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Sofía Pérez, en un banco de la calle Alamillos. CARLOS ESPESO
Bebés robados en Valladolid

«Me dijeron: 'Su bebé nació muerto'. Y se lo llevaron sin que lo pudiera ver»

La sospecha de que a Sofía Pérez le robaron a su hijo al nacer reactiva la búsqueda iniciada por un empresario mexicano para hallar a sus padres

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 1 de agosto 2021, 08:48

«¿Cómo pudieron hacer eso?», se pregunta hoy, tantos años después, con una tímida lágrima que se asoma a sus ojos. Cómo pudieron, insiste Sofía Pérez (Hinestrosa, Burgos, 1935), cuando recuerda uno de los episodios más trágicos de su vida, aquel día de 1967 ... en el que dio a luz en el Hospital Viejo y le dijeron: «No hay nada que hacer. Su bebé ha nacido muerto». Y había que creerse la frase trágica de aquella religiosa, había que confiar ciegamente en aquel ginecólogo que les dijo que lo mejor era no ver al crío para evitar el dolor, que les pidió (por favor, «ustedes que son tan buenos», por favor) que entregaran el cuerpecito a la ciencia, que lo donaran para investigar, para que otros niños (tan enfermos, indefensos, pobrecitos) pudieran sacar algún beneficio –que la muerte no fuera en vano–, de aquella tragedia que Sofía y Miguel Ángel, su marido, acababan de atravesar.

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«Desde la puerta le vi la manita, pero no me lo acercaron, no pude tocarlo», recuerda Sofía. «A mi marido le enseñaron un bebé congelado, niños que tenían preparados para estos casos. Y ya». Les dijeron que en África (donde habían vivido los últimos cinco años, de donde Sofía llegó embarazada) había contraído fiebres amarillas y que por eso nació muerto. «Ni siquiera lo pudimos enterrar. Mucho tiempo me acordé de él. Mucho. Y luego... Bueno, tienes tu vida, tres hijas a las que cuidar. Nunca lo olvidas, pero...».

Ahora, el recuerdo de aquel bebé ha vuelto con fuerza. Sofía, animada por su hija Rebeca, ha iniciado la búsqueda de aquel hijo que sospecha, está convencida, le robaron al nacer. Su primer paso ha sido escribir a aquel empresario mexicano que en febrero de 2020 publicó un anuncio en El Norte de Castilla.

«Necesito ayuda para encontrar a mis padres», decía el reclamo, en el que un hombre, desde el otro lado del Atlántico, que no quiso hacer público su nombre («para no perturbar a personas que pudieran verse implicadas») buscaba alguna pista sobre sus orígenes biológicos. Sabía que su nacimiento, en el sanatorio Sagrado Corazón, fue inscrito en el registro vallisoletano el 1 de julio de 1966, ya con los apellidos de sus padres adoptivos. Esa pareja (ella mexicana), después de años de secretos, le terminó contando que había nacido en España, en Valladolid, donde la familia tenía un amigo (ya fallecido) que era médico.

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«Él se encargó de conseguir un bebé para mis padres. Sé que en España ha habido situaciones de robos de bebés, pero conociendo al médico y a mis padres, no creo que haya sido el caso. Y estoy seguro de que si así fuera, si yo fui un niño robado, mis padres no lo sabían. Quiero pensar que hubo una familia que no pudo hacerse cargo de mí y me dio en adopción», contaba este hombre en febrero de 2020, cuando inició la búsqueda de sus raíces.

Rebeca, después de leer el artículo, pensó en aquel hermano que en el hospital les dijeron que nació muerto. Y quién sabe si las dos historias pudieran tener alguna relación. Escribió a México (el correo es origenbusqueda@gmail.com). Pero no ha habido suerte. «No coinciden las fechas. Yo nací en 1966 y el bebé de esta familia lo hizo meses después», explica este hombre, que ha visto cómo la covid ha parado en seco los deseos de localizar a su familia.

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«No ha habido avances. La pandemia lo frenó todo. En octubre quiero pasarme por Valladolid». Tal vez aquí pueda conseguir algún avance en su investigación. Después de aquel anuncio de febrero de 2020, un hombre, Fernando, que sospechaba que su bebé nunca murió al nacer (como le dijeron en la antigua residencia), se puso en contacto con el empresario mexicano. Ambos se sometieron a una prueba de ADN(disponible a través de Internet). No hubo suerte. En esta ocasión. Porque aquel hombre que busca a su familia vallisoletana desde México no ha perdido la esperanza. Toda pista es bienvenida. Aunque esta de Sofía no parece la mejor. Así se lo ha comentado a Sofía y Rebeca, recién embarcadas en la búsqueda de un hijo, de un hermano, al que nunca llegaron a conocer.

Bellas casualidades

Dice Sofía que su vida es una sucesión de «bellas casualidades» que le llevaron a conocer a Miguel Ángel Zarandona, aquel «hombre bueno» con el que se casó, con el que se fue a vivir a Guinea, con el que tan feliz fue luego en Valladolid, pese a aquel doloroso episodio en el que les contaron que su bebé había nacido muerto. Cuenta Sofía que su vida es un rosario de coincidencias en el que unas ciruelas robadas, una religiosa estricta, un ataque en la selva, una academia en el barrio de Batallas juegan un papel primordial.

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Sofía nació en Hinestrosa, un núcleo de población dependiente de Castrojeriz (Burgos) en 1935. Fue la quinta hija de Elicio y de Sofía. «Menos mal que mi madre no tuvo un nombre feo», bromea. Tenía cuatro hermanos por delante y otros cuatro por detrás. Su padre hacía carretas. «Era carretero. Luego se pasó a la fabricación de cabinas de camionetas. Era muy trabajador. Él se hacía su propio vino», recuerda Sofía.

Con tantos hijos en casa, había que intentar buscarle un futuro a todos y el de Sofía tal vez pasaba por la vida religiosa.Su prima Hilaria estaba con las monjas del Corazón de María, en Zamora, y la familia pensó que ese podía ser un buen sendero para Sofía. «Luego fui de novicia a Olot, donde estudié Magisterio. Pero me echaron del convento porque según la superiora no tenía vocación. A mi cargo estaban cuatro postulantas y cuando íbamos de paseo, nos subíamos a los árboles a coger ciruelas verdes. Además es que me gustaba el teatro. Yhacía travesuras. Una vez, en Zamora, convencí a varias hermanas y compañeras para hacer una cosa muy grave. Había nevado. Y como estábamos aburridas, les animé para que bajáramos al patio, coger bolas de nieve, subir al quinto piso y desde allí tirarlas. Antes de hacer los votos, me llamó la superiora y me dijo: 'Le tengo que dar una noticia. El convento es como una cárcel para usted. Fuera de aquí estará usted tranquila, conocerá a un buen hombre, será feliz. Aquel día me sentía morir:' Yo quiero ser monja, quiero ser monja', decía. Qué vergüenza pasé. Pero luego, aquella mujer tuvo razón. Me busqué al hombre más bueno que existía».

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Aquel hombre era Miguel Ángel Zarandona, un vasco con acento 'dulsón' con el que, otra vez la casualidad, se cruzó durante un paseo por Burgos. Sofía, al abandonar el convento, viajó hasta Gamonal, donde vivían sus padres. En Burgos había recalado también Miguel Ángel, después de una temporada en Cuba (donde llegó como fraile de La Salle y de donde se trajo un deje caribeño en el habla) y en Guinea, donde sus padres tenían una explotación maderera. «En un viaje a África de Franco y Carrero Blanco, le dijeron que si quería volver a España y trabajar aquí, tenía que hacer la mili. Y lo destinaron a Burgos», cuenta.

Miguel Angel y Sofía, durante su etapa en Guinea Ecuatorial. el norte

Aquel día, Sofía perseguía por la calle un pajarillo herido. Sin éxito. De frente venían tres jóvenes vestidos de militar y uno de ellos atrapó al pájaro. «Yo tenía mucho genio, así que salté: 'Alto ahí, que el pájaro es mío'». Y entonces otro soldado se lo quitó, lo cogió en sus manos y me lo dio:«Tome, para usted». Aquel hombre generoso era Miguel Ángel. «Se enamoró de mí y yo de él. Empezamos a encontrarnos, a salir...».

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Año y medio después se casaron. Y decidieron viajar a Guinea Ecuatorial, para trabajar en el negocio familiar que junto a la selva tenían los Zarandona. «Estuvimos un mes en el barco hasta llegar donde vivían mis suegros. Eran colonos. Tenían explotaciones de madera, de café. En Río Benito», rememora.

«Allí iba en chanclas, a mi aire, como cualquier otra mujer del poblado». Acostumbrada a las tristeza de las frutas castellanas, descubrió un mundo de sabores tropicales:«La piña, el mango, el aguacate...Y luego langosta, angulas. Recuerdo un día que me acerqué a un mercado con cien pesetas, que entonces era mucho dinero, y le dije al encargado de un puesto que me preparara un cubo de angulas. Entonces le veo que sale corriendo. Decía:' Yo volver, yo volver'. Y pensé:'Pero este, ¿dónde va?'. Al rato regresó con otro cubo de angulas lleno, hasta arriba», recuerda con una amplia sonrisa.

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Miguel Ángel trabajaba por la mañana en la recogida de café. Por la tarde, «se colocó» en la compañía de Jover, una empresa dedicada a la explotación forestal. Allí nacieron las dos primeras hijas de la pareja. «Como había tantos bichos, dormían dentro de una jaula, para que no les entrara ninguno. Les pusimos dentro un colchón, estaban comodísimas», evoca. Entre los bichos, «muchas cucarachas, por eso en casa teníamos tantos gatos, para que las cogieran».

Miguel y Sofía (embarazada), en Guinea Ecuatorial. el norte

«Un día que estaba sola en casa, con las niñas, vi cómo se acercaba una sombra. Pensé que era uno de los gatos, pero cuando me acerqué a la rejilla, vi que era un hombre. Allí, a veces, los nativos entraban en las casas para robar. Y yo me puse en lo peor. Pasé mucho miedo. Veía la sombra y pensaba: 'Madre mía, qué alto que es'». Cuenta Sofía que ese día aprendió a ser valiente. Buscó por casa «una especie de hoz», calculó la altura del presunto atacante («para saber dónde estaban sus partes») y espero a que abriera la puerta para asestarle un buen golpe. «Al final no hizo falta. Mi marido llegaba a casa, las luces del coche lo espantaron y escapó. Pero yo ya estaba preparada para protegerme a mí y a mis hijas».

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La creciente inestabilidad en el territorio (que desembocó en la independencia de Guinea Ecuatorial en octubre de 1968) animó a Miguel Ángel y Sofía a regresar a España. Volvieron con dos hijas y un bebé de camino. Ese fue el bebé que les dijeron en Valladolid que nació muerto. Después, ya junto al Pisuerga, nació su tercera hija.

Miguel Ángel trabajó como profesor de idiomas en el colegio de La Salle y aquí en Valladolid dio también clase en Las Huelgas y el San José. Además, por la tarde regentaba una academia en la calle Alamillos (École Saint-Charles). Sofía abrió un centro de preescolar en la calle Guadalete, que durante años atendió a cientos de niños de San Juan y Batallas. «Tengo así de ahijados por el barrio», dice Sofía, mientas abre y cierra las manos, pegando los pulgares con el resto de los dedos. Su marido falleció hace casi dos años. Sus hijas viven fuera de Valladolid.«Les di mal ejemplo, porque yo también me moví mucho, hasta disfrutar a fondo de mi vida», concluye.

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