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Los Talleres Miguel de Prado, S.A., ubicados en la calle Tudela, a principios del siglo XX. EL NORTE
Buque insignia de la industria vallisoletana

Buque insignia de la industria vallisoletana

Los talleres de fundición 'Miguel de Prado', creados en 1875, tuvieron un enorme prestigio en toda España, especialmente en las zonas mineras

Martes, 31 de mayo 2022, 00:09

Comenzó siendo un modesto taller de tornería y carpintería metálica. con un solo empleado, pero en pocos años se convirtió en un prestigioso centro de fundición, modelo en su clase y con prestigio en toda España. Los Talleres Miguel de Prado, ya desaparecidos, dejaron una calle con el nombre del fundador y la estela de una industria vallisoletana potente en la primera mitad del siglo XX. Su historia no podría explicarse sin los afanes de Miguel de Prado Aguado (1843-1918), un «laborioso empleado de los talleres de la Compañía del Norte», donde aprendió todo lo necesario sobre el trabajo mecánico del metal, que a finales de 1874 decidió crear un pequeño taller en la calle de la Cárcava, hoy Núñez de Arce.

Como escribió en este mismo periódico su biznieto, Miguel Soto Parado, entonces contaba con un solo empleado y con la ayuda de su mujer, Luisa Crespo Redondo, y su labor se centraba en suministrar a los agricultores aperos de labranza, picos, palas, azadones, rejas de arado y alguna que otra noria. El negocio fue creciendo hasta el extremo de trasladarse a unos locales más grandes en la calle de Cervantes para dedicarse ya a la fundición, forja y mecanización y satisfacer, de esta forma, la creciente demanda de la incipiente industrialización del país. Podría decirse que el momento de esplendor llegó con su definitivo emplazamiento en la calle Tudela.

La ampliación de su actividad a la fundición y calderería, la entrada en el negocio de su yerno, Baldomero Soto Martínez, de los hijos de éste y del ingeniero Luis Inglada Ors terminaron por impulsar los talleres más allá de la región y a tener una presencia, cada vez más relevante, a escala nacional. Muy pronto, los Talleres Miguel de Prado S.A. se convirtieron en un baluarte industrial de primera categoría, muy apreciados por sus instalaciones hidroeléctricas, la construcción de turbinas y de bombas de extracción de agua. Cuando en 1942, con 100 empleados y 3 millones de pesetas de capital social, se convirtió en Sociedad Anónima, amplió las instalaciones y se erigió en uno de los primeros fabricantes de España de electrobombas sumergibles, bombas especiales para la industria química y la Marina, y maquinaria para las fábricas azucareras. Como han escrito Pablo Alonso Villa, Montserrat Álvarez Martín y Pedro Pablo Ortúñez, en esos años, los Talleres Miguel de Prado jugaron un papel de primer orden a la hora de satisfacer la demanda en plena política económica autárquica.

Un reportaje publicado en este periódico en 1954 ponía ejemplos concretos de la importancia alcanzada. Su negocio era potente en las zonas mineras de Asturias y León, en las grandes factorías siderúrgicas del país y en las más importantes obras hidroeléctricas, había llevado a cabo una renovación de máquinas y herramientas para hacer frente a la construcción de maquinaria pesada y de precisión que exigían entonces las instalaciones hidroeléctricas (turbinas y compuertas, principalmente), y había alcanzado un alto nivel de especialización en el campo de la minería del carbón construyendo las mayores instalaciones del país para la depuración y clasificación del mineral. Así lo acreditaban, entre otros, los lavaderos de la Fábrica de Mieres S.A., Sociedad Hullera Española y Sociedad Anónima Hulleras del Turón, llegando incluso a competir con empresas extranjeras.

Imagen principal - Buque insignia de la industria vallisoletana
Imagen secundaria 1 - Buque insignia de la industria vallisoletana
Imagen secundaria 2 - Buque insignia de la industria vallisoletana

En aquel momento contaba con más de 500 trabajadores, 4 ingenieros y 10 técnicos superiores, había ampliado su capital social hasta 22 millones de pesetas y había establecido acuerdos de colaboración con firmas italianas, alemanas y francesas. En el aspecto social, los Talleres contaban entonces con un economato y un sistema de ventas a largos plazos, pensiones extras para jubilados o accidentados destinadas a compensar las cantidades que por esas mismas circunstancias recibían de la Mutualidad o de empresas aseguradoras, detalles como el reparto de canastillas de ropa de bebé para los trabajadores que acabaran de ser padres y de lotes especiales de ropa y alimentos para los más necesitados, un servicio de asistencia médica y premios en metálico y medallas conmemorativas para los obreros que cumplieran 25 y 50 años en la empresa.

Sin embargo, como ha escrito Miguel Soto Prado, la retirada forzada de Baldomero Soto, víctima de una hemiplejía en 1945 (fallecería siete años después), el fallecimiento repentino de su hijo, Antonio Soto de Prado, al año siguiente, y la del ingeniero Luis Inglada en 1952 llevaron a Luisa, hija del fundador, a traspasar el negocio a Nueva Montaña Quijano. A finales de los 60, la crisis de los Talleres Miguel de Prado era un hecho. Los expedientes de crisis y de regulación de empleo fueron diezmando su actividad y su plantilla hasta la definitiva liquidación en 1973. Mucho antes, concretamente el 24 de mayo de 1950, el Ayuntamiento había decidido honrar la memoria del fundador, Miguel de Prado Aguado, poniendo su nombre a la calle donde estuvieron sus talleres.

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