Archivo Municipal de Valladolid

Antes asesino que maltratado

Valladolid, crónica negra ·

El trompeta Román Martín, de 22 años, se acercó el 8 de agosto de 1896 a la cama de su superior Manuel Santos, de la misma edad, y le disparó en la sien con una tercerola

Martes, 5 de noviembre 2019, 07:18

No podía soportar más sus vejaciones, sus gritos, sus implacables y rutinarios apercibimientos; le dolían las manos a causa de los golpes que le propinaba cada vez que cometía alguna equivocación en las clases. Hasta solicitó a sus superiores ser destinado a Cuba o ... Filipinas, cuanto más lejos, mejor, para estar a salvo de tanta dureza. Pero no tuvo suerte. Román Martín, derrotado en su fuero interno, estaba decidido a no aguantar un día más el trato severo de su superior.

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Aquel 8 de agosto de 1896, la muerte planeaba por el ahora inexistente Cuartel de la Merced, antiguo convento sito en la calle vallisoletana del mismo nombre en el que acababa de instalarse, procedente de Palencia, el Regimiento de Farnesio, 5º de Lanceros.

En él también se encontraba el regimiento de Caballería de Almansa, donde el trompeta Román Martín recibía órdenes de su cabo, el zamorano Manuel Santos. Ambos tenían 22 años.

Aquel 8 de agosto, después de la rutina diaria, subieron como siempre al dormitorio, ubicado en el segundo piso del cuartel. Un silencio espeso reinaba en la sala. Santos descansaba en la primera cama situada a la izquierda de la puerta, frente a Román. Apenas tardó unos minutos en quedarse profundamente dormido.

Nada que ver con el estado físico y mental de Martín. Nervioso, angustiado, dolorido aún por los golpes, luchaba denodadamente por conciliar el sueño. La mente pergeñaba planes desesperados mientas se sumía en un duermevela exasperante. Hasta dos veces se despertó de súbito, logrando a duras penas volver a dormirse.

Pero la conciencia estaba empeñada en eternizar su desvelo. A las cuatro y media de la madrugada se rindió. Ni siquiera los recuerdos de su Toledo natal le ayudaron a regresar a los brazos de Morfeo. Agarró la tercerola y se incorporó.

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El joven vigilante acertó a oír sus pasos:

«¿Dónde va Ud. a estas horas?»

«Voy a limpiar la tercerola que llevo en la mano».

Una respuesta convincente. Cuando el imaginaria se retiró, Román se acercó, sigiloso, a la cama de su superior. De lado y con la cabeza recostada sobre el brazo izquierdo, Santos dormía profundamente.

El trompeta le acercó la tercerola y la descerrajó un tiro en la sien que le dejó muerto en el acto. «Penetró la bala aplastada por el occipital, cuyo hueso ha roto, destrozando la masa encefálica; ha salido a su vez por el ojo izquierdo, atravesando el brazo del mismo lado, sobre el que descansaba el infortunado cabo en el momento de cometerse el crimen», rezaba el informe forense.

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Los compañeros, que sobresaltados por el estruendo se arrojaron de sus camas para comprobar qué había sucedido, apenas acertaron a ver al trompeta saltando por la ventana. Quería suicidarse, pero tropezó con la repisa del balcón, dio una vuelta completa y cayó de pies sobre las losas. Lo trasladaron en estado grave al Hospital Militar.

Una vez recuperado de sus heridas gracias a las atenciones del doctor Barrera, Román Martín lo confesó todo. Adujo los malos tratos a que estaba siendo sometido por la víctima para justificar su horrible acto. «Diferentes veces ha manifestado cuánto hubiera deseado quedar muerto al arrojarse por el balcón del cuartel. También parece que recordaba a su víctima, y con referencia a esta ha pronunciado varias veces la frase de: «Estará más tranquilo que yo»», informaba el periodista de EL NORTE DE CASTILLA.

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De inmediato fue conducido a los calabozos situados en la planta baja del Hospital. En una sala aledaña, sin perder tiempo, se celebró, 24 horas después, el Consejo de Guerra.

Lo presidía el coronel del Regimiento de Almansa, a quien acompañaban el asesor Romeo, el defensor teniente de caballería Toral, el fiscal, señor Castrodeza, los capitanes de artillería señores Crespo de Lara y Bendito como vocales, y cuatro capitanes de caballería.

A ninguno convencieron los argumentos del defensor, que alegó malos tratos para tratar de atenuar la pena. Ni aun cuando otros colegas del condenado aseguraron que Santos «les trataba duramente y algunas veces, cuando estaban en la instrucción y se equivocaban en algunos de los temas de la enseñanza, les pegaba en la mano».

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Pena de muerte

La condena a pena de muerte no se hizo esperar. Román Martín habría de morir fusilado en la Pradera del Carmen. En la madrugada del 8 al 9 de agosto, recién dictada sentencia, lo trasladaron desde el calabozo del Hospital a la celda del cuartel. Los interesados apenas contaban con unas cuantas horas para tratar de conseguir el indulto. En ello se afanaron las fuerzas vivas de la localidad, políticos, arzobispo, asociaciones, particulares?

Los Hermanos de la Paz y la Caridad recorrieron las calles solicitando limosna para el reo, el cardenal Cascajares, hombre de gran influencia en la Corte, se apresuró a gestionar el indulto junto a las autoridades locales, también EL NORTE DE CASTILLA escribió al presidente del Consejo de Ministros; incluso la nueva Sociedad de Dependientes de Comercio aprovechó su acto de inauguración oficial, el día 10 por la mañana, para hacer lo propio con el ministro del ramo y la Reina.

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Aunque esta contestó asegurando que consultaría el caso con el titular de Guerra, el telegrama recibido por el cardenal Cascajares lo sumió en una profunda tristeza: «El jefe del Cuarto Militar de S.M. la Reina, con profundo sentimiento, manifiesta a Vuestra Eminencia en contestación a su telegrama, que, por la gravedad del delito cometido, el Gobierno de S.M. la Reina tiene ya acordado no conceder el indulto al soldado Ramón Martín».

Lo fusilaron en el lugar convenido ante una importante afluencia de público. Varias mujeres y dos soldados de infantería se desmayaron al ver la escena. Días después, la familia del ajusticiado recibió las 379 pesetas con 93 céntimos que habían recaudado los Hermanos de la Paz y la Caridad.

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