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Álvarez Taladriz, el número 18, con los republicanos de Valladolid en 1893. EL NORTE
Álvarez Taladriz: azote de los Borbones y criminalista de prestigio

Álvarez Taladriz: azote de los Borbones y criminalista de prestigio

Se cumplen cien años de la muerte del líder del republicanismo vallisoletano decimonónico, concejal y maestro de letrados

Martes, 30 de julio 2019, 08:02

Culto, afable, ingenioso, político de vocación y criminalista de prestigio, Ángel María Álvarez Taladriz podría haber figurado entre los prohombres de su tiempo a nivel nacional. Aptitudes y oportunidades no le faltaron; si no lo hizo fue, según sus coetáneos, por una comprensible mezcla de pereza, vallisoletanismo acendrado y excesiva modestia: Álvarez Taladriz prefirió ser profeta en su tierra antes que líder nacional del republicanismo más exaltado. No es casualidad que una calle lleve su nombre ni que, tiempo atrás, existiera un Paseo Álvarez Taladriz ubicado en un tramo de la Carretera de Puente Duero, «desde la calle de Salamanca a La Rubia», señala Juan Agapito y Revilla.

Ahora que se cumplen cien años de la muerte de aquel republicano exaltado que vivió la Revolución Gloriosa de 1868 y que, cuatro años después, protagonizó en Valladolid la resistencia al golpe de Estado del general Pavía, conviene rescatar su trepidante biografía. Nacido en esta ciudad el 2 de marzo de 1850, su padre, Joaquín María Álvarez Taladriz, era un famoso jurisconsulto que, además de regentar una cátedra en la Universidad, llegó a presidir la Audiencia Territorial de Granada; un currículo similar presentaba su abuelo por parte materna, Pelayo Cabeza de Vaca, catedrático y alcalde esparterista en 1842.

Ángel estudió por libre Letras, y en la Universidad vallisoletana cursó Filosofía y Derecho. Muy pronto mostró dotes para el liderazgo y una clara querencia por la rama más progresista de la política. Como señalaba este periódico con motivo de su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1919, Álvarez Taladriz «pertenecía a la florescencia septembrina de 1868». En efecto, el vallisoletano figura entre los principales impulsores del partido republicano en su faceta federalista, «que era entonces la extrema izquierda de la Montaña política», según este periódico.

Como ha escrito el profesor Juan Antonio Cano García, principal conocedor de la vida política local en las primeras décadas del siglo XX, Álvarez Taladriz participó activamente en las conspiraciones que confluirían en el derrocamiento de Isabel II y abogó por instruir políticamente a las clases populares, aspecto este último en el que insistió a través de numerosos mítines que le encumbraron como gran orador. Uno de los momentos más importantes de su trayectoria política llegó el 3 de enero de 1874, cuando un golpe de Estado liderado por Manuel Pavía y Francisco Serrano anunciaba el fin de la primera experiencia republicana en España.

Comandante

Tenía entonces 24 años y era comandante de un batallón de Voluntarios de la Libertad. Para hacer frente a los militares sublevados, Álvarez Taladriz «se batió con serenidad en la barricada del Campillo el memorable cuatro de enero de 1874», recordaba este periódico. Derrotado, tuvo que huir con su familia a Madrid, donde el nuevo ministro de la Gobernación, Eugenio García Ruiz, dio orden de que no arremetieran contra él. Dos semanas después regresaba a su ciudad natal pero sin renunciar a sus ideales políticos. De modo que durante la Restauración borbónica siguió liderando los afanes republicanos y en 1891 fue elegido concejal, destacando por ser el que más votos obtuvo en la ciudad. Desde su puesto no dudó en arremeter contra el gamacismo, dueño y señor entonces de la política municipal. Repitió en 1894-1895.

Arriba, caricaturizado como defensor de Estrañí; abajo, retrato en 1919 y caricatura de 1875. EL NORTE
Imagen principal - Arriba, caricaturizado como defensor de Estrañí; abajo, retrato en 1919 y caricatura de 1875.
Imagen secundaria 1 - Arriba, caricaturizado como defensor de Estrañí; abajo, retrato en 1919 y caricatura de 1875.
Imagen secundaria 2 - Arriba, caricaturizado como defensor de Estrañí; abajo, retrato en 1919 y caricatura de 1875.

Casado con Jacinta Martín Pérez y padre de seis hijos –Joaquín, José María, Esperanza, Jesús, Rafael y Bernardo-, su faceta de abogado criminalista le procuró grandes éxitos a nivel nacional. Fue, de hecho, uno de los principales introductores de las nuevas teorías que abogaban por aplicar la antropología al estudio de la criminalidad, y en esta línea debe interpretarse, precisamente, su papel como fundador y director de la famosa Revista de Antropología Criminal y Ciencias Médicas y Legales, en 1888. Entre sus actuaciones más memorables figura la defensa de su amigo, el periodista satírico José Estrañí, condenado por el Tribunal Supremo por publicar, en octubre de 1886, una crónica burlesca de la romería de Las Caldas de Besaya: «Ángel Álvarez Taladriz estuvo tan elocuente, tan arrebatador en su discurso de defensa, que fue sacado de la Audiencia en hombros y vitoreado entusiásticamente», recordaba el propio Estrañí.

Decano del Colegio de Abogados (1888), vicepresidente de la Asociación de la Prensa (1902), miembro de la Sociedad Castellana de Excursiones, del Ateneo y de la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, de la que fue secretario, colaborador del periódico republicano Libertad y de numerosas revistas literarias, Agapito y Revilla no dudaba en calificarle como «persona conocidísima y de gran cultura de la ciudad, simpática, afable como pocas. Dadas sus condiciones de gran orador, sus vastos conocimientos literarios y sus triunfos en el foro, pudo ser un verdadero personaje de gran influencia en estas tierras. Pero fue excesivamente modesto, y no pasó de concejal del Ayuntamiento».

Además de profesor auxiliar del Instituto de Segunda Enseñanza, en 1914 fue nombrado director del Museo Provincial de Bellas Artes, situado en el Palacio de Santa Cruz y antecedente directo del actual de Museo Nacional de Escultura, cargo que ejerció hasta su fallecimiento. Este se produjo hace ahora cien años en su finca «Villa Esperanza», situada en la carretera de Puente Duero, frente a la «Ribera de los Ingleses». El funeral, celebrado el día siguiente, 21 de julio de 1919, a las seis y media de la tarde, fue multitudinario: «La finca 'Villa Esperanza', donde al ilustre criminalista la ha sorprendido la muerte, se vio invadida por una multitud, en que se hallaban representadas todas las clases sociales, que acudía a rendir el último tributo al elocuente orador que tantas veces la electrizó con su palabra», apuntaba El Norte de Castilla. Presidían el cortejo fúnebre el alcalde, Rodríguez Pardo, y el rector de la Universidad.

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