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Si uno se acerca mucho, afina bien la mirada y se fija con cuidado en el tablón de anuncios que hay a la derecha de la puerta principal de la iglesia de Pilarica, descubrirá que hay un cuadrado de color amarillo en el que se ... consignan los horarios de la catequesis.
Hasta ese grado de detalle –«lo que veo, lo pongo todo; y si no está, es que no lo he visto»– llegan las maquetas en madera que elabora Juan Manuel Ortega (Traspinedo, 1961), un apasionado de los monumentos de la provincia («no me importa tanto la historia como su aspecto») que ha hallado en su afición por las réplicas «la mejor de las medicinas».
Juan Manuel se jubiló pronto, zarandeado por la colza en 1981. Cuenta que al principio estuvo unos meses de baja (tuvo que dejar su trabajo en la pescadería La Madrileña), que le dieron el alta «justo para hacer la mili» y que, una vez licenciado, se vio obligado a pedir la jubilación permanente. Con solo 24 años. «Llevo más de 24 operaciones», dice. Y a continuación exhibe el teléfono: «Mira, te voy a enseñar mi día a día». En el móvil, dos cosas abundan. La primera son las citas de Sacyl. La segunda, fotos, fotos y más fotos del palacio de Santa Cruz, del edificio de la Electra, del mercado del Val...
«Y luego, las que tengo en la cámara digital. Del Val, 216. Yo fotografío todo, las saco en papel (dos imágenes en cada folio) y a partir de ahí, trabajo como con un puzle para reconstruir el edificio». Trabaja en casa, con cúter y sierras de pelo para no hacer ruido, con maderas de pino y okume (las más cómodas para su tarea) y con una paciencia infinita. «Duermo poco, tengo mucho tiempo, y nunca me canso».
Cada una de las maquetas le supone cerca de cuatro meses de labor. Una minuciosidad absoluta. «La Plaza Mayor tiene cien arcos, más de cuatrocientos balcones, ventanas que tienen cuatro, seis u ocho cristales. Hasta en eso me fijo», explica Juan Manuel, quien ha recreado al completo el corazón de la capital, con dolor ahora por la reciente eliminación de las rampas de la explanada. Con los retacos de madera, hace incluso las figuras de los peatones. Utiliza pintura acrílica y esmalte para los acabadoS. Prepara la instalación eléctrica para la iluminación (está especialmente orgulloso del trabajo de filigrana que supone alumbrar los cinco focos de las farolas de la Plaza Mayor). Emplea musgo tratado con laca y alquil para los árboles.
«No me dan guerra ninguna», dice, puro en mano, mientras recorre la nave del polígono de Argales en el que guarda todo su trabajo. Ha terminado réplicas de la Casa Consistorial, de la Academia de Caballería, del Teatro Calderón, del antiguo mercado del Val (con las furgonetas de todos y cada uno de los comercios). «Ahora voy a hacer el nuevo, todo acristalado», explica. Elige sus trabajos casi al azar. «Un día, dando un paseo, pasé por delante de la iglesia de Pilarica y me sorprendió que estaba el cura saludando a los fieles cuando salían de misa, como en las películas americanas».
Eso fue suficiente para que decidiera reproducir el templo en madera. Santa Cruz surgió después de que tuviera dificultades para plasmar con fotos el edificio histórico de la Universidad (tuvo que ir al rectorado a pedir permiso y quedó maravillado con el patio renacentista). Y el de la Electra le asaltó después de trastear un poco por Facebook. Lo próximo es el Val, pero tiene el ojo despierto y la madera lista para futuros trabajos.
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