«Delicias no sería el mismo barrio sin Millán Santos»
La foto de mi vida ·
Agustín Ruipérez recuerda la figura del sacerdote, implicado en el movimiento obrero y asociativo de Valladolid, con quien compartió desvelos en la parroquia de Santo Toribio
«Delicias no sería el mismo barrio sin Millán Santos», asegura rotundo Agustín Ruipérez (Valladolid, 1939), mientras extiende un catálogo de fotos sobre la mesa de este despacho de la parroquia de Santo Toribio. «Sin su apoyo, sin su lucha, sin su implicación, Delicias ... no contaría hoy con tantos servicios y derechos como tiene», insiste, al tiempo que su mirada se pasea por un puñado de imágenes que son historia del movimiento asociativo de Valladolid. En casi todas aparece el rostro del sacerdote Millán Santos (Segovia 1926-Valladolid, 2002), figura clave en la Transición vallisoletana. En muchas, acompañado por Agustín, quien dibuja la foto de su vida en torno a la parroquia obrera de la calle Hornija.
Se crió Agustín en la casa que sus abuelos («a mi padre lo mataron en la guerra») tenían en la plaza de las Brígidas. «Iba al colegio a La Gota de Leche, el José Zorrilla, que estaba en la calle López Gómez, donde luego pusieron las galerías comerciales. Los chicos estábamos en las clases de arriba. Las chicas, en las de abajo». Al salir de clase, colaboraba como monaguillo del religioso Valentín Incio García, «autor de muchos libros sobre religión».
«Gracias a él pude ir a un colegio de los jesuitas en Gijón. Después volví a Valladolid para estudiar en el Cristo Rey y luego estuve en el noviciado en Salamanca». Sin embargo, a los 18 años decidió dejar de lado el camino religioso y dirigió su mirada hacia el Ejército. «Me formé en la academia preparatoria, en la calle Jorge Guillén. Después, pasé cinco años en Intendencia. Cuando ascendí a sargento, me salí. Yo estaba muy a gusto, pero a mi novia no le gustaba la carrera militar, no quería que estuviera en el Ejército, así que me salí. Y comencé a trabajar en Fasa».
Fueron esos los años en los que Agustín y Conchi se mudaron a la calle Aaiún, luego Caamaño, en una zona de Delicias que estaba en plena expansión demográfica, a mediados de los años 60. «Era una zona nueva que empezaba a crecer con un montón de gente joven que llegaba de los pueblos, de otras provincias, para trabajar en Endasa, en Fasa, en Nicas, luego más tarde en Michelin». Construcciones baratas, levantadas a toda prisa, y sin apenas locales comerciales y servicios públicos. Un fenómeno similar al que se vivió en otras zonas de la ciudad, como La Rondilla. Pisos sencillos para albergar a una población que crecía a pasos agigantados aupada por las nuevas industrias.
En 1966 comenzó a funcionar la parroquia de Santo Toribio, que se convertiría en un foco de dinamización para la zona. «La primera foto que conservamos es esta, de abril de 1969», cuenta Agustín. Debajo de unos banderines, detrás de una mesa con jarras de barro y chatos de vino, está Agustín, con varios compañeros y corbata. «En esa época yo siempre llevaba corbata. Mi mujer me decía: 'Hijo, si hasta en verano me vienes a buscar con corbata'. Y mira, ahora ya ni me la pongo». «Como yo preparaba la fiesta de Santa Teresa en el Ejército, en el barrio me dijeron: anda, organiza tú la de la parroquia. La hicimos en una nave que está detrás de la iglesia… Y al final resultó un poco así, porque no funcionaba el tocadiscos».
Agustín se convirtió en el primer director de Cáritas parroquial en Santo Toribio. «Tuvimos nuestros más y nuestros menos con Cáritas diocesana. Ellos se centraban en la ayuda para la comida: un kilo de alubias, uno de garbanzos, otro tanto de azúcar... Y nosotros no estábamos del todo de acuerdo, porque pensábamos que la ayuda se tenía que prestar de otra manera. Que eso no era suficiente. Que había que mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Y encontramos todo el apoyo de Millán Santos».
Cuenta Agustín que en torno a la parroquia se fraguó la asociación vecinal, que con el apoyo de otros colectivos (como el grupo de amas de casa) se consiguió la ampliación del colegio Miguel de Cervantes, en la calle Arca Real, que el cura Millán se implicó para que la zona de Juan Carlos I no se convirtiera en una nueva colmena residencial. «Allí, en la finca de los escoceses, se querían construir más casas. Millán lideró un movimiento para que toda esa zona se llenara de servicios para el barrio. Y Bolaños lo llevó a cabo. Ahora, fíjate, está el centro de mayores, el centro cívico, el colegio Pablo Picasso, los institutos, las piscinas, los bomberos…».
«Millán tuvo también una importante inquietud por la cultura, sobre todo de la mujer. Aquí venían estudiantes de la Universidad (de Filosofía, de Derecho…) para dar clases». Parte de esa labor continúa hoy en la parroquia, que ofrece apoyo escolar y educación para adultos (de hecho, así se llama el programa universitario para mayores de la UVA). Además, de la parroquia han surgido grupos de danzas (Mies y Barro) y una asociación de arte y naturaleza, que organiza salidas y visitas, en muchas ocasiones con Agustín (que ha sido guía del Museo de Escultura y lo es aún de la catedral) como cabecilla.
«Pero, además, Millán se significó mucho en la reivindicación de los derechos de los obreros», dice Agustín, con una foto apaisada en su mano. Es la imagen de la primera asamblea de los trabajadores de Fasa celebrada en la iglesia, en enero de 1974. «En los años de la Transición hubo muchas manifestaciones. Yo estaba en el comité de solidaridad, me echaron tres meses del trabajo, estuvimos encerrados dos días en Montaje… Y al final conseguimos lo que reivindicábamos: la creación del economato, la subida lineal, no trabajar los sábados».
Los religiosos de Santo Toribio, con Millán a la cabeza, se implicaron en las demandas de los trabajadores, «como hicieron en otras parroquias, como La Victoria, Pilarica, San Ildefonso, Dulce Nombre de María». «A Millán siempre lo consideraron uno de los organizadores, junto con otros sacerdotes obreros, por eso lo detuvieron. Estuvo en la comisaría de Felipe II y luego lo mandaron a cumplir condena al monasterio de Silos. Yo organicé viajes en autobús para que la gente del barrio fuera a verlo a su encierro. El abad de Silos se temía lo peor cuando le dijeron que iba a acoger a un cura revolucionario. Pero Millán se los ganó a todos. A los tres meses salió. Fue a Madrid y luego regresó al barrio para continuar su labor, hasta 1997. Un trabajo que ha sido fundamental, porque le dio un cambio radical a Delicias».
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