Cipriano Escudero, rodeado en la foto, posa junto a varios vecinos de La Cistérniga. AYUNTAMIENTO DE LA CISTÉRNIGA

El ángel de la guarda de los obreros de La Cistérniga

Cipriano Escudero Galván, párroco desde 1919, plantó cara a los falangistas que pretendían represaliar a varios trabajadores en julio de 1936

Martes, 25 de mayo 2021, 06:48

Llevaba la friolera de 17 años al frente de la parroquia de San Ildefonso cuando varios números de la Guardia Civil de Tudela de Duero se personaron en La Cistérniga para poner fin al gobierno republicano y materializar la sublevación iniciada por el Ejército el ... 18 de julio de 1936. Cipriano Escudero Galván fue testigo de excepción de aquel día en el que Julio Maeso Hoyos, «teniente y jefe de la línea», procedió a sustituir el Ayuntamiento republicano por una Comisión Gestora presidida por Eugenio González Gómez. Era el 24 de julio de 1936. Una semana más tarde, «voluntarios afectos y simpatizantes al movimiento cívico-militar salvador de España» pasaron a ocupar el «servicio de vigilancia» de la localidad. El clima de terror y represión que recorrió a la parte de España que iba cayendo en manos sublevadas llegó igualmente a La Cistérniga, siendo su víctima más sonada el secretario del Ayuntamiento, José María López Leyz, al que fusilaron en la campa vallisoletana de San Isidro a las 4,30 horas del 16 de julio de 1940.

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Pero no fue la única. Hubo también naturales de La Cistérniga que residían en Laguna de Duero y en Valladolid y que corrieron la misma mala suerte. Mariano Ruiz Enjuto, jornalero de profesión, casado y de 40 años, fue fusilado en el Campo de San Isidro el 28 de enero de 1937; y en Valladolid capital vivía Maurilio Arranz García, fontanero, casado, de 27 años y asesinado en el mismo lugar el 22 de septiembre de 1936. Ambos habían sido condenados a la pena capital tras el preceptivo consejo de guerra, que los acusó de de fidelidad a la República y, paradojas de la época, de delito de rebelión por no defender a los rebeldes. Aunque sin confirmar, en la memoria de algunos vecinos aún persisten los nombres de, al menos, tres fusilados más: Nicolás y Antonio Díez, y Jesús Madrazo Renedo.

Otros jornaleros, pertenecientes a la Federación de Trabajadores de la Tierra de La Cistérniga, afecta a la UGT, fueron apresados y conducidos a la Cárcel Provincial. Sabemos, por ejemplo, que en ella murieron Gallego Orobón Vicente, en agosto de 1941, con 52 años de edad y casado, y Ramírez Avi Ramón, en febrero del año siguiente, con 42 años y también casado. Otros fueron conducidos al penal ubicado en el Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona, como acreditó en su día Jesús María Palomares, que también dio cuenta de la famosa y fracasada fuga masiva ocurrida el 22 de mayo de 1938. Entre los penados figuraba Román Gallego Orobón, vecino y natural de La Cistérniga, de profesión jornalero, casado, de 48 años y condenado a 30 de prisión. Aunque capturado tras el intento de fuga, no lo fusilaron.

La Cistérniga fue también escenario de un suceso vivido y transmitido por los vecinos más veteranos. Al poco tiempo haber suspendido en sus funciones al Ayuntamiento republicano, llegó al pueblo una camioneta conducida por falangistas para subir por la fuerza a los obreros de la Casa del Pueblo, afectos la mayoría al sindicato ugetista de «Trabajadores de la Tierra». Su pretensión, decían, era conducirlos a Valladolid. Pero la argucia era bien conocida: en algún lugar del trayecto, en la cuneta más alejada, los fusilarían sin más miramientos. Lo tenían todo preparado, los obreros en el camión y las familias en lágrima viva, cuando una silueta negra se cruzó en su camino. Vestía traje talar y era de estatura reducida. «¡Para llevarles a donde queréis llevarles me tenéis que atropellar antes a mí!», cuentan que les gritó. Cipriano Escudero Galván no les iba a dejar partir tan fácilmente. O vosotros o yo, fue la consigna. Como el sacerdote no se apartara, los falangistas desistieron.

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Plaza de la Cistérniga en 1976, antes de ser asfaltada, con la parroquia a la derecha. ARCHIVO MUNICIPAL

Cuentan que el párroco ordenó bajar a los obreros y se los llevó a todos, vencedores y humillados, a las bodegas a merendar; y que algún camisa azul, completamente ebrio, reconoció que querían acabar con la vida de los apresados. Otras versiones, sin embargo, reparten la autoría de la salvación entre el alcalde republicano, Pablo Díaz Martín, y el párroco, señalando que todo se precipitó cuando un obrero que trabajaba para el edil suplicó a los falangistas que le dejaran despedirse de su patrón. Aquellos accedieron y don Pablo, testigo directo de la trágica escena, llamó al párroco y juntos impidieron la muerte segura de aquel infeliz pelotón. Sea como fuere, lo cierto es que muchos años después, ya con la democracia restaurada y bajo el mandato edilicio del socialista Fernando Peñas, el Ayuntamiento reconocería su labor poniendo su nombre a una calle del pueblo.

El párroco cambió de destino en 1953, año en que fue trasladado a la capital vallisoletana para desempeñar una capellanía en el Santuario Nacional de la Gran Promesa. El Ayuntamiento de La Cistérniga lo nombró «Hijo Predilecto» por unanimidad y organizó una suscripción para recaudar fondos y entregarle un objeto de regalo. El párroco les correspondió con una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Antes de ser destinado a La Cistérniga, Escudero había regentado la parroquia de Berceruelo. Falleció en Valladolid el 23 de abril de 1957, a los 83 años.

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