y como se refirió a ellas su abuelo paterno, Gonzalo González Illescas, en su testamento. Marina se casó con Pedro de la Cerda, caballero de Santiago e hijo natural del I Duque de Medinaceli, a quienes pertenecen los escudos que aún pueden verse en la fachada de la que un día fuera la entrada principal del inmueble.

Sobre un arco gótico están colocados tres escudos de armas. «El del centro es propio de la familia de La Cerda (cuartelado: primero y cuarto, partidos con castillo y león; segundo y tercero, tres lises en triángulo); el de la izquierda aparece partido, con castillo de tres torres con la letra 'tau' sobre las de los extremos, a la izquierda, y a la derecha, un águila; y el derecho muestra una banda y una bordura u orla formada por cadena de ocho eslabones, que corresponde a la familia Zúñiga. Sin lugar a dudas hacen alusión respectivamente a don Pedro de la Cerda, a su mujer doña Marina del Castillo Zúñiga y Reynoso y a doña Mencía de Zúñiga», recoge Jesús Urrea en su obra 'Casas, casonas y algún que otro palacio del Valladolid perdido'.

Heredada por Luis de la Cerda y Zúñiga, hijo de Pedro y Marina, la Casa de los Picos, cuya fachada se asemejaría en aquella época a la Casa de los Picos de Lisboa o a la de los Diamantes de Ferrara, cambió de manos cuando Marina de Zúñiga, ya viuda, decidió cambiarla, por estar «muy viejas y todas caídas», con Rodrigo Calderón, marqués de Sieteiglesias, por otras propiedades en la calle de las Cuatro Calles, en San Martín. Al ser arrestado Calderón, a mediados del siglo XVII, la Corona secuestró todos sus bienes, incluida esta casa vallisoletana. Las monjas de Portacoeli se la solicitaron al rey para ampliar su vecino convento, como así hicieron finalmente tras donársela en 1626 Felipe IV. Hoy la portada forma parte del inmueble conocido como Edificio Don Rodrigo.