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El Papa Pablo VI en la clausura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II. Archivo Municipal de Valladolid
1962: la puesta al día de la Iglesia católica

1962: la puesta al día de la Iglesia católica

165 aniversario de El Norte de Castilla ·

El Concilio Vaticano II, iniciado por Juan XXIII en octubre de 1962, introdujo una profunda revolución al confirmar el ecumenismo y la autonomía de las realidades terrenas

Martes, 1 de junio 2021, 07:04

Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia fuera y para que desde fuera pueda verse el interior ». Así resumió Juan XXIII, cariñosamente llamado 'el Papa bueno', el objetivo general del Concilio Vaticano II: intentar que la Iglesia católica adaptase su paso al de la modernidad y entablar, en fin, puentes de diálogo con la cultura moderna, de la que tantos siglos estuvo alejada.

Apenas habían transcurrido tres meses desde su elección cuando el Papa Roncalli hizo en Roma un anuncio que conmovió al mundo: la convocatoria de «un concilio ecuménico para la Iglesia universal». Era el 25 de enero de 1959.Las primeras reacciones de desconcierto dentro de la Iglesia fueron dejando paso a la esperanza, si bien es cierto que en aquellos momentos era imposible adivinar las consecuencias que iban a derivarse de la valerosa decisión pontificia.

El Concilio habría de celebrarse en el Occidente nacido de dos guerras mundiales, en medio de un panorama cultural cada vez más alejado de la idea religiosa, frente a los retos planteados por la sociedad de consumo y ante la presencia activa del Tercer Mundo, con la cristiandad dividida e incapaz de encauzar el proceso político abierto con la descolonización.

España presentaba un panorama bien distinto: no solo el régimen del general Franco se autotitulaba católico sino que, en virtud del Concordato firmado en 1953, la Iglesia católica gozaba de importantes privilegios, al tiempo que aportaba a la Dictadura una legitimación de consecuencias decisivas. Iglesia y Estado, en fin, unidos en amigable e interesada compañía mientras, por la base, organizaciones católicas de signo progresista ponían en cuestión tamaño entendimiento. De ahí las revolucionarias implicaciones que para España habría de traer la aplicación inmediata del Concilio.

Este llegó en un momento en el que la Iglesia precisaba una reforma dirigida a resolver tanto el contencioso que tenía planteado con el mundo moderno, como los no menos acuciantes problemas con las iglesias protestantes. La apertura de la Iglesia al mundo moderno y la sociedad, la unidad de los cristianos y apostar por la Iglesia de los pobres fueron los tres objetivos que se planteó el Santo Padre con la convocatoria del Concilio. Ya su preparación fue interpretada como un signo de democratización eclesial, pues en junio de 1959 el Vaticano invitó a todos los obispos (entonces eran 2.594), superiores de órdenes y congregaciones religiosas (156) y universidades católicas para que antes del 30 de octubre propusiesen temas conciliares.

Cuatro sesiones se celebraron entre 1962 y 1965, siempre en otoño y con una duración de en torno a dos o tres meses cada una. «En el momento de la apertura del Concilio, Roma, ofrecía un espectáculo a la vez alegre y recogido: Atmósfera de fiesta, pero también de oración y de trabajo», afirmaba El Norte de Castilla el 12 de octubre de 1962, con motivo de la apertura, celebrada el día anterior.

De los 2.540 obispos que asistieron, 1.000 eran europeos, otros tantos americanos, 300 procedían del África negra y 300 de Asia. A ellos habría que sumar 93 observadores no católicos y 480 expertos, 42 de ellos laicos. Los textos se aprobaban cuando obtenían mayoría de dos tercios. Convocado oficialmente mediante la bula 'Humanae salutis' del 25 de diciembre de 1961, la primera sesión tuvo lugar entre el 11 de octubre y el 8 de diciembre de 1962. El discurso inaugural de Juan XXIII hizo hincapié en el carácter pastoral del Concilio, el propósito de no condenar errores por medio de anatemas y la búsqueda de la unidad entre los cristianos.

Desde un principio se evidenció la división de los asistentes entre una mayoría de talante aperturista, procedente de Europa central, Norteamérica y países de misión, y una minoría conservadora de obispos de países tradicionalmente cristianos, de América Latina pero también de Italia y España, firmemente apoyados por la curia. En junio de 1963 murió Juan XXIII; su sucesor fue el cardenal Giovanni Montini, elegido Papa el 21 de junio como Pablo VI.

Junto a su indudable carácter pastoral, el Vaticano II ha sido caracterizado como el Concilio del 'aggiornamento' o 'puesta al día' de la Iglesia Católica, expresión empleada por el propio Juan XXIII para referirse a la necesidad de llevar a cabo una profunda renovación evangélica que posibilitase dar respuesta a las exigencias del mundo moderno. Inaugura, además, un espíritu fecundo de diálogo de los católicos entre sí, con otras religiones, con los ateos y con el mundo contemporáneo, hacia el que tiende un puente con el propósito de valorarlo y servirlo, nunca de conquistarlo o despreciarlo. El Vaticano II afirma sin ambages la libertad religiosa e invita a escrutar los llamados signos de los tiempos, definidos por Juan XXIII como esos acontecimientos históricos «que nos hacen concebir esperanzas de tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad».

De las cuatro Constituciones aprobadas, que a la postre son los textos fundamentales del Concilio, se desprende un nuevo concepto de Iglesia como pueblo de Dios, una eclesiología en términos de comunión y de Iglesia en camino, y una concepción del ministerio como servicio al pueblo. La aceptación de la autonomía de las realidades temporales y la afirmación de que «la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno», cuestionaba el sistema de relaciones Iglesia-Estado vigente en España, caracterizado por el nacional-catolicismo, la confesionalidad del Estado y una estrecha vinculación entre la Iglesia y Franco.

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