Agonía y salvación de la iglesia de Wamba
La ruina del templo obligó a los regidores a solicitar ayuda económica a sus vecinos en 1919, a la espera de una acción decidida del gobierno de la nación
No era la primera vez que las autoridades de Wamba tenían que recurrir a la ayuda de sus paisanos para poner parches a la joya del pueblo. La Iglesia de Santa María de deterioraba por momentos y era menester, como escribía Sidonio Pindado en El Norte de Castilla aquel 24 de septiembre de 1919, «evitar que la acción del tiempo y de la incultura arrase la iglesia». Claro que los regidores aspiraban a mucho más que a otra colecta: reclamaban del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes la declaración del templo de Wamba como Monumento Nacional. Aún tendrían que esperar hasta junio de 1931.
Entretanto, la situación no hacía más que empeorar. La singularidad de esta iglesia es que se trata, originariamente, de una construcción mozárabe edificada sobre otra visigoda de tiempos de Chindasvinto, provista asimismo de un osario único en el país. Solamente la cabecera triple, el primer tramo de las naves y el muro norte recuerdan aquel templo primitivo. Lo demás fue sustituido a partir del siglo XII, momento en el que se asienta la Orden de San Juan de Jerusalén, funda un hospital de peregrinos y construye nuevas estancias al norte de la iglesia y un claustro en torno a la prolongación septentrional del eje del transepto. Luego se reemplazarían las naves mozárabes al oeste del transepto por una sala románica cubierta por techumbre de madera. Más adelante, ya en el siglo XVIII, una vez convertida la Orden de San Juan de Jerusalén en Orden de Malta, se construirán el atrio y la sacristía al sur, mayores ventanales, y un coro a los pies del templo.
Las medidas exclaustradoras de los gobiernos liberales del XIX provocaron la desintegración del monasterio y el progresivo expolio del templo, convertido en una cantera improvisada y acechado, además, por la humedad. Las peticiones del Ayuntamiento de Wamba fueron constantes. A cuentagotas llegó la ayuda de distintos organismos oficiales hasta la declaración, el 3 de junio de 1931, de la iglesia como Monumento Nacional. A modo de ejemplo, en 1929, la Dirección General de Bellas Artes otorgó una ayuda de 5.000 pesetas, y meses después, en enero de 1930, la Diputación hizo otro tanto con 2.000. En octubre de 1930 ya se anunciaba el inicio de algunas obras de reparación dirigidas por Juan Agapito Revilla. Y en julio de 1931, el Ministerio de Instrucción Pública concedía un crédito de 3.000 pesetas a este mismo fin.
Más decididas fueron las actuaciones de mediados de los 50, dirigidas por el arquitecto Anselmo Arenillas después de que la Dirección General de Bellas Artes aportara 50.000 pesetas. Iniciadas en 1958, pretendían revisar las obras anteriores, pues las consideraba «una mezcla poco clara y menos lograda». Los objetivos prioritarios eran el altar mayor y el cuerpo superior, pues no estaban acordes con el resto de la edificación, así como las escaleras y la barandilla de una de las paredes que conducían a la torre. Al mismo tiempo, se proponía abrir la puerta por la fachada principal, situada a los pies de la iglesia, para lo cual era imprescindible derribar un muro lateral. Finalmente, se reformaría el pórtico para hacer visibles los ventanales que estaban cerrados, y se embellecerían los alrededores.



Aun así, las obras no fueron todo lo rápido que se esperaba, pues todavía en abril de 1961, la Comisión Provincial de Monumentos denunciaba la demora. Diez años después era la Comisaría general del Patrimonio Histórico la que aportaba medio millón de pesetas para adecentar los exteriores del templo, abrir la puerta principal y acometer el enlosado de la capilla mayor. Con todo, a principios de los 80, la situación seguía siendo preocupante, pues un ala del claustro había sido utilizada como corral y garaje, y en algunas capillas laterales, junto a sarcófagos medievales y pinturas del siglo XV, se encontraban almacenados todo tipo de materiales. Las actuaciones definitivas las emprendería la Junta de Castilla y León a través de la Dirección General del Patrimonio Histórico-Artístico. Las obras, proyectadas en 1984, comenzaron en 1988 y se prolongaron hasta 1991. El coste total rondó los 59 millones de pesetas. Fue el comienzo de la salvación.
Se recuperaron las techumbres del templo, en especial el ala sur o pórtico, que estaba muy deteriorado, en la sacristía se dejó al descubierto el techo de escayola apoyado sobre conchas del mismo material, recuperándose además el pavimiento de la habitación más acorde con el estilo y época de la construcción, y las naves ganaron luminosidad tras someter a las columnas y capiteles de la parte románica a un proceso de limpieza y consolidación y sustituir las lámparas por un alumbrado más centrado. El altar mayor se colocó en el crucero, lo que permitió contemplar con mayor amplitud las bóvedas y construcción mozárabe, así como las pinturas murales de la cabecera. Finalmente, se repuso el pavimento de naves y capillas y se restauró el patrimonio mueble e inmueble (retablos, lápidas mortuorias) y la decoración mural.
En cuanto al recinto monacal, una tercera parte de la inversión se dedicó a reformar el claustro exterior del ala oeste con elementos modernos, así como las capillas bajas del mismo, incluido el osario, mejorando el trazado de acceso y la iluminación. El templo volvió a abrirse al público a mediados de agosto de 1990, y el osario, en diciembre de ese mismo año. La falta de fondos, sin embargo, impidió culminar la recuperación de las zonas anejas, lo que generó una imagen carente de armonía y problemas en la techumbre. Todavía hoy, el Consistorio de Wamba quiere dar una funcionalidad museística a estas dependencias, tal y como proponía el proyecto de restauración.
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