1918: La 'gripe española' se cobra más de 100 vidas en Valladolid
165 aniversario de El Norte de Castilla ·
La célebre y catastrófica epidemia de 1918 dejó más de 10.000 contagios en la ciudad del Pisuerga, si bien fue una de las capitales menos afectadas de España
Durante casi un mes, en el otoño de 1918, la portada de El Norte de Castilla apareció cubierta de esquelas. Eran las consecuencias más graves de la terrible epidemia de gripe que asoló la humanidad aquel año.
Arrancó en primavera y se recrudeció en septiembre. En total, entre 50 y 100 millones de muertos en todo el mundo, un 2,5-5% de la población.El primer brote de gravedad se registró en marzo en Kansas, de donde pasó a Europa. Eran tiempos duros, los de una I Guerra Mundial que aún duraría unos meses más. La firma del armisticio de paz, en noviembre, coincidirá con el final de la epidemia.
Ésta pasó de Francia a España y, debido a que nuestro país informó sin cortapisas, libre como estaba, merced a su neutralidad, de las ataduras censoras de los países contendientes, llegó a calificarse como 'gripe española'.
Teorías hay que defienden el contagio de españoles y portugueses en el país vecino, a donde habían acudido como mano de obra necesaria ante los rigores de la contienda. En Valladolid arrancó, cuentan, en Medina del Campo, precisamente a raíz de un contagio con portugueses recién llegados del país galo.
Ya en primavera, informes coetáneos hablan de decenas de muertos. Pero lo peor comenzó a finales de septiembre de 1918. Porque si ya era alarmante contar a diario con un número fijo de siete a nueve fallecimientos a causa de la gripe, el día 26 saltaron las alarmas ciudadanas al tener noticia de que 24 horas antes, la epidemia se había cobrado 13 víctimas. No digamos ya cuando, setenta y dos horas después, esa cifra ascendía a 20.
El 27 de septiembre, la Junta provincial de Sanidad declaró oficialmente la epidemia en Valladolid. La prensa se hizo eco el 1 de octubre. La Circular, inserta en el Boletín Oficial de la Provincia, venía acompañada de instrucciones claras para evitar el contagio: «Siendo un hecho de observación comprobado que el único preservativo de contagio de la gripe depende de la incomunicación de los sanos con los enfermos y mucho más con los convalecientes (…), como asimismo que las reuniones y aglomeraciones públicas son la principal causa de la propagación epidémica de dicha enfermedad, queda terminantemente prohibido en los pueblos contaminados toda clase de fiestas y espectáculos de carácter público en espacios mal ventilados».
Por eso en los pueblos quedaban prohibidos las ferias y los mercados, al tiempo que en iglesias, hospitales, casinos, teatros y otros edificios públicos debía acometerse una profunda labor de limpieza, «con arreglo a los consejos de la higiene moderna y a los que en cada caso acuerde la Junta local de Sanidad».
Tampoco quedaban a salvo las casas con enfermos, pues se establecía que «no haya aglomeración de familias o individuos», aconsejando siempre «como medio profiláctico individual el levado frecuente, especialmente antes de las comidas, de las manos, los lavatorios de boca y los gargarismos con ligeras soluciones antisépticas, e igualmente de las fosas nasales».
El optimismo brillaba por su ausencia. No pocos días, sobre todo a partir de la primera semana de octubre, los fallecidos comenzaron a contarse de veinte en veinte. A mediados de mes se llegó, en una ocasión, a 29.
«Los médicos trabajan sin cesar. Día y noche recorren la ciudad visitando enfermos. (…) En el vecindario crece la alarma», señalaba El Norte de Castilla.
Faltaban feligreses en las iglesias, antaño repletas, pues «los fieles buscan para cumplir sus deberes religiosos y sus devociones los cultos no solemnes y las horas en que suele ser menor la concurrencia», informaba el decano de la prensa; la concurrencia era escasa en cafés, casinos y centros de reunión, ni siquiera el paseo por la calle de Santiago y Recoletos (entonces, paseo de Alfonso XIII), esa costumbre tan arraigada en aquel Valladolid del primer tercio del siglo XX, era frecuentado en días de buen tiempo.
La Universidad cerró sus puertas, lo mismo que el Instituto Provincial (hoy Instituto Zorrilla), la Escuela Normal (hoy Colegio García Quintana), la Escuela de Comercio e Industrial y de Artes y Oficios.
A mediados de octubre, «sólo un teatro, Pradera, y un cine, Novelty, funcionan; los demás están cerrados», destacaba el plumilla de El Norte; «Calderón, Lope y Zorrilla hace días que han suspendido espontáneamente las temporadas que anunciaban»; «la alarma supera a la epidemia», sentenciaba.
La situación comenzó a mejorar a finales de mes; el 28 de octubre, por ejemplo, la prensa local daba la noticia, grata noticia, «de que en el Registro Civil se inscribieron solamente 14 defunciones, producidas por toda clase de enfermedades». De hecho, el día anterior, de las 18 muertes sólo 4 habían sido causadas por la gripe.
La primera semana de noviembre, la luz se impuso a las tinieblas del virus. Tanto, que el día 12 la prensa publicó, ufana, que «en Valladolid se declara extinguida la epidemia»: y es que el día anterior, de las siete muertes registradas, tres lo habían sido por tuberculosis y el resto, por «enfermedades comunes». La gripe más brutal de la historia de la humanidad se había cobrado en la ciudad del Pisuerga, según recuentos de la época, más de 100 muertos y sobrepasado los 10.000 afectados; y todo ello en una provincia que sumaba, en aquel año, algo más de 280.000 habitantes.
«Hay una gran distancia entre el optimismo oficial y la alarma de las gentes. Me parece que ni uno ni otro se hallan justificados, y que lo razonable es una discreta preocupación, sin llegar a la alarma», escribía, el 10 de octubre de 1918, un especialista entrevistado por 'El Norte de Castilla' que, sin embargo, prefirió ocultar su nombre.
«Comparado con el resto de España, Valladolid es una de las capitales que han salido mejor libradas», señalaba el especialista, quien contraponía las 80 defunciones diarias de San Sebastián con las 30 que, como máximo, se habían producido en la ciudad del Pisuerga.
Llena de esquelas
La portada de El Norte de Castilla del 11 de octubre de 1918, repleta de esquelas, es fiel reflejo de los estragos que ocasionó la llamada 'gripe española' en la ciudad del Pisuerga.
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