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La Sociedad Industrial Castellana, encargada del abastecimiento de agua en 1900, construyó la azucarera Santa Victoria, en la imagen. Archivo Municipal
Por fin hay agua corriente

Por fin hay agua corriente

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

La construcción, en 1886, del Canal del Duero venía a colmar la urgente necesidad de ampliar el abastecimiento de agua, a todas luces deficiente

Martes, 3 de septiembre 2019, 07:18

«Por fin tenemos la satisfacción de poder anunciar a nuestros lectores que las aguas del Duero han llegado al depósito construido en San Isidro. Dentro de pocos días los vecinos de Valladolid podrán disfrutar de los beneficios que esta importante mejora ha de proporcionar a la capital de Castilla». La noticia, a modo de felicitación colectiva, apareció publicada en El Norte de Castilla el 8 de septiembre de 1886. La ciudad estaba en condiciones de poner remedio a esa necesidad secular, tan sentida y demandada, de abastecer de agua corriente a sus habitantes; o, para ser más exactos, a una parte de sus habitantes.

De hecho, hasta bien entrado el siglo XIX la ciudad se abasteció básicamente de las aguas traídas desde Argales, pero también de las tomas de pozos y de los aguadores del río Pisuerga, lo cual apenas colmaba las necesidades más urgentes de la población; así se puso de relieve, por ejemplo, en una reunión mantenida en el Ayuntamiento en 1862: el agua suministrada por dicho sistema era tan solo de medio cuartillo por persona al día. La situación llegaba a ser a menudo tan crítica, que incluso se probó arbitrar manantiales alternativos como los de Villanubla, el llamado sitio de Las Callejas o la misma fuente de la Ría.

Como han escrito Pablo Gigosos y Manuel Saravia, el surtido de aguas vallisoletano precisaba de una mejora urgente; por eso en mayo de 1864 se autorizó la concesión a la recién creada Unión Castellana para construir un canal que transportase las aguas del río Duero y, desaguando en el Pisuerga, sirviesen para abastecer el riego de todos los terrenos situados entre Tudela y la capital y proveyesen a la población. El proyecto, sin embargo, quedó paralizado a causa de la crisis de dicha sociedad, y no sería retomado hasta diez años después.

Exterior de la estación depuradora de San Isidro, construida por la Sociedad Canal del Duero, del marqués de Salamanca. Archivo Municipal

En 1879, la concesión de la Unión Castellana fue transferida a la Sociedad Canal del Duero, creada por José de Salamanca y Mayol, marqués de Salamanca, junto al Banco General de Madrid, que en 1883 inició las obras. Si en un primer momento la concesión fue a perpetuidad, una ley aprobada en 1882 terminó reduciéndola a 99 años. La inauguración del servicio tuvo lugar el 17 de noviembre de 1886, «haciendo constar que las aguas habían llegado al depósito de San Isidro y están en condición de prestar servicio a esta capital», aseguraba el decano de la prensa. En ese año, la población de Valladolid apenas sobrepasaba los 66.000 habitantes.

A través del nuevo Canal, de más de 30 kilómetros de longitud, las aguas del Duero llegaron a la ciudad y comenzaron a ser distribuidas por medio de canalizaciones metálicas construidas al efecto. El Norte de Castilla lo interpretó como un hecho histórico de beneficiosas consecuencias para los vallisoletanos:

«Porque Valladolid, no solamente en su parte urbana, sino en su riqueza rústica cuenta con un elemento que hace tiempo ansía, que puede fomentar en gran manera su bienestar, aumentar la población, mejorar sus condiciones higiénicas, convertir en bonitos jardines sus áridas tierras que lindan con sus murallas y desarrollar su industria del modo poderoso que corresponde a una población, que, por su posición y circunstancias, está llamada a ser de las primeras de España».

Abasteciéndose de agua en la fuente de La Solanilla. Archivo Municipal

Aun así, no parecía conveniente lanzar las campanas al vuelo: como bien señalaba el rotativo, aún era preciso proceder al «alcantarillado de la población, que permita utilizar las aguas que corren por todas nuestras calles y que no podrán aprovecharse si no se estudia el modo de darlas salida». Además, los propios vallisoletanos no tardaron en hacer oír su voz en clave de protesta: echaban de menos la calidad de las aguas del manantial de Argales y consideraban las de los ríos Duero y Pisuerga de dudosa potabilidad.

Y lo cierto es que no iban descaminados; este hecho, unido a la deficiente extensión de la red (los problemas para abastecer a los barrios eran prácticamente insalvables) y a la escasa rentabilidad del negocio, acabaría por enturbiar las relaciones entre la empresa concesionaria y el Ayuntamiento, hasta el extremo de que en 1900 se hizo cargo del servicio la Sociedad Industrial Castellana.

Ésta, presidida por Teodosio Alonso Pesquera, había sido creada dos años antes con objeto de obtener azúcar a partir de la remolacha, de ahí que, como ha escrito Luis Javier Coronas, estuviera muy interesada en esta infraestructura para poder desarrollar el regadío en la comarca. Aún entonces, el del abastecimiento de agua en condiciones óptimas seguía siendo un reto a conseguir en años venideros.

Uno de los problemas más acuciantes, aparte de la calidad, era el de la extensión del servicio de agua potable a los barrios más extremos. Un asunto que contribuyó enormemente a enturbiar las relaciones entre la Sociedad Industrial Castellana y el Ayuntamiento, sobre todo a partir de los años 30; de hecho, hacia 1932 se decidió establecer dos calidades del agua: la mejor, para el centro de la ciudad, y la otra, solamente decantada para los barrios.

Estas diferencias confluirían en la decisión edilicia, adoptada ya en los años 50 del siglo XX, de proceder a la municipalización del servicio, lo que conllevaba la expropiación del mismo a la empresa, que no tardó en recurrir ante el Tribunal Supremo. Hasta 1959, Ayuntamiento y Sociedad Industrial Castellana no acordaron una solución amistosa; a partir de entonces, el Consistorio vallisoletano afrontó la municipalización del servicio en el contexto del desarrollismo económico. El objetivo inmediato era avanzar en la purificación del agua, mejorar el abastecimiento y, claro está, extenderlo a los diferentes sectores de la ciudad, todo ello sin ánimo de lucro.

Un hecho histórico

Así es como consideró El Norte de Castilla la llegada de agua corriente a Valladolid, como un hecho histórico, no solo porque en la ciudad se necesitara la canalización, sino porque la zona rural dependía del riego para que, en parte, subsistieran los cultivos de una provincia agrícola en aquellos años. La canalización y potabilización del agua fue bien recibida, al principio. Pronto empezaron las críticas por el mal sabor que, a juicio de los vallisoletanos, tenía un agua que no procedía del manantial de Argales y sí del Pisuerga y del Duero. Aparte de la calidad, los problemas sobrevenían también por la extensión, insuficiente para dar servicio a todos los barrios y, sobre todo, a los más alejados del casco urbano, como recogía el periódico.

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