Celedonio Pérez Morales, condenado a cadena perpetua junto a su hermano por el crimen de Peñaflor, fotografiado en el Penal de Santoña en 1920. EL NORTE/DIPUTACIÓN PROVINCIAL

El crimen de Peñaflor: ¿un error judicial?

Una misteriosa carta, recibida en el periódico en diciembre de 1919 por quien se decía verdadero autor del asesinato, cuestionó la condena a muerte de Celedonio Pérez Morales

Martes, 28 de abril 2020, 07:14

La carta estaba fechada el 27 de diciembre de 1919 y llevaba matasellos de Bilbao. La recibieron, casi al mismo tiempo, las redacciones de El Norte de Castilla en Valladolid y la de El Liberal en Madrid. Y en ambos casos, los periodistas tuvieron que ... tirar de hemeroteca para descifrarla, pues se trataba de una sorprendente confesión: un tal Mariano San José, que se decía vecino de Peñaflor de Hornija, confesaba haber matado a Pascual Fernández Casado 13 años antes. En consecuencia, Quintín y Celedonio Pérez Morales, acusados en su día de aquel crimen y sentenciados a la pena capital, eran inocentes, aseguraba. Las consecuencias de aquella bomba informativa no se harían esperar.

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En efecto, en noviembre de 1906 la Audiencia de Valladolid había dictado sentencia contra los hermanos Pérez Morales como responsables directos del asesinato de Pascual Fernández, ocurrido el 14 de enero de ese mismo año. Según el relato de los hechos, ambos lo habrían esperado, ya caída la noche, en el monte «Terradillo», lindando con Castromonte, por donde regresaba tras haber vendido una importante cantidad de trigo. Dispuestos a robarle todo el dinero que llevara encima, Celedonio le habría dado con un palo en la cabeza y Quintín le habría disparado con un revólver provocándole una herida mortal en la región auricular derecha. Tres días después, Pascual moría en su casa.

Nada más hacerse pública la condena a muerte, la mayoría de los vecinos de Peñaflor comenzó a suplicar por el indulto. En marzo de 1907, el Tribunal Supremo conmutó la pena por la de cadena perpetua, que habrían de cumplir en el Penal de Santoña (Santander). Quintín falleció a los tres meses de llegar. Celedonio, por su parte, pasaba los días fabricando suelas de alpargatas. Y siempre insistieron en que eran inocentes: el mismo Quintín lo repitió en su lecho de muerte. De ahí la sorpresa cuando El Norte de Castilla publicó la carta del tal Mariano San José. Decía así:

«Ya hace catorce años que hicieron una muerte que la están pagando dos hermanos en el penal de Santoña, que son Quintín y Celedonio Pérez Morales, pues yo no puedo aguantar más porque no consiento que esos dos hermanos estén pagando una muerte, estando inocentes, que la muerte quien la hizo fui yo, por eso escribo esta carta y con esta fecha me ausento de España». Aunque en un primer momento el periodista de El Norte de Castilla no parecía dar mucho crédito a la misiva, en 24 horas todo se aceleró. Más aún cuando, azuzado por la publicación de la carta, un industrial llamado Vicente Rodríguez, natural de Peñaflor, se acercó al periódico para recordar el día en que llegó al pueblo la Guardia Civil: «El vecindario unánimemente pidió a los guardias que no los esposaran, pues tenían la convicción de que eran dos personas honradas que no habían tenido participación en el crimen».

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Las investigaciones de El Norte no cesaron en los días siguientes: una docena de vecinos de Peñaflor decían acordarse del tal Mariano San José, residente también en el pueblo, que estuvo procesado y cumplió condena por un grave delito, otros rememoraron cómo acudieron a socorrer al padre de los acusados, abocado a pedir limosna, con «simpatía hacia él y conmiseración grande, no negándole nadie el correspondiente socorro para aliviar su situación», otro aseguraba que el día del crimen, Celedonio y Quintín estaban en el monte poniendo lazos para cazar y que su detención sorprendió a todos; y el mismo periódico incidió en que los hermanos nunca reconocieron el crimen ante el Tribunal.

No contento con ello, el rotativo envió a un periodista a Santoña para entrevistar a Celedonio, a quien describió como un «honrado labrador castellano» con «mano áspera y callosa (...), rostro moreno y enjuto, surcado levemente por algunas arrugas», un hombre de «espíritu tranquilo, habla reposada y tranquila». Celedonio también recordaba a ese misterioso Mariano San José, por lo que, animado por su confesión, solicitaba el indulto. Y para que no hubiera dudas sobre su inocencia, reiteraba lo que dijo en el juicio: que aquel 14 de enero de 1906 estuvo en la taberna del pueblo, junto a su hermano y un amigo, desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la noche, mucho después, por tanto, de la hora en que se cometió el crimen.

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Pero las esperanzas del reo, como las de su hijo, Claudio Pérez Álvarez, que solicitaba el perdón para «poder recorrer las calles con la frente alta y que no se me tache como al hijo de un asesino», se desvanecieron al conocer la opinión del abogado defensor de los Pérez Morales, el conocido senador integrista José María González de Echávarri. Aseguraba el letrado que Celedonio era un hombre con poca inteligencia y ninguna maldad y que, pese a estar seguro de su inocencia, la rehabilitación era prácticamente imposible, tanto por las dificultades legales como por las trabas insuperables a la hora de demostrar la existencia del tal Mariano San José, que acababa de huir a América. Inevitablemente, la pregunta que encabezaba los reportajes de El Norte de Castilla quedaría para siempre sin respuesta: «El crimen de Peñaflor, ¿un error judicial?».

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