![Angelitos tocando el arpa](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/02/21/1476860787.jpg)
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Los ayuntamientos, que pasan por ser la administración más cercana al ciudadano, tienen la encomienda de hacernos la vida más fácil a los que vivimos en los municipios. Si el equipo que gobierna es bueno notaremos los beneficios en cosas tan cotidianas como una ciudad limpia, un tráfico más o menos fluido, aire respirable y un agua que se deje beber sin atufarnos el sabor a cloro. Por si todo esto fuera moco de pavo, de los consistorios dependen los bomberos, los guripas municipales, el servicio de limpieza, los buses urbanos, los cementerios y hasta el buen funcionamiento de las plazas de abastos, entre otras muchas competencias. Como la 'mano' municipal llega tan lejos, los consistorios tienen mando en plaza para dar y quitar licencias de casi cualquier negocio que pretenda instalarse en su feudo.
Si el ayuntamiento está dirigido por pasotas o los responsables son unos zánganos que solo se ocupan de su propio beneficio podremos darles puerta en las siguientes elecciones, salvo que seamos tan memos de seguir votando a los mismos durante otros cuatro años. A pesar de la variedad y amplitud de asuntos de los que se ocupan apenas escucho quejas sobre las tasas e impuestos que cobran por mantener a punto la capital, y la mayoría de las que llegan a mis oídos tienen que ver con el servicio prestado más que con el precio. Los paganinis solemos quejarnos de las aceras sucias, de las terrazas que apenas dejan pasar a los peatones o de lo complicado que resulta llegar a casa con el coche. Unas competencias que cuando se administran con rigor benefician al ciudadano que es, por cierto, el que lo paga casi todo: desde los camiones de limpieza a los salarios y dietas de los miles de trabajadores que de ellos dependen. Pocas veces escucho quejarse a alguien del precio que nos cobran por hacer su trabajo, y mucho menos cuando lo hacen bien.
Gracias a 'mi' Ayuntamiento estoy cada día más orgulloso de la ciudad en la que vivo, que poco o nada tiene que ver con aquella otra regida por ediles y alcaldes que por muchas ganas que tuvieran de mejorarla no encontraron la manera de hacerlo posible. Como durante una larga temporada me tocó estudiar la tarea que hacían en otra ciudad algo más pequeña que esta los equipos municipales correspondientes, puedo asegurar que muy poco o nada tenía que ver aquello con esto. El consistorio que me tocó estudiar era el de una capital más pequeña que Pucela y, si mal no recuerdo, tenía una plantilla inferior a cien personas que barrían las aceras, encendían los faroles, recogían algún fiambre en la calle y unos pocos guripas vigilaban y dirigían (es un decir) el escaso tráfico rodado. Pero hoy, la flamante Policía Municipal de Valladolid y de otros sitios parecidos, está capacitada para aplicar un desfibrilador al viandante que le ha dado un telele, ayudar a una parturienta sin tiempo para llegar al hospital o mediar en una pelea y poner los grilletes al más chulo del barrio.
Muertes prematuras
No obstante, esa eficacia contrasta con la incapacidad de atajar uno de los males de cualquier capital mediana o grande: el ruido, sobre todo del tráfico y de las terrazas, que antes solo funcionaban los dos o tres meses de verano y ahora dan la coña todo el año. Por eso, para servidor, la competencia más gratificante de la Policía Local es la relacionada con el fragor callejero de esta bendita ciudad que tiene un tamaño ideal para vivirla…, cuando nos lo permite el ruido que satura determinadas zonas en cuanto empieza el buen tiempo. A riesgo de que mis amigos hosteleros se cisquen en mis muertos frescos, alabo la tarea de esos guardias municipales que, entendiendo las quejas ciudadanas, son capaces de conseguir que el Ayuntamiento declare «acústicamente saturada» alguna zona de la capital donde dormir se ha convertido en un lujo inalcanzable.
Según me ha contado mi amiguete José Luis Ferrán, policía local, él y sus colegas tienen competencias para visitar determinadas zonas cuyos vecinos llevan tiempo quejándose de los ruidos que generan todo el año terrazas kilométricas abiertas hasta las tantas. Así, cuando la cosa no mejora por las buenas, los agentes levantan acta y pueden conseguir que se apruebe la 'Declaración de Zona Acústicamente Saturada', tal y como ya ha ocurrido en las plazas de Coca y San Miguel. Dicho documento es una medida que está «contemplada en la Ley de Ruido cuando los niveles de estruendo superan los umbrales establecidos por la Ley Autonómica y pueden perjudicar a la salud humana». No sé cómo afecta a los demás humanos el barullo hasta las tantas, pero a servidor le pone de muy mala leche.
Confieso que en su día me encantó leer que la medida tomada en ambas plazas está contemplada en la Ley de Ruido cuando los niveles del mismo se saltan los límites de estruendo legales y pueden hacer la vida imposible a los que exigen un poco de respeto. Supongo que habrá humanos a los que les importe un carajo el terraceo en la calle hasta las tantas bajo su ventana, pero tengo la esperanza de que, una vez tomada estas dos medidas, no serán las únicas que se apliquen en la ciudad. Según ha recordado en diversas ocasiones la Agencia Europea del Medio Ambiente, la exposición prolongada al ruido «puede afectar de distintas formas a la salud, produciendo molestias, trastornos del sueño, efectos perjudiciales en los sistemas cardiovascular y metabólico, y deficiencias cognitivas en los niños». La AEMA calcula que «la exposición a largo plazo al ruido ambiental provoca 12.000 muertes prematuras y contribuye a 48.000 nuevos casos de cardiopatía isquémica cada año en toda Europa. También se calcula que 22 millones de personas sufren grandes molestias y que 6,5 millones de personas sufren alteraciones del sueño graves y crónicas». Una broma.
Ya he dejado escrito alguna vez que me encanta la ciudad donde me nacieron, pero el día que se moderen los ruidos callejeros Valladolid será lo más parecido al paraíso. No obstante, espero que en ese lugar no haya ángeles tocando el arpa, porque menudo coñazo…
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