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El centro de salud de Delicias, durante la pandemia. Henar Sastre
Coronavirus en Valladolid: El difícil rastreo de un brote en otro idioma

El difícil rastreo de un brote en otro idioma en Valladolid

Los hijos de los trabajadores marroquíes afectados por la covid en el bario de Delicias tuvieron que oficiar de traductores para los rastreadores en un primer momento

Antonio G. Encinas

Valladolid

Domingo, 19 de julio 2020, 09:08

Sergio Fernández tiene la voz acompasada al tono y al ritmo que uno podría necesitar cuando, al otro lado del teléfono, le comunican que puede haber estado «en contacto estrecho» con un positivo por covid-19. Con ese discurso explicativo, casi pedagógico, que seguramente le hizo falta a su compañera Patricia Sanz cuando una chica joven, con niños, se echó a llorar al recibir la noticia. Por miedo. Puro miedo. Terror al 'y ahora qué'. «Solo hacía que llorar y llorar, porque ella y sus niños pequeños habían estado en contacto con un positivo y tenía miedo, un ataque de ansiedad». Podría pensarse 'empatía'. Podría pensarse 'cálmala'. «Intentas tranquilizarla, explicar el mecanismo de contagio», conviene Patricia.

Pero quizá, como ocurrió entre el jueves y el domingo de la pasada semana, no sea un adulto el que escucha al otro lado una noticia que, 28.420 muertos confirmados después, estruja los miedos. Quizá sea un niño de 8 años, o 10, no más, escolarizado en este país que resulta del todo ajeno para sus padres, de origen marroquí y habituados a relacionarse casi exclusivamente con el resto de su comunidad. Ellos no hablan ni una palabra, acaso entienden algo, y es el chavalín el que asume la responsabilidad de traducirles que pueden tener covid-19. Y peor aún. Que mientras lo confirman o no, nada de ir a trabajar.

Eso es lo que se encontraron las rastreadoras del Centro de Salud DeliciasI y II cuando comenzaron su labor tras saber que se había detectado un posible caso positivo por Sars-Cov-2 el pasado jueves 9 de julio. Patricia Sanz y Blanca Lorenzo supieron de una mujer marroquí que había acudido al centro hospitalario porque se encontraba mal y con síntomas. «Esta señora apenas salía de casa y no tenía apenas contactos estrechos», cuenta Sanz. Era evidente que el virus había llegado por otro lado, que no era la 'paciente cero' en este caso. «Con lo que empezamos a indagar y su marido llevaba una semana encontrándose mal y salía a trabajar desde hacía siete días».

Aquí llega el inciso socieconómico. Porque si algo está mostrando la pandemia es la complejidad de aplicar de forma homogénea todas las medidas que se toman en sociedades trufadas de realidades muy diversas. «Les hemos dado la baja a varios de ellos y un empresario que los contrata, también marroquí, dice que cómo paga las bajas, si no tiene para comer. Es una problemática social bastante grande. No sabían ni lo que era una baja laboral. Les decíamos que no podían ir a trabajar. No lo entendían».

Patricia Sanz y Blanca Lorenzo, rastreadoras del Centro de Salud de Delicias.

Porque al ser contactos estrechos, la cuarentena les toca sí o sí. «Les hacemos la prueba en un primer momento, pero aunque dé negativo se quedan en casa 10 días porque el periodo de incubación es 10-14 días y esa parte es la que esta gente no puede comprender. No están enfermos, se encuentran sanos y no entienden por qué tienen que estar en casa». Porque si no trabajan, no entra dinero en casa. Esa es la clave. De ahí que casos así obliguen a intervenir no solo al sistema sanitario, sino a los trabajadores sociales. «Muchos no tienen tarjeta sanitaria. Tienen permiso de residencia o de estudiantes pero no un Sacyl, y hay que darles de alta por situación especial, hacerles las pruebas...».

La logística se complica. Incluso hay que recurrir a ayuda externa. «Hemos contado con ayuda de una traductora marroquí de Médicos del Mundo, una ONG. Sobre todo para deletrearnos las cosas, nombres de los vecinos, por ejemplo».

En un caso como el de Delicias, con transmisión de la enfermedad casi exclusivamente entre las familias, la tarea de los rastreadores alcanza las «50-60 llamadas diarias de media».

Cuanto más se acoten los casos, cuanto más se consiga cercar el virus, más difícil será su propagación en un contexto en el que el uso de las medidas de prevención está cada vez más generalizado. Eso no excluye, sin embargo, que haya que tomar precauciones con su entorno. Y eso incluye los bloques en los que residen los 23 infectados detectados y los otros 38 aislados en cuarentena. «Los contagios han sido en los mismos edificios y tenemos tres bloques que son un foco y hemos tenido que contactar con todos los vecinos. Y Sanidad se está planteando cómo actuar en estos edificios, que haya más vigilancia en el barrio, que la gente no salga... Porque estas personas necesitan trabajar para comer. Son familias extensas y solo trabaja el marido», cuenta Patricia Sanz.

Otras cuatro familias que viven en los mismos pisos, «unas veinte personas», han pasado también por la llamada de los rastreadores. Lo mejor de este brote es que «está un poco controlado, no salen más positivos y todos se encuentran bien, no hay ninguno grave u hospitalizado».

Javier Guerra, enfermero en el centro de salud de Zaratán, explica que «el trabajo de rastreo es duro porque es de espionaje, entre comillas, de buscar». E incluye dificultades que a priori sorprenden. El idioma, sí. Pero también los teléfonos equivocados, algo sobre lo que ya advirtió en su día la consejera de Sanidad, Verónica Casado. «Es importantísimo actualizar los datos, nos encontramos con casos o posibles contactos y llamas quince veces, da llamada y no lo cogen, o está desactualizado... En lugar de llevarnos 3 minutos nos lleva 3 horas. Y tenemos que recurrir al caso confirmado, pedirle el teléfono actualizado e ir recopilando información».

Se habló mucho durante la fase dura de la pandemia de la ayuda tecnológica. De si se podían implantar sistemas de rastreo con los móviles, con 'bluetooth' para proteger la privacidad... El Gobierno estudió algunas posibilidades, el Ejecutivo regional también. Finalmente, el teléfono es el único medio. Artesanía en el mundo hiperconectado. El primer virus de alcance global –188 países tienen casos activos– se combate con medios de la era pretecnológica: confinamiento, aislamiento, distancia de seguridad y mascarillas. Y rastreo llamada a llamada.

Al menos, eso sí, se cuenta con un trabajo en red que, dicen Javier Guerra y Sergio Fernández, es la mejor garantía. «Hay un rastreador por centro de salud y otro de reserva», dice Javier Guerra, que en este caso es el 'reserva' de Sergio Fernández, el más joven. Es él quien toma la palabra: «La provincia o Castilla y León las manejamos bien. Hay una red muy buena y es nacional, cuando hay algo nos avisan.Pero el seguimiento de gente ajena es más complicado. El programa de Atención Primaria nos permite encontrar a pacientes de Castilla yLeón; para los ajenos nos tiene que llegar la información de instituciones superiores».

Eso es particularmente preocupante conforme se acerca agosto. En los pueblos de Castilla y León ya se ha registrado un incremento de tarjetas de desplazados, de niños que se quitan la polilla del confinamiento urbano en la libertad del pueblo de los abuelos. En dos semanas llegará el gran desplazamiento anual. País Vasco, Madrid yCataluña, los tres grandes focos de la emigración castellano y leonesa, devolverán por unas semanas a los 'hijos del pueblo'. Y contener los brotes, en ese caso, va ser la clave para que septiembre llegue con una cierta calma tensa.

La conclusión es que hay que revisar, primero, los datos personales que tiene el Sacyl de nosotros. Se puede hacer desde la aplicación de móvil Sacyl Conecta (en iOS y Android) o llamando al centro de salud. Y lo segundo, escuchar con calma. «Empezamos explicando todo el procedimiento, qué quiere decir ser contacto estrecho, que se trata de no exponer a familiares... Asusta, pero por norma general toda la población se presta a colaborar», dice Sergio Fernández, con la voz pausada con la que rastrea, al otro lado del teléfono, al Sars-Cov-2 o, como él dice, «el bicho» que tanto pavor infunde.

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