Imagen del lago de Carucedo a principios del siglo XX. EL NORTE

Aguas de amor y de muerte

La tradición popular explica la creación del Lago de Carucedo, en la parte más occidental de El Bierzo, mediante relatos fantásticos con final trágico

Jueves, 6 de agosto 2020, 08:02

Situado junto al impresionante paraje de Las Médulas, al oeste de León, el lago de Carucedo, de cuatro kilómetros de perímetro y treinta metros de profundidad, ha dado pie a historias fantásticas que unen amor y muerte, enamoramiento y tragedia, para explicar su origen. Una ... de las leyendas más conocidas, basada sin duda en el famoso relato de Enrique Gil y Carrasco, asegura que su lugar lo ocupaba una de las abadías más importantes del territorio cristiano peninsular. Sus moradores, monjes humildes y trabajadores, eran muy queridos por los habitantes del entorno, pues además de ejercer de manera ejemplar la caridad aportaban ingenios novedosos para el riego de las tierras y enseñaban a los campesinos las más avanzadas técnicas agrícolas.

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Tal era la bondad de aquellos monjes, que incluso no dudaron en hacerse cargo de un niño, de nombre Salvador, cuyos padres habían muerto a los pocos días de su nacimiento. Lo criaron como si de su hijo se tratara y ni siquiera le presionaron para que se hiciera monje como ellos. Pasados unos años, el joven, que trabajaba las tierras de la abadía y cuidaba del ganado, reparó en una hermosa muchacha, hija de unos campesinos del lugar, llamada María. El flechazo fue mutuo, hasta el extremo de acordar, monjes y campesinos, el enlace de ambos en fechas próximas.

Entonces sucedió lo inesperado: el noble propietario del castillo de Cornatel, señor de horca y cuchillo, también puso los ojos en ella. Y no lo dudó: juró que se la llevaría consigo aunque para ello hubiera de emplear la fuerza. La ira del muchacho presagiaba lo peor. Un día en que el señor de Cornatel cazaba en el bosque cercano, lo atacó de improviso acuchillándolo sin piedad. Su cuerpo tardó tres días en ser encontrado. El joven huyó del lugar y se enroló en el ejército cristiano para, a las órdenes del rey de León, luchar contra los musulmanes en la toma de Granada.

Incluso viajó a América y participó en el primer viaje descubridor de Cristóbal Colón. Muchos años después, cuando apenas quedaba recuerdo alguno de aquel trágico suceso, decidió regresar. Preguntó por su antigua amada, pero no obtuvo respuesta. Luego se acercó a la abadía, donde no le reconocieron, y pidió ingresar como monje; dadas sus cualidades, fue aceptado. En poco tiempo, su entrega al monasterio y su denodado servicio a los más necesitados le procuraron el cargo de abad.

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Así discurrían sus días, plácidamente y sin sobresaltos, cuando una noche lo fueron a visitar unos campesinos, visiblemente atemorizados. Una criatura infernal, aseguraban, los perseguía a diario. Esa misma moche, el abad los acompañó hasta el paraje de Las Médulas, donde decían que habitaba. En efecto, enseguida avistaron una figura retorcida de mujer, desaliñada y colérica, a la que los campesinos no dudaron en señalar como enviada del diablo. Pero mientras ellos huían, él se quedó quieto. La había reconocido: era su antigua amada, que, desesperada por aquel triste episodio, decidió terminar sus días vagando sola por el monte como una penitente.

Una simple mirada bastó para que resucitase el amor. Ambos se fundieron en un largo abrazo, sin reparar el abad en que a punto estaba de romper sus votos con Dios. En ese momento se levantó un viento terrible y del suelo surgió una potente llamarada que rompió las rocas en mil pedazos. Una impresionante catarata inundó todo el valle y creó el lago. Nada quedó en pie. Cuentan que en todos los aniversarios del desastre suenan las campanas del monasterio, confinado por el pecado del abad en el fondo del lago de Carucedo.

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Claro que ésta no es la única leyenda sobre el origen de estas aguas. Es muy conocida la que retrasa el reloj de la historia hasta los terribles combates entre guerreros celtas, acaudillados por Médulo, y las legiones romanas mandadas por Carisio. Resulta que éste se enamoró perdidamente de la bellísima Borenia, hija de Médulo, un amor imposible que llevó al celta a esconder a la joven en una cueva de las montañas de El Bierzo.

Después de varios días de rastreos e indagaciones, Carisio la encontró y la hizo creer que ambos pueblos habían firmado la paz, consiguiendo así que ella correspondiese al amor que el general romano le profesaba. Cuál sería su sorpresa cuando, a la mañana siguiente, despertó y contempló atónita que las montañas estaban teñidas del rojo de la sangre de sus paisanos, la mayoría muertos y el resto, convertidos en esclavos de los romanos. Cuenta la leyenda que tanto lloró Borenia, que sus lágrimas formaron el lago de Carucedo y terminó convertida en un hada, conocida por los lugareños como la Ondina Cariacea. Hay quien asegura haberla visto en las noches de San Juan, peinando sus cabellos dorados y cantando canciones celtas a la orilla del lago.

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