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Vallisoletanos en bicicleta y a pie saludan con el brazo en alto en la Plaza Mayor de la ciudad el primer día de la sublevación.

1936: estalla la Guerra Civil

165 aniversario de El Norte de Castilla ·

El levantamiento militar de julio de 1936 fue interpretado por El Norte de Castilla como consecuencia lógica, aunque indeseada, de la errónea política republicana

Martes, 5 de enero 2021, 07:38

En el fondo era el fracaso de quienes, como El Norte de Castilla, habían preconizado «una política de moderación y justicia»: el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, que terminaría provocando la Guerra Civil, lo interpretó el decano de la prensa española como una consecuencia lógica, aunque indeseada, de la «alegre inconsciencia» del Gobierno republicano.

Un Gobierno que desde febrero de 1936, una vez materializado el triunfo de las izquierdas coaligadas en el Frente Popular, habría «impulsado a muchos españoles ecuánimes a extremos de violencia y rebeldía», según el diario. El 19 de julio, 48 horas después de que una parte del Ejército iniciara en el norte de África la rebelión contra el régimen republicano, Francisco de Cossío, director del periódico, editorializaba lo ocurrido incidiendo en lo que consideraba sus razones de fondo. «Hoy se recogen los frutos sangrientos de ese estado de cosas que el propio gobierno alimentaba con su pasividad y manifiesto maridaje con el internacionalismo revolucionario», podía leerse en la portada de El Norte de Castilla, que a cuatro columnas informaba de la «subversión militar» que se extendía por la Península desde el Protectorado de África. «El movimiento tiene el alcance de una reintegración nacional», rezaba uno de los cuatro titulares.

Coherente con su posicionamiento contrario a la política desarrollada por el Frente Popular, Cossío justificaba el golpe de estado con la esperanza de una restauración de la paz social: «Esta hora de rebeldía quiere ser la última hora de violencia que prepare a los españoles una vida de paz, de trabajo y de sentido nacional». Al igual que la mayor parte de los españoles, también él era incapaz de prever los tres años de lucha cainita que se avecinaban.

La sublevación de la guarnición de Melilla, ocurrida el día 17, alertó a los principales implicados en Valladolid, liderados por el general Andrés Saliquet Zumeta. Como informaba El Norte de Castilla, el movimiento vallisoletano «venía incubándose desde hace tiempo», pues «era casi público en su extensión y organización». Lo de Melilla, por tanto, fue «como un aviso que puso en tensión a los hombres de nuestra ciudad que anhelaban cooperar a la acción rescatadora».

Saliquet y demás conspiradores (el teniente coronel Uzquiano, los comandantes Anselmo López Maristany y Luis Martín Montalvo, los capitanes Arrieta y Fernando Pardo, y el teniente de Caballería Gonzalo Silvela) aguardaban el momento oportuno en la finca que los hermanos Cuesta tenían en el término de Mucientes.

Pensaban actuar el día 19, pero un suceso precipitó los acontecimientos. Lo contaba en portada El Norte de Castilla: eran las siete de la tarde del 18 de julio de 1936 cuando los viandantes que paseaban por la plaza de Zorrilla veían llegar a «una camioneta de guardias de Asalto con la tercerola al brazo y dando gritos de ¡Viva España!». No eran más de media docena y habían desobedecido las órdenes del gobernador civil, Luis Lavín, de dirigirse a Madrid; su proceder constituía una «nota de rebeldía que se exteriorizó en vivas a España y brazos con manos extendidas», apuntaba El Norte de Castilla, cuyo relato reflejaba la práctica unanimidad que había concitado la rebelión en la ciudad: «Al estupor en los primeras momentos siguió inmediatamente una reacción y la gente que se había metido atropelladamente en los portales saltó de ellos para corear los gritos de los guardias. Las fuerzas de Asalto regresaron de la plaza de Tenerías al centro de la población por diversos lugares».

Lo cierto es que la rebelión había comenzado antes de lo previsto y Saliquet se vio impelido a actuar. Su cometido no era otro que posesionarse de la División Militar, ubicada en el Palacio Real, frente a San Pablo. Para conseguirlo hubo de doblegar la resistencia del capitán general, Nicolás Molero Lobo, no sin antes asistir a un forcejeo saldado con tres víctimas: el abogado Emeterio Estefanía, por parte de los golpistas, y los comandantes Ruperto Riobóo y Ángel Liberal, que trabajaban con Molero. Poco tardaron los sublevados en hacerse con el control de los principales centros neurálgicos de la ciudad: el Gobierno Civil, del que se posesionó el general Miguel Ponte, el Ayuntamiento, la estación, la radio, Teléfonos y Telégrafos. «La unanimidad del movimiento en Valladolid fue absoluta, y todas las autoridades, pasada la media noche, fueron sustituidas por los directores del Movimiento», señalaba El Norte, si bien es cierto que aún habrían de salvar un escollo importante: la Casa del Pueblo, rendida a tiros en la mañana del 19 de julio.

Para socavar la moral de los activistas republicanos, un grupo de falangistas, una vez tomada la radio, bombardeó a la población con mensajes triunfalistas que inclinaban la balanza del lado de los insurgentes. Desde las 11 de la noche hasta la una menos cuarto de la madrugada radiaron lo acontecido en la capital, haciendo hincapié en la declaración del Estado de Guerra por parte del general Saliquet, cuyo bando publicó íntegramente El Norte de Castilla en la portada del 19 de julio; contenía 15 puntos y finalizaba reclamando «la colaboración activa de todas las personas patrióticas, amantes del orden y de la paz, que suspiraban por este movimiento, sin necesidad de que sean requeridas especialmente para ello».

Mientras fuerzas del Regimiento de Farnesio número 10, de Caballería, salían a la calle para proclamar la ley marcial, Onésimo Redondo arengaba a los obreros del campo y de la ciudad desde la radio, animándolos a «que abandonen el marxismo y se sumen a Falange española». Según El Norte de Castilla, desde media noche «la tranquilidad reinó en la ciudad».

Adhesión unánime

El 19 de julio de 1936 El Norte relató que «en Valladolid todas las fuerzas de Seguridad, Asalto, Guardia civil y Ejército» se sumaron «unánimemente al movimiento» de «reintegración nacional».

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