El 9 de noviembre de 1989 el anuncio de una inminente apertura de fronteras desencadenó el entusiasmo popular, la caída del régimen comunista y la desaparición del símbolo por antonomasia de la Guerra Fría
l anuncio del Gobierno de la República Democrática Alemana de permitir a partir de la noche del jueves abandonar el país a todos sus ciudadanos a través de sus fronteras con Occidente, incluyendo el Muro de Berlín, que ha dividido en dos la ciudad desde el 13 de agosto de 1961, ha convertido a la ciudad en una gran fiesta. Alemanes del Este y el Oeste celebran la decisión de forma conjunta. La decisión de las autoridades de la RDA ha sido recibida de forma desigual por los Gobiernos del mundo. Los comentarios van desde la cautela al optimismo. Por su parte la Unión Soviética acogió con satisfacción la apertura de fronteras en la RDA, pero advirtió que no se tolerarán cambios en la frontera de la RFA». Era una revolución incruenta e inesperada: el Muro de Berlín había sido derribado por la multitud y de manera repentina, lo que significaba el final del comunismo en uno de los países clave del bloque del Este.
Aquel 9 de noviembre de 1989 pasaría a la historia por la recuperación de la libertad de millones de alemanes. Como señalaba El Norte de Castilla, «en poco más de un mes, los alemanes han asistido a la caída del régimen estalinista de Erich Honecker en Berlín Este, la depuración del Politburó del Partido Socialista Unificado (PSU, comunista), el cese del Gobierno germano-oriental y, por fin, la pasada noche a la apertura de las fronteras interalemanas. La apertura total del muro de Berlín, por primera vez en 28 años, convirtió la ciudad en una gigantesca verbena a la que se sumaron los habitantes de los dos sectores para celebrar el ansiado encuentro».
Ciertamente en el trasfondo del acontecimiento latía un largo periodo de descontento por parte de gran parte de la población hacia el régimen comunista liderado por Honecker, debido sobre todo las pésimas condiciones de vida y la ausencia de libertades. Es significativo, por ejemplo, que entre 1961 y 1989 más de 5.000 personas trataran de cruzar el muro y que más de 3.000 fueran detenidas, o que alrededor de un centenar murieran en el intento, la última de ellas el 5 de febrero de 1989.
Las protestas de colectivos juveniles, intelectuales y otros sectores contrarios a la Dictadura comunista se habían dejado sentir en días anteriores por medio de multitudinarias manifestaciones duramente reprimidas. Honecker se había mostrado contrario al proceso de apertura liderado por Gorbachov en la URSS, a lo que los berlineses respondieron con protestas cada vez más continuadas; muchos, además, se refugiaban en las embajadas de Austria y Hungría para escapar de la represión. De hecho, más de 130.000 alemanes emigraron a Hungría. La escalada de conflictividad acabó provocando la destitución de Honecker.
La chispa final la encendió Guenter Schabowski, jefe del Partido Comunista en Berlín Oriental y miembro del Politburó, cuando el 9 de noviembre de 1989 anunció en rueda de prensa que los alemanes orientales podrían salir libremente a través del Muro de Berlín o de los pasos fronterizos entre las dos Alemanias. Cuando los periodistas le preguntaron por la fecha y hora concreta de la medida, contestó: «de inmediato». Fue una imprudencia por su parte, pues la reacción de miles de berlineses orientales consistió en concentrarse de inmediato frente a las paredes del Muro y en los puntos de control. Las fuerzas de seguridad no pudieron hacer nada por evitarlo, estaban desbordadas. Los habitantes del Oeste les recibieron con gestos de entusiasmo y efusividad. «'El muro ha caído', gritaban miles de ciudadanos de uno y otro lado de la ciudad mientras bailaban abrazados junto a la conocida Puerta de Brandenburgo y saltaban la barrera de hormigón ante los ojos de la Policía germano-oriental, que pocas horas antes los habría detenido», informaba El Norte de Castilla. «Con la medida adoptada ayer por las autoridades de la RDA, se mantiene todavía la obligación para los habitantes de pedir un visado de salida, pero su concesión no se limita, como hasta ahora, a ninguna clase de motivos y se concederá inmediatamente sin más preguntas. La decisión de las autoridades de la RDA de abrir sus puestos fronterizos con la RFA y con Berlín Este ha suscitado multitud de reacciones en todo el mundo, en lo que 'de facto' supone la 'caída' del Muro de Berlín», aclaraba el periódico.
Lo cierto es que la verdadera oleada se produjo a la mañana siguiente. De aquella jornada son las imágenes de cientos de berlineses escalando el Muro, bromeando ante las miradas impasibles de la policía e incluso golpeándolo con martillos para derribarlo. Poco después se celebrarían elecciones libres, que ganarían los democristianos, y comenzaría la reunificación de las dos Alemanias. La RDA era cosa del pasado.
Alegría desbordada
«Alegría desbordante en Berlín por la apertura del Muro». Así titulaba El Norte su portada el 11 de noviembre de 1989, después de que «decenas de miles de germanoorientales» pasaran a la otra Alemania «en 24 horas, desde que se anunció la autorización para abandonar el país». La inmensa mayoría, sin embargo, regresó.
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