
1969: llegada del hombre a la luna
165 aniversario de El Norte de Castilla ·
Cuando el astronauta Neil Armstrong pisó la Luna, El Norte de Castilla festejó el avance científico pero sin olvidar las tremendas necesidades del planeta TierraSecciones
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165 aniversario de El Norte de Castilla ·
Cuando el astronauta Neil Armstrong pisó la Luna, El Norte de Castilla festejó el avance científico pero sin olvidar las tremendas necesidades del planeta TierraEran las 3:56 de la madrugada y 20 millones de ojos en España no se apartaban del televisor. La hazaña era imponente: «Un momento histórico que pasará a la posteridad como el día en que salimos de la Edad de Piedra espacial», festejaba este periódico. Y era verdad. Aquel 21 de julio de 1969, «la fantasía juliovernesca se hace realidad. El planeta que ha servido de inspiración a poetas y escritores, que ilumina pálidamente las noches de nuestro mundo, que parecía inaccesible y enigmático, acaba siendo presa de la audacia del ser humano». Con minuciosidad extrema, el diario fue desgranando la hazaña norteamericana como si de un dietario fantástico se tratara.
Los preparativos, conocidos a través de la Agencia Efe, apasionaban a los españoles. Todo comenzó el 16 de julio, con Armstrong, Aldrin y Collins «preparados para iniciar su viaje hacia la luna a las 13,32 de mañana miércoles». El objetivo era tan formidable, que «entre un total de 17.000 empresas han construido la totalidad de los instrumentos que harán posible que la misión 'Apolo 11' comience mañana en Cabo Kennedy», relataba El Norte.
En los días previos, los vallisoletanos recibieron algo así como un curso intensivo de estancia lunar: supieron, por ejemplo, que la temperatura en la Luna era de 17,3 grados bajo cero, y que el primer menú de los astronautas, valorado en 200 dólares, estaría compuesto de «lacón, duraznos, pastel de azúcar, café y zumo de piña». No les faltó información sobre las horas dedicadas a descansar, el peso de los trajes, las maniobras necesarias y las prevenciones adoptadas.
Armando Fernández-Xesta, redactor jefe de El Correo y enviado especial en Cabo Kennedy, insistía en que los astronautas estaban en plena forma física, dormían más de lo suficiente y apenas hablaban para no desperdiciar energías: «Un periodista norteamericano comentaba con nosotros ayer que el mono 'Bonny' tenía más conversación que los tripulantes del Apolo XI». En el momento de poner el pie en la superficie lunar, Armstrong y Aldrin llevarían «tres trajes superpuestos y su equipo personal tiene un peso de ochenta y dos kilos, claro que con la menor gravedad lunar su verdadera equivalencia es de catorce», aclaraba el corresponsal que, para mantener la tensión, recordaba lo que Pedro Durán, técnico alicantino que trabajaba en Cabo Kennedy, le había dicho sobre los simuladores: «En ellos se ensayan situaciones que nadie ha vivido… y no tiene que ser precisamente como se prevén». Por eso cuando el domingo 20 de julio de 1969, a las 21:17 horas, el módulo lunar o 'Águila' alunizaba no sin dificultades en el Mar de la Tranquilidad, en Houston respiraron con alivio. «Estamos en el interior de un cráter que tiene las dimensiones de un campo de fútbol. El color no es uniforme, las rocas tienen distintos tonos», informaba Armstrong.
Pero el momento soñado se vivió seis horas más tarde. Era lunes, 21 de julio de 1969. A las 3:56 de la madrugada, se retransmitía en directo que «Armstrong es el primer ser humano que huella la luna (….) Un pie indeciso comenzó a descender lentamente los escalones de la extraña estructura. Al llegar al último escalón, el pie de Armstrong vaciló. Dos veces descendió sin tocar el suelo y volvió a ascender. En el tercer intento, el hombre pisaba la Luna por primera vez. Después, unos pasos vacilantes hasta coger confianza: 'No hay dificultades para andar, esto no es tan bonito como los Estados Unidos, pero también es muy bonito'». Su mítica frase, «éste es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad», pronunciada de manera espontánea, ha quedado para la posteridad.
Aldrin no tuvo tantos reparos: «Al llegar al último escalón pegó un salto, luego otro y otro y comenzó a galopar». Eran las 4:16. Más de 500 millones de personas estaban siguiendo la hazaña en directo en el mundo; 10 de ellos en España, casi sin pestañear frente a los 3,5 millones de televisores que había entonces en nuestro país. Franco envió un mensaje de felicitación al presidente de EEUU, Richard Nixon, recalcando «el hecho prodigioso de la llegada a la Luna de los tres heroicos astronautas norteamericanos», debido tanto a la ciencia y a la técnica como «a la fe de vuestra gran nación», y Pablo VI hizo otro tanto tras contemplar la Luna a través del telescopio del observatorio de Castelgandolfo: «Gloria a Dios en las alturas y honor a todos los que han hecho posible este audaz vuelo», dijo.
El Norte dedicó un amplio editorial a elogiar «la hazaña norteamericana», sin dejarse llevar por la ilusión desmesurada: la pluma de José Jiménez Lozano estaba detrás de aquellos párrafos que recordaban que había sido el cristianismo el que «otorgó al hombre por primera vez la convicción de que el universo entero es real y modificable, que carece de toda entidad divina, que es criatura», al tiempo que alertaba, en aquel contexto de Guerra Fría y amenaza nuclear, sobre el peligro que se seguía cerniendo sobre la humanidad: «Ese cohete que ha llevado a los hombres a la Luna puede mañana por la mañana destruir ciudades enteras y sumir en una astral desolación a todo el globo».
El 22 de julio de 1969 El Norte informó con detalle de la misión lunar, y de que los astronautas ya estaban regresando. Además de fijar la bandera de EEUU allí, Armstrong y Aldrin recogieron más de 25 kilos de rocas y dejaron un sensor sísmico y una caja con reflectores para recibir láser y poder medir la distancia desde la Tierra.
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