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Inicio de la manifestación de ferroviarios contra el impuesto de consumos el 8 de marzo de 1912. EL NORTE
Arde Valladolid

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Masivas protestas contra el impuesto de consumos terminaron con casetas reducidas a ceniza y seis fielatos incendiados en marzo de 1912

Martes, 15 de marzo 2022, 00:07

La gota que colmó el vaso fue la trifulca entre el dependiente de consumos Francisco Marín Carrasco y el guardafreno Antonio Saco en las inmediaciones del fielato de la Estación del Norte, sobre todo cuando aquel intentó registrar el cestillo de la merienda de Saco y, como éste se resistiese, reaccionó asestándole «un palo en la cabeza de buenas a primeras con una cayada de esas gordas y de pintas que, desde que hay consumos, parecen formar parte de las insignias de los dependientes». Aquello ocurrió en la noche del 6 de marzo de 1912, hace ahora 110 años, pero en realidad ocultaba un malestar de fondo cuyas consecuencias se revelarían devastadoras.

En efecto, llevaban tiempo los obreros de la Estación quejándose «de las muchas molestias que les originaba a diario a la salida del trabajo las requisas de los empleados de consumos, más rigurosas, según dicen, desde que la actual empresa tiene el arrendamiento de la cobranza del impuesto». Los dependientes de consumos, también conocidos como «consumeros», eran los encargados de verificar los productos que entraban en la ciudad para ser vendidos, pues muchos de ellos debían pagar un impuesto. La medida, francamente impopular, era sin embargo un alivio para las cada vez más menguadas arcas municipales, toda vez que, por ejemplo, en 1912 lograba recaudar más de un millón y medio de pesetas al año.

Las sisas de consumos golpeaban duramente en época de carestía. Aquel año, para colmo, el impuesto que se pagaba por el carbón había ascendido a 35 céntimos por cada 100 kilogramos, un auténtico dineral para las clases populares, cada vez más convencidas de que, sin este peaje, los artículos de primera necesidad serían más asequibles. De ahí que volvieran sus amenazantes miradas hacia los fielatos, que eran aquellas casetas situadas a la entrada de la ciudad donde los dependientes de consumos se refugiaban y guardaban las herramientas necesarias para su trabajo.

El fielato de la Estación, situado junto a la plaza de Colón, fue precisamente el epicentro de la primera manifestación de los empleados del ferrocarril aquel 7 de marzo de 1912. Los obreros lo rodearon e increparon a los consumeros cuanto estos se disponían a requisar uno de los coches de viajeros. De pronto, uno de los dependientes se colgó la cachava en el brazo izquierdo y con la mano derecha hizo ademán de sacar una pistola del bolsillo de su chaqueta. La reacción fue instantánea: una violenta lluvia de piedras hizo añicos las ventanas, los cristales y faroles del nuevo fielato construido a finales de siglo, mientras la vieja caseta de madera era completamente calcinada.

Era el preludio de lo peor. Al día siguiente, una manifestación de ferroviarios convocada a las cinco de la tarde recorrió las calles céntricas de la ciudad protestando contra la empresa arrendataria del impuesto de consumos, pidiendo el fin del mismo y exigiendo la retirada de la sisa del carbón. Aunque el alcalde recibió a los manifestantes -más de tres mil, según la prensa- y les prometió atender todas sus peticiones, un grupo de jóvenes, acompañado de varias mujeres, hizo caso omiso de las llamadas a la calma y se lanzó a quemar los fielatos. El primero en ser pasto de las llamas fue el de la Estación, que terminó abrasado con teas aplicadas a las latas de aceite de coco que guardaban los consumeros.

El fielato del alto de San Isidro, destrozado por las llamas tras la jornada de protesta. EL NORTE

Lo mismo hicieron los amotinados con el del Arco de Ladrillo, y hasta estuvieron a punto de quemar la «barraca de comidas de don Manuel Méndez», situada muy cerca. Luego fueron quemando todas las casetas de madera levantadas para los dependientes del resguardo que iban encontrándose a su paso. Abrasaron con petróleo los fielatos de la Carretera de Segovia, Puertas de Tudela, San Isidro y Puente Encarnado, incendiaron todas las casetas desde el Arco de Ladrillo hasta el Portillo de los Muertos y destrozaron las básculas que los consumeros utilizaban para pesar los productos por los que tributar. Aseguraba el periodista de El Norte de Castilla que desde las alturas podía contemplarse «en derredor de la capital una hilera de grandes hogueras que brillaban en medio de la noche».

La Guardia Civil a caballo los paró en seco cuando se dirigían a quemar los fielatos de Santa Clara, Puente Mayor, La Perla, Puente Colgante y La Rubia. Entre los nueve detenidos aquella noche, este periódico destacó los nombres de Víctor del Olmo Camazón, carretero de 23 años, Doroteo Antón Requejo, albañil de 17 años, Emilio Fernández Portillo, jornalero de 23 años, Fernando Zamora Rodríguez, herrero de 19 años, Lázaro Alonso Gijón, empleado de la Azucarera de 45 años, Adolfo Lobato San Román, mozo de tren, y el ajustador de 17 años Julio Martínez Martínez. El arquitecto municipal valoró los destrozos en 7.590 pesetas; además, durante la madrugada, «fueron legión los aprovechados que no dejaron pasar la ocasión para pasar sin adeudo todo lo que pudieron».

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