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Unas mujeres casi ninfas en la puerta de la calle Pasión, 3, mientras a sus pies dos querubines las miran y tocan la flauta (el edificio es de 1903, proyectado por Teodosio Torres). Unos jarrones repletos de flores en el portal 2 de la ... calle del Val. Unos cascos guerreros tallados en la madera del inmueble de la plaza de Fabio Nelli. Varios rostros (sonrientes, sorprendidos, adormilados) en la Casa Mantilla (1891) y otros portales de la Acera de Recoletos. Unos dragones alados, unos felinos con pechos, unos viejos que parecen espías en Miguel Íscar (destaca el portal 17, del año 1890). Y además, grutescos de inspiración renacentista, guirnaldas de flores, ornamentación labrada en madera.
Es parte del rico patrimonio civil que puede contemplarse, a pie de calle, en un paseo por el Valladolid burgués. Los grandes edificios levantados en la capital a finales del siglo XIX y principios del XX (basculan entre los movimientos historicista/ecléctico hasta más adelante el modernismo) conservan en sus accesos unas puertas de madera, tan ricas en detalles como majestuosas, que invitan a una ruta para admirar la minuciosidad de su talla. Y para evocar esos años en los que el diseño al detalle de una vivienda era signo de distinción.
«Las puertas mostraban la posición social del propietario del edificio y de las personas que vivían en él», explica Francisco Javier Domínguez Burrieza, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Valladolid. «En su mayor parte, los diseños se tomaban de revistas, libros, catálogos de proyectos y de ornamentación arquitectónica, tratados de construcción o repertorios gráficos que circularon por Europa durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX», cuenta Domínguez Burrieza.
Se trataba de «diseños eclécticos y modernistas que eran bien conocidos en los círculos académicos y profesionales». De hecho, la actual biblioteca de la Escuela de Arte y Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Valladolid, heredera de la antigua Escuela de Bellas Artes de la ciudad, conserva algunos de estos títulos. Ypermite seguir el rastro inspirador de varias de las puertas más representativas de la ciudad. Así, un tratado de 1902 de Wilhelm Rehme «bien pudo inspirar el motivo principal que el maestro de obras vallisoletano Ortiz de Urbina trató en el diseño de puerta del actual número 15 de la calle Miguel Íscar, en el año 1913». Y el trabajo 'Menuiserie d'art Nouveau' (1902), de F. Barabas fue base, «sin duda, para las puertas abatibles interiores del portal del actual número 10 de la calle Perú», asegura Domínguez Burrieza.
Son estas puertas no solo un elemento decorativo y funcional, sino vinculado también con la más pura manifestación artística. Y funcional. La puerta y «el portal son elementos constituyentes de las casas de renta decimonónicas. Su riqueza decorativa denota su significación dentro del inmueble, así como en el espacio público: la calle», asegura Isabel María Rodríguez Marco, del Museo Nacional de Artes Decorativas, en su estudio 'Entre la intimidad y la vida pública'.
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La puerta exterior –explica Rodríguez Marco– estaba realizada en madera, con decoración tallada. En muchas ocasiones, sobre ella «se abría un vano, que era protegido y realzado mediante una reja de motivos curvos, espirales tangentes, líneas que se entrelazaban» y que permitían que entrara luz en el portal. Porque más allá de esta puerta de calle, solía haber otra interior «normalmente con marco de madera o metal y cristal» que separaba «el portal propiamente dicho de la zona de escalera». «Se definían así dos espacios: el todavía privado y anejo a la vivienda (que es el de la escalera)y aquel que comienza a ser lugar de encuentro con el exterior». El gran portalón de madera: escaparate de la vivienda.
Valladolid vivió un primer impulso industrializador hasta 1864, con el centro de la capital ya «consolidado como lugar de residencia de las clases acomodadas, con construcciones de cuatro y cinco plantas», explica María Antonia Virgili i Blanquet en su libro 'Desarrollo urbanístico y arquitectónico de Valladolid'. En Constitución 7 hay una puerta fechada en 1855. En Regalado 8, una de 1879. En Montero Calvo, 1, de 1884.
El impulso del ferrocarril fue vital para el último tercio del siglo XIX. Mientras que en la mayor parte de la ciudad «abundaban las construcciones de casas baratas, solicitudes de elevación de pisos... en el centro y hacia el sur continuaban desarrollándose los tipos de construcción de las clases acomodadas, en los solares todavía disponibles en la Acera de Recoletos, y en las nuevas calles de López Gómez, Gamazo (1890), Muro (1904) y Miguel Íscar».
Virgili i Blanquet recuerda que esta presencia de la clase burguesa «no pasa de un estado incipiente» en Valladolid, debido a un estancamiento económico que hizo que esos aires renovadores del espíritu modernista llegaran «sin ningún mecenas que destaque en particular, como promotor de este tipo de obras». Pero la huella queda patente. Por ejemplo, en María de Molina, 16. «Lo más sobresaliente del edificio –proyectado por Antonio Ortiz de Urbina– es la puerta y los elementos usados podrían emparentarse también con el 'art nouveau', destacando en ellos los motivos vegetales que parecen salir de la flora marina por sus ondulaciones, largos tallos y entrelazamientos», destaca Virgili i Blanquet. Ese diseño floral, habitual en muchos ejemplos, es destacado –«desde el nacimiento del capullo hasta la plenitud de la flor»– por Marta Herrero de la Fuente en su libro 'Arquitectura ecléctica y modernista en Valladolid'.
La ruta por las puertas más bonitas de Valladolid encuentra grandes paradas en la Acera de Recoletos (2, 12, 14 y 16) y Miguel Íscar, (2, 8, 9, 17 y 19). En estos inmuebles abundan las caras infantiles y angelicales, así como los diablillos. Y el recorrido puede continuar por Ferrari, Lencería, Platerías (4 y 6), Gamazo (8, 11, 12, 14, 29 y 31) o López Gómez, con grandes ejemplos en los primeros portales de la acera de los pares, en un edificio que es ejemplo de un modernismo cercano a Europa central o Escocia, por los motivos vegetales estilizados, y con detalles destacados, como la placa con el portal del número 4. También pueden encontrarse grandes ejemplos de puertas en el número 10 de la plaza de España, en Teresa Gil (22 y 24), Regalado (9, 10 y 15), Santiago 20, Francisco Zarandona 6 (con detalles de Forja), San Antonio de Padua, 2, Arces 2 y 6, Macías Picavea, 5 o General Almirante.
Una pintada emborrona la puerta del inmueble de Zapico, 1. También el vandalismo se ceba con este patrimonio vallisoletano, en aquellos edificios abandonados o sin vecinos. Son las cicatrices visibles en un Valladolid burgués que ofrece regalos inesperados. Estas puertas son un ejemplo. En su época, fueron una auténtica seña de distinción para quienes vivían en el inmueble. No solo representaban el gusto del propietario (inspirado en las corrientes artísticas de la época), sino que además eran signo de distinción. Estas grandes puertas tenían entonces unas cerraduras enormes. Y las llaves eran guardadas por los serenos, el cuerpo de veladores nocturnos, que fue fundado en Valladolid en el año 1835 y cuyo servicio era sufragado en un primer momento por los vecinos. En 1843, el Ayuntamiento se hizo cargo de un cuerpo con tres cabos, 18 serenos y cuatro suplentes. Para acceder a un puesto de trabajo así era necesaria buena conducta y forma física. No podían llevar perro ni beber ni quedarse dormidos. Empezaban ronda a las 19:30 horas entre octubre a abril y a las 20:30 en verano. En 1855 se modificó el reglamento y llegó a 30 serenos. Más de un siglo después desaparecieron.
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