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Por supervivencia hace ahora un año se lanzaron a cambiar de país, de vida. Abandonar Venezuela para aterrizar en Valladolid aconsejados por amigos de una de sus dos hijas que hace tiempo emprendieron parecida ruta vital y geográfica. Allá regentaban un local de comida rápida ... en una Universidad, aquí venden chuches, prensa y pan en un quiosco en el barrio de Parque Alameda. Están al frente de uno de los establecimientos considerados vitales en esta situación de excepcionalidad, aunque abren medio día para reducir la exposición al virus. «Ahorita estamos por las mañanas nada más, queremos dedicarnos a la entrega de prensa y pan, los otros productos no son tan necesarios en este momento», comenta María Mercedes Iglesias.
Coronavirus en Valladolid
Ella y su marido, Felipe Antonio Rojas, se hicieron con el traspaso del negocio del Martitos y desde entonces se manejan entre estantes donde la vista se va a los titulares de las portadas de los periódicos, revistas, refrescos y botes repletos de chuches de colorines. El paraíso infantil del que han sido expulsados los más pequeños, clientela habitual que se dejaba la propina semanal en bolsas de gusanitos, regalices y gominolas.
El pasado domingo lo recuerda María Mercedes Iglesias como el día que se acabó todo el pan y la prensa. «Los periódicos se nos agotan muchos días, es lo que más ha incrementado su venta, al igual que los productos embolsados, en especial las patatas fritas. Estamos limitando el uso de gominolas porque nos parece delicado que el cliente introduzca la misma pinza en un bote, así que por las mañanas, a primera hora, nos dedicamos a embolsarlas en paquetes cerrados». Aunque el local es amplio, tienen limitada la entrada para atender a un máximo de dos personas al mismo tiempo. «Por aquí ahora no vienen niños, así que son los padres quienes bajan a agarrarles las chuches, también se llevan revistas y cuadernos de sopas de letras».
La pandemia ha alterado el contacto con una clientela que ahora habla menos, casi siempre de lo mismo, en una tienda a la que los proveedores ya no acuden como antes, a tomar pedidos. «Solo llaman por teléfono para ver qué queremos pues», cuenta María Mercedes Iglesias, gallega con acento venezolano, que ha pasado su vida en el país suramericano, donde conoció a su esposo y nacieron sus hijas, ambas con nacionalidad española y ahora residentes en Valladolid.
En la última semana ha sido testigo de como ha cambiado la clientela de su quiosco. Los chavales solían llevar siempre la iniciativa propina en mano –«esto sí, eso no»– y ahora es en sus padres o madres en quienes recae el encargo y la selección de golosinas.
La última jornada que los clientes más jóvenes acudieron en masa a rastrear los estantes de su local fue el domingo 16 de marzo. «Aquel día se podía salir todavía a la calle y la gente empezaba a ser consciente de lo que se nos venía encima.» Luego, el confinamiento recluyó a los chavales en sus casas y las bolsas de gominolas, regalices, nubes, pipas y chicles quedaron condicionadas a las visitas de los mayores al quiosco. Y a su gusto.
Tras el mostrador no usan mascarilla «porque no la conseguimos, aunque sí pudimos hacernos con guantes. Estamos intentando hacernos con mascarillas pero es difícil».
Reconvertida en quiosquera a sus 62 años, recuerda que dejar su país fue una decisión complicada y dolorosa. «Allá la situación se volvió invivible, con inseguridad cotidiana, atracos, robos... En este primer año en Valladolid nos ha ido bastante bien, tenemos nuestro negocio, una de mis hijas tiene trabajo y la otra está a punto de dar a luz estos días. Estamos felices de vivir aquí, aunque la situación se ha vuelto muy complicada. Esperamos que se solucione pronto y podamos seguir con nuestro negocio y nuestras hijas con su vida; nos va a afectar económicamente, pero hay que sobreponerse», comenta quien en los últimos días no acaba de acostumbrarse ante los rostros pesarosos, apagados y tristes. «No hay escasez en el suministro de chuches –anima– Y el pan y la prensa no faltan».
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